Skip links
 
 

Las hojas que semejan barcos en el agua…

Cuando era pequeña se jugaban juegos que hoy no se intentan. Los mundos de los niños navegaban entre pelotas de colores en las calles con vecinos, las rondas de “encantados”, los listones de colores. El agua corría en las orillas de las calles y ahí, imaginábamos mares que requerían de navíos en competencias. Se aprovechaban las hojas caídas de árboles para que cada niño las marcara con iniciales con las uñas y ponerlas a correr libremente. El que ganaba, tenía de premio un aplauso y a veces, un simple vaso de limonada.

Esos eran los juegos. En los colegios se intercambiaban estampitas de películas famosas y papel de carta con calcas de flores y muñecas. También corríamos por los jardines para buscar el lugar perfecto para sacar el simple elástico de mercería con nudo doble y todas pasar a brincar e ir subiendo la complejidad del salto. Cada ronda subía, desde tobillos, pantorrillas, rodilla y ya, en salto mortal, cintura. Esos eran los juegos.

Las loncheras contenían un simple sándwich de queso amarillo o galletas de la marca regional, fruta o tamarindos. Y entre círculos de compañeras se intercambiaba la comida como especie de cofradía gastronómica. El pan era simple, el queso también.

Así crecí. Así crecimos en una época que sólo advertíamos las que estábamos. El famoso bullying existía, siempre ha existido. En mi mente recuerdo estos episodios como defensa personal de límites y charlas infantiles.

-Si sigues diciendo esto de mí, ya no te daré de mi sándwich-. Palabras mágicas. También hablábamos de la comparación del dedo chiquito con la amistad eterna. Y yo no sé qué polvo mágico nos cubría porque la solución siempre se prestaba pronta.

Había diversión, deber y construcción de niñas en crecimiento que más tarde serían adolescentes y finalmente adultas. No éramos productos terminados, teníamos trabajo de molde de barro que poco a poco va tomando forma. Y hoy somos esos jarrones que bien podrían venderse en tiendas pero que tienen riesgos de romperse.

Esta semana he estado reflexionando mucho sobre este tema. Un tema tan actual que pone los pelos de punta ante un ejército de jóvenes que viven en trincheras escuchando las bombas. Un artículo que dio la vuelta al mundo y soltó alarmas tan fuertes como simulacros de incendio. El realizador, Youth Risk Behavior Survey y Univisión como vocero. A los pocos minutos, New York Times y Washington Post advertían del mismo.

-Adolescentes en EEUU están inmersas en una creciente ola de tristeza, revela estudio. Tres de cada cinco jóvenes sufrió tristeza persistente en 2021, 60% más que la década pasada. Uno de cada tres jóvenes admite haber tenido pensamientos suicidas. 15% de las niñas encuestadas dijeron haber sido forzadas físicamente a tener sexo y ser víctimas de acoso cibernético-. Esto como resumen del extenso artículo que llenaba mi cuerpo de coraje y empatía al mismo tiempo. Una novela negra de terror.

Los niños hoy en día tienen algo que nosotros carecimos (y que doy gracias diariamente por no haber tenido): Redes Sociales.

Ser partícipe de esta dotación de vidas falsas, rostros con filtros, bolsas de marcas caras, influencias de viajes, ropa, plástico y cartón en buena medida ha aportado ese ingrediente que sume a los niños y jóvenes en un desear constante de artículos que parecieran vitales. No poder vivir sin la prenda, el abrigo, el “avocado toast”, el jugo vegano, el “muffin” de ingrediente exótico y la foto en el lugar de “selfie spot”. No lo entiendo, no lo comprendo. Pero no lo hago porque no soy joven expuesto ni niño que en lugar de tener hojas de árbol, tiene un aparato en la mano durante horas y con la experiencia de verse en historias ajenas publicadas por amigos que lograron capturar su punto vulnerable. Y en un abrir y cerrar de ojos, una vida expuesta marca a una persona de por vida.

Hace varios años fui invitada para realizar un programa de ayuda en jóvenes de carrera universitaria. El programa consistía en platicar con jóvenes que habían sido ciberabusados, dialogar y mostrar un mundo de opciones para que su vida fuera más llevadera. Me asignaron una joven que había sido víctima de algo atroz. Vaya sorpresa…Traiciones, fotos, redes de un soporte de amistades y pareja que no podían siquiera articular. El primer paso fue ponerle nombre, decir en voz alta el pensamiento recurrente.

-Fui víctima de acoso cibernético y quisiera desaparecer del mundo.- Alto.

Mediante un equipo interdisciplinar de psicólogo, educador y padres pudimos re – direccionar el caso, pero el daño ya estaba hecho. Esta joven tan linda y con toda la vida por delante decidió en conjunto con sus padres vivir en otro País. Así de simple, así de complicado. Y todos apoyamos la decisión, porque sólo ella sabía en carne propia lo sentido y vivido.

