
Las Vegas huele a loción…
Se dice que no se sabe con qué se topará una persona en un momento determinado. La vida y los pasos van de la mano para tener momentos inesperados, desdibujados y memorables. Como un ajedrez que propone caminar con orden y luego lanza pasos en diagonal para llegar a un fin.
En el mes de Julio se recibe dotación de carteles cómicos con la imagen de Julio Iglesias. Siempre he festejado nuestro humor ante un hecho de tomar el mismo nombre del mes con alguna broma coincidente del nombre de un portador. Pero a mí Julio Iglesias me recuerda más bien al encuentro de lado que tuve con su persona hace ya muchos años. Tanto verlo de diario en los mensajes me puso a pensar en aquel verano de 1992.
En ese año fui invitada por amigas a la ciudad del pecado y juego, de lo artificial y luces, de la comida en exceso y sus bufetes babilónicos y del sonido de monedas en máquinas gigantes que anuncian el 777 con música y aplausos. Las Vegas. Confieso que lo que para muchos es un paraíso vacacional donde los cuarenta grados juegan con la estética de pantalones cortos, para mí es el último destino que aprecio para despejarme. Las Vegas me abruma, me corta mi reloj biológico, me llena pulmones de aire artificial para seguir en un baile de sentada e inversión de monedas de 25 centavos. No es lo mío, no lo centro en parte de mis deseos. Sin embargo alguna de las cosas que salvan esta ciudad para mi persona en los momentos que lo he visitado son los espectáculos. Esos si son brillosos, me gustan y trato de destinar mi viaje a esos momentos donde el teatro me espera con el clima helado y las luces indirectas. En ese primer viaje decidimos visitar al famoso mago David Copperfield. Una fantasía que se puso de moda con los tickets más caros pero que valían su equivalente en cada centavo pagado. Frente a nuestros ojos, el hombre exótico de ojos oscuros desapareció una moto apareciendo de un segundo a otro montándola en la parte de arriba del teatro. Todo un suceso. David Copperfield había desaparecido la estatua de la libertad, monumentos famosos y su misma persona meses antes por lo que mi asombro ya estaba menguado. Pero fue todo un disfrute el tenerlo de frente y después hacer la fila para la firma de autógrafos y la foto obligada. Los ojos más profundos que mi mirada haya advertido son los de él. Simpático, ligero, con la sonrisa horizontal y los dientes verticales amplios.
El siguiente día decidimos acudir a nuestra segunda reserva. Los magos Siegfried and Roy. El Mirage albergaba en esos momentos a los tigres blancos más limpios y educados por una pareja de ilusionistas que basaban sus ganancias en éstos animales. El salón era circular y ante él, el estrado donde los gatos gigantes a rayas comenzarían a ser actores amaestrados ante un público notorio. Así transcurrieron las horas hasta que los mismos magos, finalizando en show, hicieron silencio para dar las gracias a todos pero sobretodo, para agradecer la presencia de Julio Iglesias entre los asistentes. Yo, con una emoción callada, me percaté de la luz de reflector que ubicaba al español y de pronto la vi tan cerca…estaba en la mesa de un lado. En todo el show mi mirada prefirió al tigre que tener un viaje 360 para detectar a la gente alrededor. No lo vi. No sabía que nuestras cabezas estaban casi juntas. Tomamos las mismas bebidas, escuchamos la misma música, delimitamos los mismos asombros, aplaudimos en los mismos minutos.
Mi asombro controlado duró muy poco porque mi voz le ganó a la emoción.
-¡Julio!
Inmediatamente el hombre volteó su cabeza para advertirme y sonreír con unos dientes similares a los del mago. Bronceado, con camisa de lino blanco y chaquetilla marino con botonadura dorada, estaba ahí, a centímetros. Ante la conmoción del público que seguía la figura de su persona por estar de moda según canciones y no carteles, Julio tuvo que saltar las mesas y ser ayudado por un séquito de seguridad para abandonar la sala. Todos corrieron tras de él, todos menos yo. Lo había tenido tan de cerca que hasta adivinaba su loción. Así que quieta decidí que si mi suerte ese día estaba de mi lado, para otros era la búsqueda de la misma corriendo para encontrarla hasta los elevadores.
Iglesias siempre me había gustado. Cuando era muy chica lo miraba con deleite por su físico espigado, su bronceado perfecto y sus manos estratégicas. Iglesias con su juventud natural me provocaba quedarme quieta en la página en la cual estaba su fotografía. Otro físico con menos ayudas estéticas mismas que hoy impiden que detenga mi mirada. Y la vida lo había puesto tan cerca que no había necesidad de seguir buscando si su figura se aparecía en algún horizonte. Con eso bastaba, con eso tenía.
Habría después otros famosos que toparían mis tablas negras con blanco y que después se platicarán en otro espacio. Hoy en Julio, le damos la importancia al que toma su lugar en letras del mes.
El espectáculo de los magos siguió varios años hasta que en el 2003 un tigre decidió hacer el proceso al revés y atacar a uno de ellos. Ante el público el felino lo tomó por el cuello y lo sacudió hasta provocar en el hombre una parálisis. El otro hombre decidió cuidarlo y adecuar la mansión a los cuidados del afectado. El tigre siguió vivo jugando en los espacios que ambos le regalaron dentro de su casa. Tal vez hicieron las paces porque de accidentes ya no hubo nada. Lo que sí hubo fue un 2021 en que a Roy se lo llevó el Covid y a su pareja Siegfried, meses más tarde, el cáncer.
Los tigres les sobreviven y el olor de la loción de un español que decidió sentarse a un lado de la mesa que ocuparían mexicanas.
Los encuentros son como ajedrez…que hacen Jaque Mate.
Siempre hay alguien que te espera…