Skip links
 
 

Magdalena cantaba con las tablas de multiplicar…

El 15 de Mayo se celebra el Día del Maestro. Sigo con mi opinión de no marcar un día para celebrar algo que siempre debe ser felicitado. Nos llenan de cuadros en el almanaque de Padre, Madre, Amor, Bandera, Mujer. Sin embargo mientras esto cambia, trataré de ceñirme a la costumbre del anuncio y aplauso.

He tenido maestros de todos los estilos. Estrictos, laxos, serios, simpáticos, de ejemplo a seguir, de imagen que no quisiera copiar. Pero de todos siempre recuerdo a la Madre Magdalena.

Cursaba yo el tercer grado de primaria en un colegio católico. Venía de tener dos años escolares con maestras que no pertenecían al gremio de túnica blanca y mi costumbre de ver pantalones con tacones ya estaba afianzada. Eran modernas, con cabello propiamente peinado, con pestañas largas y manos con joyería de atención.

Era siempre la expectativa de todas las niña saber a fin de cuentas quién por un año aguantaría de nosotros. Éramos 30 en un salón así que lejos de ser divertido, a cierta hora, el cansancio se apoderaba de cada una de las líderes de las futuras mujeres. Hasta que el primer día de ese año llegó al patio central la nueva maestra. Y llegó la Madre Magdalena.

No tenía pantalones, ni tacones, pero sí unas pestañas largas naturales y los ojos verdes brillantes y abiertos como platos. Tenía vestido de novia, blanco, pulcro, con un velo más grueso de lo normal. Zapatos cómodos, con un solo anillo en mano izquierda que significaba la unión con un ser místico que no conocía en persona, pero que se fundía en un amor eterno.

 Magdalena tenía la voz más dulce y bajita, de esas que obligan a escuchar más de cerca, unas manos dóciles y una sonrisa que mostraba que su lugar correcto era ahí, con nosotros. Venía de El Salvador, huyendo de la guerrilla, en un País problemático que supo enviar lejos a muchas personas para que no escucharan las bombas nocturnas. Ella, como muchas, necesitaba paz y orden para que su relación con el místico diera frutos y no se interrumpiera por pies de plomo y hierro. Y así llegó a nuestra ciudad. Salvada, exiliada, extrañando, imagino, a todos sus cercanos. De niña yo no comprendía cómo esto pasaba, en mi mente no existía el exilio y no entendía cómo una mujer joven escogería vivir lejos en vez de comer sopa de conchitas en su casa. Hoy más grande entiendo todo. Que las conchitas no valen si suenan a golpes sordos en un plato.

Magdalena pronto se convirtió en nuestra aliada. Cada día quería llegar yo al Colegio para poder platicarle lo que había jugado, lo que había reído. Y así todas. Llegaba la mañana y cuando la novia blanca aparecía, todas las niñas corríamos a su lado.

-Yo pido un brazo, yo el otro, yo quiero la pierna, y así, hasta que ella quedaba inmóvil riendo a carcajadas-.

Un buen maestro siempre sembrará las ganas del encuentro con el alumno.

Magdalena también cantaba. Todos los días, en el salón de clase, cantaba. Todo lo podía enseñar cantando. Pero el momento magistral fue cuando nos aleccionó las tablas de multiplicar cantando. Con ritmo. Con panderetas y castañuelas. Y toda la memoria se simplificaba a una canción con los números más exactos. Y así, más tarde, cuando en otro escenario me preguntaban una multiplicación, yo la contestaba cantando. Todos se reían, pero entendían. Me tomó mucho tiempo poder desaprender el cantar los números. Pero he de confesar que cuando en silencio tengo que hacer que los números se multipliquen, canto.

Un buen Maestro aleja el miedo cantando.

Magdalena nos invitaba a los lugares nunca visitados. El Colegio en el cual estudiaba tenía en sus edificios lugares mágicos. Era grande, largo, ancho. Tenía un comedor donde sólo las novias comían. Tenía una alberca donde sólo las competiciones se permitían. Con Magdalena pudimos comer todas en su comedor, en orden y con los platillos preparados por ella. Con Magdalena pudimos nadar los viernes en la piscina todas juntas. Lo que antes era prohibido, con ella pudo hacerse realidad.

El año transcurrió como vaso de agua helada en verano. Y con ese año también entendimos que una guerrilla es más débil que la enfermedad de una madre. Magdalena fue llamada a su tierra para cuidar de ella y tuvo que irse lejos. Con ella se iba la piscina, el comedor y las tablas de multiplicar.

La despedida fue muy triste, ya no había pierna ni brazo, sólo palabras bellas a cada una de nosotros y hacerle prometer que cada canción se canta con ánimo, que cada brazada se da con fuerza y que cada comida se comparte. Los hábitos creados por ella permanecieron. La Madre Superiora entendió que si eso prevalecía no tendría que recibir en su oficina padres de familia hablando de pleitos, llantos, berrinches. Y así fue.

La novia que seguía de Magdalena tenía un lugar largo y ancho que cubrir. Y lo hizo. Hoy a mi edad entiendo que cuando se es seguidor de alguien grande, con el sólo hecho de ser sutil y respetar lo que gusta es éxito garantizado. No pelearíamos la pierna ni el brazo, pero tendríamos una emoción por descubrir una nueva Magdalena.

Y Magdalena, la real, nunca regresó. Sabíamos de ella por el proceso epistolar que tenía con la Superiora y ella nos transmitía.

-No se olvida de nosotros, eso pensé-.

 Y prontamente se nos ocurrió dictar una carta a la Superiora para que se la hicieran llegar. Con dibujos, sonrisas, caras felices y colores mezclados que ningún artista contemporáneo hubiera superado. Y fue enviada. Y su retorno. Y una Magdalena iba y venía por períodos. Literatura de carta. Carta de amor.

Finalmente crecí y conmigo mis compañeras. Todas fuimos danzando las tablas hasta que usamos la calculadora. Pero ni una máquina plata y negra podían ser tan divertidas como las canciones. Y así, poco a poco me convertí en lo que ahora soy. Una mujer que un día de Maestro recuerda que tuvo el brazo, luego la pierna, luego cantó, comió y nadó.

Una mujer que cuando advierte novias en la calle trata de adivinar la mirada de Magdalena.

Siempre hay alguien que te espera…

Deja un Comentario...

  1. Me encantő!!!
    Conocí varias Magdalenas vestidas de monjas, adorables, gustaban vacacionar en playas, tomar cerveza y vino tinto «no me regalen artículos religiosos en mi cumpleaños, quiero nuez de la india» comentaba una de ellas…almas bellísimas!