A ella yo le platicaba de Yayoi Kusama, esta artista tan renombrada que su pincel dibuja puntos para calmar su piel y su mente. Yayoi venía de una familia establecida en Japón con un padre mujeriego y una madre celosa. Vaya combinación. A Yayoi, su madre le ordenaba espiar las aventuras del padre para que pudiera platicárselas y así, formó una hija temerosa y con el sueño de huir al otro lado del mundo. Ella pintaba, pintaba a toda hora, puntos, muchos puntos, y calabazas, muchas calabazas. Ella con el valor que se requiere buscó ser acogida en el Nueva York de los 60’s y lograba cruzar el mar sin que sus padres pusieran sus manos encima. Y desarrollaba talento, mucho talento. Creó un mundo alterno que poco a poco se fue dado a conocer y que era tan exquisito que lograba ser copiada. Cuando advertía esto, subía el escalón para crear algo nuevo y sin pena fue caminando en un mundo masculino de Warhol y otros. Y Yayoi logró lo que muchos no pudieron. Esas escenas de espejos infinitos y sus demandas sociales en escenas con actrices para que el Presidente Nixon parara una guerra. No lo logró, pero su intención quedó en la historia. Kusama fue la única mujer artista que logró redactar una carta a su Presidente para que este impusiera la Paz. Dicha carta fue publicada en el diario de moda y Kusama estaba en todas las bocas de la ciudad de los rascacielos. Nixon no contestó. Nixon estaba ocupado en su Watergate.

Así, fui mostrando a la joven de Universidad los cuentos reales de las personas que tienen una problemática compleja, el desarrollo de talento, de un mundo alterno, un mundo acompañado por los que aman y muestran compasión en vez de competencia.

Ella lo entendió. Pero su talento necesitaba ser desarrollado fuera, así como lo hizo Yayoi, con mares de fondo, con flores en botón.

La complejidad de esta época nos corresponde a todos, madres, no madres, padres, no padres, niños, colegios, abuelos, amigos. La complejidad de la época no tiene un manual de usuario, un manual de pasos o procesos del cómo resolver problemas.

Esta semana fui invitada a la presentación de un libro. Uno que habla del parenting, uno que nos regala las historias nítidas de la construcción de valores en relaciones de hijos, padres, familia…y el sólo hecho de plasmar las historias de una forma simple y delicada invita a reflexionar sobre lo que hacemos en el hoy. Un libro delicado, con textura de piel de bebé, con el color del talco de niño, con el ruido de canción de cuna. Y como lo dice su autora, “solo puedes ser mamá de ti misma. Encárgate de ti”. Y así es. Un encargo que también necesita de otros para mecer en el regazo que tanta falta hace a los niños y jóvenes de hoy.

Hoy quiero dedicar este escrito a ellos que sufren esta complejidad. Me gustaría decirles que todo pasa (aunque admito que no siempre es así) y escribirles letreros y cartas en las que pueda recitarles un poema, un rayo de luz ante las pantallas negras. Me gustaría decirles que los aguacates en un pan siempre han sido simples, que caminen en corredores llenos de verdes, que visiten museos para alejar pesadillas, y que las redes bien usadas nos enseñan cosas positivas. Que la cultura cura, que las artes regresan el alma al cuerpo. Que son cobijo y tiempo bien invertido.

Me gustaría que tocaran la textura de este libro para que sintieran lo suave que la vida tiene, me gustaría que leyeran sus palabras simples y de amor en una canción con ritmo. Pero sobretodo me gustaría decirles a sus padres, maestros y amigos, que lo único que nos salva es la mirada profunda y las manos que guían con ejemplos.

Los niños y jóvenes necesitan de todos. Que la salud mental sea una estadística menor es responsabilidad de todos, así que vayamos por los días conversando con el niño y joven que se cruce en caminos. Tal vez necesite de esa palabra en ese momento. Tal vez si conociera el juego de las hojas en agua lo realizaría a diario.

Y finalmente, mis amigas de elástico siguen en mi vida sin recuerdos tortuosos de un pasado de historias.

Y finalmente mi joven de Universidad vive en paz al otro lado del mundo y sus redes son más estrechas que virales.

Y finalmente Nixon renunció. El escándalo se hizo de tal magnitud que Yayoi Kusama advertía que si hubiera dedicado la estadía presidencial a la paz, no hubiera sucedido.

Y finalmente los libros se publican para ser leídos y reflexionados sin olvidar que sus texturas son las puertas de entrada en un mundo de enseñanza. Uno que puede ser premiado con un simple vaso de limonada.

Siempre hay alguien que te espera…

Libro: Más que mil palabras, Cristina Cortés, Editorial Seek, 2023.

Deja un Comentario...