Skip links
 
 

Las luces que quieren ser amigas…

Hace muchos años tuve la experiencia de platicar por azar con dos personas que habían tenido en su vida experiencias con un Objeto Volador No Identificado. La palabra más común, OVNIS. A mí me gusta intercambiar el Volador por Visible. A veces no vuelan, a veces están tan robustos sobre plataformas, a veces sus habitantes están en la escena más igualitaria del cine donde todos conviven en un bar sin pensar siquiera en la diferencia de clases sociales.

El primer hombre que me confesó esto fue un amigo cercano. Lo comentó cuando se me ocurrió decir que yo estaba segura que existían, que el universo es tan grande que es tan egocéntrico pensar que no hay más que nosotros. Platicó con voz queda su experiencia, sólo me dijo, -porque sé que crees-.

El venía conduciendo en soledad por la carretera de Laredo a Monterrey. Con cuidado, con música, pero a solas. No había otro vehículo cercano. De repente observó como unas luces resplandecientes comenzaban a alinearse a su auto de lado y el objeto quedaba suspendido en el aire pero avanzando a la par de él. Así, con el cuerpo lleno de miedo y la música apagada, recorrió gran parte de la carretera. –Me cuidaban, me protegían, esa fue la sensación-.

Al momento de entrar a la ciudad, el objeto se giró y de pronto subía hasta perderse. La ciudad, creo yo, les dio un miedo terrible. Pensaron, imagino, que podían ser expuestos a secuestros, balaceras, pleitos y decidieron dejar a mi amigo en su mundo ya hecho y con las decisiones tomadas. Esta conversación ha sido de las más interesantes que he tenido en mi vida. Alguien cercano había estado tan cerca de algo no explicado. Por la naturaleza de la conversación el decidió no contarlo mucho, no contarlo siempre. Sólo a unos pocos, sólo a los que no verían su persona trastornada. Yo le creí.

Pasó el tiempo y cuando trabajaba en una Institución Financiera, mi jefe de entonces llegó una mañana con las ojeras más profundas y la sonrisa extraña. Fui de inmediato a su guarida y con café en mano le pregunté sobre su estado.

–Cierra la puerta. Esto no pienso platicarlo a todos, pero sé que tú me entenderás. Anoche, cuando estaba en el patio, vi con mis ojos un extraño objeto volador, se posaba arriba del techo y emitía luces refulgentes. Yo desperté a toda la familia y todos observamos el fenómeno. Por alguna razón, me sentí cuidado, protegido. Subí al techo y levanté mis brazos para que entendieran que yo estaba dispuesto a irme con ellos. Pero nada pasó. De repente el objeto giraba y subía con una velocidad atónita-.

Luces, giros, protección y cuidado, esperanza de que algo más habite entre nosotros. El común denominador era yo, que para ellos fui persona que podía digerir los capítulos más absurdos.

Los comentarios cuando vienen de fanáticos son absurdos y por el contrario, cuando vienen de gente normal, con una vida de trabajo y estudio, pragmáticos, son diferentes. Por ende, ambos casos los tomé como serios y responsables.

Y así pasaron muchos años y yo seguí viviendo mi vida. Hasta que el 2020 llegó. Pandemia, Covid-19, el mundo de cabeza y un encierro primerizo que no sabíamos realizar. Las ciudades se vaciaron, se fueron a sus casas, y los animales podían caminar en calles, y los famosos nos daban cátedra de cocina y aprendimos a descubrir los rincones nunca visitados de nuestras casas. Aprendimos a podar plantas, a visitar museos por pantallas, a leer nuevos temas y a mostrar apoyo por los primeros que cayeron en el sueño profundo del contagio. Observamos lo más insólito, lo que nunca era foco de atención. Una vez más, la Historia se imponía ante un circuito automático de actividades. Y por una salud mental que salvar y por la cual siempre he brindado, buscamos los espacios de burbujas protegidos para ver de frente a personas similares. Mis burbujas fueron muy cuidadas, de las que cuidaban contagios, de las que tomaban enserio esto que nos visitaba. Y así, decidimos tres amigas vernos lo que quedaba de cara, entre cubre bocas, pantallas de plástico, geles y desinfectantes. La terraza era amplia, al aire libre y con un buffet de productos admitidos por la OMS. La comida en desechable, con nuestros cubiertos de casa. Mi vista se direccionaba a la Sierra Madre, cubría en su totalidad los picos de la famosa M que nos dan identidad. Y yo sentía algo diferente.

