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Hans Christian Andersen estaría orgulloso, pero fue mi Abuelo…

El 30 de Abril se festeja a los niños. Nunca he sido de fechas que apuntan un día para festejar a un grupo o emoción cuando todos los días se deberían de honrar, de vivir, de transitar. Pero sin querer apelar a un cambio por borrar fechas de calendario, me subo al tren que determina un festejo a lo más puro y desprotegido de nuestra ciudad, país, mundo. Los niños. Ellos son los que necesitan que la ilusión venga llena de recuerdos, de risas, de ver el futuro con alegría. Se les ha fallado y mucho. La niñez en México tiene cifras de violencia espeluznantes, de niños que necesitan trabajar para poder llevar algo a su boca, que son tentados por las fauces de la maldad no castigada. Por esta razón, recordar mi niñez de alegría merece un escrito. Porque sé que no fue fácil para mis padres crear en cuatro las ilusiones que hoy conservamos. Y los padres de sus padres. Y los de ellos también.

Mi abuelo Antonio viajaba mucho, sus labores lo exigían. En cada uno de sus viajes nos recordaba con algún regalo pequeño, comestible, de colores. Pero fue en uno que en lo particular trajo en su equipaje algo especial para mí. Un libro de cuentos de Andersen. No cualquier libro, uno grande, blanco, ilustrado, con muchos cuentos que danzaban entre el Patito feo, la Reina der las nieves, los Zapatos rojos…fue mi obsesión hecha regalo. Puedo decir que ese libro despertó en mí el hábito de la lectura. Luego, en ratos, pintaba y calcaba las ilustraciones más perfectas y las horas pasaban rápido con ese libro. Se convirtió pronto en mi tesoro y se guardaba con cuidado y esmero.

Los años pasaron y mi libro seguía ahí. Me vio convertirme de niña en adolescente y seguramente opinaba de mis cambios de carácter, mis amistades nuevas de preparatoria, mis momentos felices y los que no lo eran. Siempre estaba ahí, para cuando yo necesitara tocarlo, abrirlo y mover compuertas de recuerdos de niña.

Pero lo bello a veces no dura para siempre. Pero lo que siempre es tuyo, regresa, de una u otra forma lo hace. Tiene un imán, un apego, un atajo que más tarde será revelado.

Mi libro desapareció un día. Simplemente ya no estaba. Supongo que en los crecimientos de adultos de los cuatro, uno lo llevó a pasear sin regreso. O una que seguía a uno lo tomó sin retorno en señal de venganza. U otro simplemente vio la posibilidad de que alegrara la vida de otra persona. Pero mágicamente en mi desenfreno, no encontraba las respuestas. Hasta que un día no pude evitar armar la revolución del libro dentro de mi casa. Buscamos por todas partes, en las más inusuales y el libro no estaba. Supimos más tarde que en la relación amorosa terminada de uno de los cuatro la otra parte lo tomó en un episodio de altanería junto con otros ejemplares y los llevó a la tierra del no retorno.

La persona oscura nunca reveló el lugar, ni devolvió la pertenencia y el caso de la fiscalía de mi casa se cerró de un segundo a otro. Y mi mente entendió y supo que algo que buscaría en los días que venían sería un ejemplar igual.

Así que mi viaje por encontrar la joya comenzó aquí.

Lo primero y elemental fue la casa Editorial. Pero esta confirmaba mi terrible presentimiento: es una edición especial y ya no puede conseguirse.

La segunda y más viable serían las Ferias de Libros. Me atrevería a decir que sin este suceso no me habría hecho adicta a ir a Ferias. Las de casa, las de extranjero, pero finalmente el recorrer pasillos buscando lo perdido pude encontrar y encontrarme en autores, novelas, cuentos, conferencias. El mundo editorial, tan extraño y tan complejo lo entendí en esta búsqueda. Los pequeños vendedores de libros antiguos se convirtieron en mi diálogo obligado sin tener resultados.

Pero entre diálogo y diálogo pude ver la mirada verde de Orhan Pamuk, escuchar a Carlos Fuentes, debatir con Rosa Montero, reír con Pérez Reverte, saludar a Juan Villoro, asombrarme con Paul Auster, cruzar pasos con Elena Poniatowska, leer con Elvira Sastre y muchos otros que saltaban ante mi tablero de la búsqueda imposible. Muchas Ferias. Muchos autores. Muchos libros.

