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Y con tanto ruido, no se oyó el ruido del mar…

Joaquín Sabina dice:

-Y hubo tanto ruido
Que al final llegó el final

Mucho, mucho ruido
Ruido de ventanas
Nidos de manzanas
Que se acaban por pudrir.-

Mi única emergencia de fenómeno natural fue en 1996. Un sismo de magnitud 8.0 sacudió la que fuera la perla del pacífico. Mi pasar en ese momento por esa playa que ha sido uno de los puertos más visitados por mi persona era por deberes laborales.

Recuerdo que la noche anterior del suceso había cenado con amigos de Guadalajara. Al día siguiente había que prepararse para lo que sería mi sábado libre y poder disfrutar de una jornada de sol y agua salada. Me bañaba en la bañera de mi cuarto cuando de pronto advertí que un mareo me subía por el cuerpo hasta sentir que podía caer en el suelo húmedo. El teléfono gritaba, gritaba mucho. Al descolgar mi amigo me decía:

-¡Sal de ahí, está temblando y se están cayendo hoteles!

Yo veía como la lámpara de la esquina hacía las veces de un péndulo. Decisiones rápidas tenían que ser tomadas, así que me envolví en el albornoz y con mi cabello todavía blanco de la espuma del jabón decidí salir deprisa de mi habitación.

Juro que vi las escaleras moverse. Gritos, confusiones, preguntas,…ruido, ruido, ruido.

Y con tanto ruido, no se oyó el ruido del mar…

Y así una multitud de personas comenzamos a caminar hacia el mar, hacia lo plano, lo planito. Nunca había visto un mar tan enojado, creo que ese día alguien le había hecho un desaire tan fuerte que cobró venganza.

Mucho ruido. Ruido. Mucho ruido.

En mi shock yo solo recordaba que había dejado mi libro en el buró y que sin mi libro me sentía desprotegida.

Al cabo de unos minutos, cuando el mar decidió hacer las paces, la indicación nos llevó a subir a los cuartos para que desalojáramos lo antes posible. Habría gente en el lobby del hotel para darnos las opciones de vuelos disponibles y salir de ahí rápidamente.

Mi bronceador no pudo estrenarse, mi toalla quedaba intacta y mi rapidez de empaque fue cronometrada por mi amigo en el teléfono.

En minutos creo que me llevé el trofeo de la recolección de cosas hacia mi maleta y mi vestimenta y maquillaje de segundos. En momentos ya estaba en un taxi hacia el aeropuerto que parecía una verbena popular. En filas y por ciudades uno a uno los aviones salían de las pistas hacia los destinos. Cuando el avión despegó, sentí la tranquilidad.

Hoy agradezco no haber cuestionado tanto a quien me brindaba ayuda. No pregunté de qué partido político era el gerente del hotel ni la gente que estaba alrededor. No perdí tiempo en mezquindades.

Hoy recuerdo al soldado que me ayudó en la fila del aeropuerto y que a su vez, coordinaba las acciones de ayuda. No necesitaba ver fotos, ni videos, ni noticieros alarmantes para dudar de mi paso por esa tragedia que más tarde tendría centros de acopio nacionales para llevar ayuda a los necesitados de Jalisco. En mis paquetes de víveres y entregas no cuestionaba si alguien lo robaría, si alguien lo llevaría a su casa y mucho menos pensaba si era alimento para un banquete privado que daría el Presidente en Los Pinos. Si hubiese aplicado ese protocolo, habría quedado en la bañera de ese cuarto de hotel. Si hubiese aplicado esa regla, no habría dado nada a una población que votaba en el partido que no era mi preferido. Mezquindad.

Hoy me asusta la realidad. Creo que entre tanto ruido, como Sabina dice,

-Y al final números rojos
En la cuenta del olvido
Y hubo tanto ruido
Que al final llegó el final-.

Hoy la RAE tiene una tarea prioritaria. Inventar una palabra nueva que supere la mezquindad. Porque entre tanta mezquindad si sumamos, el vocablo pierde fuerza.

Y Sabina sigue:

-Hubo una epidemia de tristeza en la ciudad
Se borraron las pisadas
Se apagaron los latidos
Y con tanto ruido
No se oyó el ruido del mar-.

Hoy la incitación a no donar y la desinformación es una prueba de lo que la RAE necesita analizar para sacar el vocablo nuevo. Entre tanto ruido, las manzanas de algunas personas no llegarán para que alivien a otros. Las manzanas podrán, antes de eso, pudrirse en los fruteros de los que con unas letras de mensaje ahogan las redes para divertirse en una confusión.

Ojalá nuestros fruteros se vacíen sin preguntar quién morderá la manzana. Ojalá que muchos duden del llamado negativo pensando que hoy, una multitud de gente está ayudando para sofocar a las víctimas de un fenómeno natural. Ojalá que nuestros ojos sean capaces de seleccionar los mensajes y veamos cómo poco a poco la batalla pueda ceder, así como hace años cedió en Vallarta el mar.

Y entre tanto ruido, no se oyó el ruido del mar…

Siempre hay alguien que te espera…

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