Y esto que escribo lo hago por primera vez, ante suscriptores que desconozco si será tomado en serio o simplemente pensarán que el exceso de gel se había manifestado en las tres viendo ciencia ficción en una cena.

Luces en la cúspide de la montaña, formando un triángulo perfecto. Por la intensidad de alumbramiento pensé que si fueran focos normales serían del tamaño del edificio más alto y ancho del mundo. No eran normales. Un silencio ensordecedor fue el invitado de honor. La primera sorprendida fui yo. A la anfitriona le pregunté si eso era normal y cuando volteó su vista no podía hablar. Llamó a su esposo y sucedió lo mismo. Al poco tiempo, vecinos de casas comenzaron a salir con la vista en alto. Con esto aseguré que algo pasaba.

Hicimos silencio, observamos y se me ocurrió comenzar lo que sería un diálogo con las luces.-Hagamos preguntas, veremos cómo se replican luces-.

La plática transcurrió tratando de codificar las respuestas de las luces. A la izquierda es NO, a la derecha es SI. Las tres alineadas es un mensaje, las tres apagadas es la respuesta de lo absurdo.

Muchas preguntas surgieron, internas y externas, como uno de esos juegos de tablero. Yo estaba asombrada de forma positiva y recordé a los dos hombres que habían confiado en mis orejas ante hechos sin explicación. Lo más reconfortante fue preguntar si la Paz era parte de su plan, ver que las tres luces se alineaban brillosas. Y de repente, descontroladas trataban de mostrarnos lo que interpreté como una danza, una alegría, un cuidado, una protección.

Las luces siguieron y la noche cayó tan tarde que decidí hacer la prueba de mi temple. Conducir mi auto a solas, en una ciudad vacía y con los luces observando mi camino. Y así lo hice.

Repetí lo que mi amigo había hecho en la carretera, bajé el volumen de música y me atreví a bajar la ventana del vehículo. Ahí estaban, ahí seguían. Yo las advertía y seguía haciéndoles preguntas en mi interior hasta que llegué al hogar buscado. Traté de asegurarme que vieran dónde habitaba mi persona y en mi código secreto hice el pacto de que si hubiese necesidad de acompañarlos, yo iría. Con lo curiosa que soy aseguro que me atrevería a visitar algo que se nos ha vendido diferente. Imaginar estar lejos, en otro universo, con otras experiencias y poderlo plasmar en mente y escritos. Conocer nuevos códigos de ética, de comportamientos, de formas de convivir.

Las luces se fueron apagando, conforme la Pandemia avanzaba y se permitía poco a poco a los humanos salir de guaridas. Mi amiga me dice que hay días que las busca, y sólo en ciertos momentos las observa con una potencia más débil. Yo cada noche antes de dormir miro por mi ventana que apunta a la misma M y les doy las buenas noches. No sé si el espacio – tiempo sea similar, pero sé que me entienden.

Se necesita una oscuridad absoluta para ver la luz. Se necesita un silencio absoluto para dialogar diferente. Se necesita una mente abierta para entender las cosas que bautizamos ridículas e inverosímiles. Se necesita una Sierra Madre tan alta para ser aparador. Se necesita un vehículo andando para acompañar. Se necesita un hogar con reja eléctrica para dar bienvenida a lo desconocido.

Se necesita, necesitamos, todos nos necesitamos. Y ellas decidieron alejarse de la cotidianeidad de los humanos que volvimos a realizar las mismas tareas, los mismos vicios, las mismas atrocidades, las mismas alegrías.

Pero ellas me enseñaron a mirar hacia arriba, donde se ponen los atardeceres, donde nacen los pájaros, donde los árboles ofrecen su mejor brisa.

Siempre hay alguien que te espera…

Deja un Comentario...

  1. Muy padre!!!
    Me encantó, muy interesante y la forma de narrarlo te introduce en lo que se habla…
    Muy bueno, como siempre…..
    Un abrazo 🤗