Y mi itinerario por encontrar la joya seguía.

En un viaje a la ciudad natal de Andersen también la obsesión llegó. Tenía que plantearme el no perder del disfrute del presente buscando algo del pasado. Pero esto era parte de una misión que ni Tom Cruise pudiera resolver en su tan famosa saga.

Y no. Andersen prefirió que disfrutara su casa con las bicicletas, pan danés, gente guapa y cultura silenciosa. Andersen me mostró su primer mundo con sonrisas de gente por vivir en su ciudad. Orgullosos de sus mares, orgullosos de sus tierras.

Así que llegó un día que mi memoria fue borrando la búsqueda. Lancé al vacío la meta de buscar algo que se escondía de mí. El libro, así lo entendía, no quería reencontrarse con su enamorada perpetua. Así que fui cubriendo espacios de tiempo con otros objetivos. Con los libros presentes, con encontrar nuevos autores, nuevas historias. Con el formar mi propia biblioteca, mis joyas, mis recomendaciones y regalos exquisitos para otros. Deseaba que si yo hacía lo mismo que mi abuelo con otra persona nunca y bajo ningún motivo tuvieran una oscura persona que robara su cuadrado de páginas y lo llevara a la tierra del más allá.

Y el tiempo pasó. Y la vida siguió. Con el libro en mi mente presente pero desistiendo de intentos y luchas que ya no me pertenecían. Disfrutar de la vida y sus transitares fueron los dos objetivos nuevos. El libro ya había estado en mis manos, ya había sido leído, calcado, pintado, recitado. Así que evité que la tristeza se albergara para seguir con los compases de camino.

Pero algo sucedió.

Y una Pandemia llegó. Lo que no imaginamos que viviríamos, lo que leía como historia del Medievo, lo que por bajo ninguna circunstancia pensaría. Pandemia. Y quédate en tu casa. Quédate tranquilo, cuidando la vida, ajustando motores y en el caso de poder, vivir tiempos de más espacio tranquilo sin perturbación.

Y una herramienta electrónica se convirtió en mi búsqueda de objetos para el día a día sustituyendo las tiendas cerradas. Y un buen día, sin prisa y sin pausa se me ocurrió que Andersen se habría hecho moderno. Que le gustaba estar en medios nuevos. Y sí, mi joya ahí me esperaba.

Libros antiguos de Coyoacán. Una señora coleccionista. ¿Tiene a Andersen y cuentos? ¿Pasta dura blanca ilustrada? ¿Es de grandes dimensiones?

Todo afirmativo. Un poco descosido, pero nada que no pueda arreglar. Páginas amarillas por el tiempo que todo lo transforma. 370 pesos más gastos de envío. Llega en esta semana.

Y fue en Pandemia que Andersen volvió a entrar en casa. Llegó para ocupar un lugar especial en el librero bajo llave. No creo que la oscuridad vuelva a caminar aquí, pero por si se le ocurriera poner un pié Andersen estaría protegido.

Y en la tranquilidad de un fenómeno inesperado llega lo buscado. En lo inverosímil, lo no cotidiano, lo no repetitivo. Se aprovecha la andanza, sí, pero la meta final se presenta cuando nuestro rostro está de espalda. Cuando miramos a otros sucesos, y es como si te tocaran la espalda con cuidado, en el hombro, con los dedos tiernos y supieras sin voltear qué persona es. Es un susurro tibio al oído de alguien que ansiabas reencontrar.

Los libros, los abuelos, los amores, los regalos. Los niños que reciben ilusiones y que recuerdan cosas bonitas, bonitas de verdad. Que se manchan de chocolate, que se raspan la rodilla en la bicicleta, que corren en un parque sin preocuparse. Por más niños así. Por más libros que quieran niños. Por más mundos que cuiden de la niñez siempre.

Y sí, Andersen estaría orgulloso, pero fue mi abuelo el que me instaló la ilusión de pasta dura y blanca ilustrada. Fue mi abuelo el que me guió por uno de los pasillos de Ferias, de viajes, de pasiones. La lectura y mi abuelo. La lectura y unos zapatos rojos en las páginas amarillas de un libro blanco.

Siempre hay alguien que nos espera…

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  1. Me encantó, me hiciste recordar a mu abuelo y muchas cosas más, milll gracias

  2. Me encantó! Me acordé de mi abue 💋 … el que busca, encuentra!