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Cuando la naturaleza grita como un Turner…

Esta semana leí un artículo que me pareció contundente. La pregunta consistía en reflexionar sobre las obras de arte que han impactado hasta el punto de expresar llanto o emoción suprema. Mucho me hizo pensar sobre esto y más me enriqueció leer los comentarios de los interesados en responder a tan profunda pregunta. Me di a la tarea de enlistar las obras repetitivas de eso tan extraño que llamamos Arte.

Sin orden de importancia se mencionaron La Piedad de Miguel Angel, el Cristo de Velázquez, La Venus de Botticelli, Los Girasoles de Van Gogh, Los Lirios de Monet, Las Meninas de Velázquez y así, los más famosos y conocidos. Había algunas respuestas más específicas y diferentes pero sin duda las más especiales mencionaban a Turner.

Joseph Mallord William Turner. Nacido en Inglaterra en 1775 en una familia de clase media donde su padre dedicaba su vida a hacer pelucas. Su madre sufrió de depresiones crónicas por la pérdida de la hija menor y esta fue la determinación que tuvo su progenitor al enviarlo con sus tíos para que viviera una vida más apacible. Turner vivía en una ciudad pequeña a orillas del Támesis y desde pequeño mostró inclinación por los pinceles. Sus tíos al observar este hecho apoyaron el pasatiempo solitario del chico que diariamente se sentaba a observar las aguas, la naturaleza, el sol y la luna. Turner logró lo que nadie en la historia ha podido. Entrar a la Royal Academy of Art (Londres) a los 14 años. Sus trabajos de acuarela y el impecable manejo de luces y sombras le valieron ese lugar que adultos pagarían por tener. Por esta misma razón, Turner fue un niño maduro, independiente, excéntrico y con un talento exquisito que sabía, muchos envidiaban. No durmió en laureles, siguió perfeccionando su trabajo que para muchos es de los más importantes que ha heredado el mundo de la pintura.

Ver un Turner es estremecerse. Observar un Turner es reflexionar sobre lo minúsculos que somos ante una naturaleza tan grande. Turner es el sillón de piel fina, el coñac curado, el vino reposado, el traje hecho a medida. Turner es el bocado más delicado, el sombrero de copa, el guante perfecto. Turner es el café sin azúcar, el abrigo más ajustado, lo fino, lo que no juega, lo que no es criticado. Las palabras enmudecen ante la magnificencia de su obra que danza en lo sublime. Para Turner la belleza de la naturaleza es tema central y nos regala el pensamiento del ser humano tan vulnerable ante una madre que siempre clamará lo que es suyo. Y la madre, aunque la veneremos al nivel de desconocer defectos, los tiene sin lugar a duda. Y eso es él y su pintura, la definición de sublime que es tan bello que abruma.

Turner siguió su camino premiado y logró tener una amistad de las más notorias, la de su Padre. Ellos compartían el éxito del joven callado entre adultos gritones. Cuando su padre falleció Turner enfermó a tal grado que tuvo el tiempo y decisión de hacer su testamento. En él, donaba toda su fortuna a los artistas desmoronados. Su sepultura sería en la Catedral de San Pablo y su obra donada a Inglaterra. Así fue y Turner pronto se convertiría en el artista más querido y más centrado al ojo artístico. Pasado el tiempo el Gobierno de Inglaterra decidió que el billete de 20 libras llevara su imagen y en conjunto con Museos Británicos crear el prestigioso Premio Turner, ese premio que es el más importante a nivel de Artes. Cada año este premio tiene a un representante del que sería la acumulación de obra más perfecta.

Turner juega con el presente y futuro, crea pinceladas de luz que más tarde usarían como inspiración los Impresionistas y podría decirse que también los abstractos. Siempre habrá algo que recuerde a Turner hasta nuestros días, por algo es el padre del Romanticismo que rompe al Neoclásico. Es la emoción encima de la sabiduría.

Pero este pintor central nos regala la gran reflexión de la pequeñez humana ante una  naturaleza que siempre moverá sus brazos a nivel de bostezo para acomodar su cuerpo de nuevo. La naturaleza nos grita los lugares que podrían arder, inundar, sacudir, devastar. Es la madre que nos dice un te lo dije y que trata de llevar al regazo el llanto del hijo herido.

Esta semana como en muchas de nuestra historia despertamos ante un movimiento de naturaleza muy fuerte. El país de las alfombras y lámparas mágicas, de belleza de imperios y de perfumes exóticos movía sus estabilidades hasta el punto de hacerlo doble al mismo número medido por el hombre. Nuestros ojos volvieron a sorprenderse ante una época en la cual la historia futura se escribe en el presente con eventos poco usuales, diferentes y abrumadores (sublimes). Y no existe punto de cuestionar si la madre lo advirtió antes ante el mapeo extensivo de fallas en sus dentros, simplemente mostramos la empatía necesaria para poder ayudar aunque sea con una lata de lentejas. Lo que sea, lo que venga, lo que pueda dar un minuto de calma a una población que sufre, y sufre mucho.

Si Turner viviera apuesto que dentro de sus desmoronados estarían ellos. Si Turner viviera pintaría la escena para que su obra pudiera subastarse tan cara con dividendos de donación.

En su pintura “El último viaje del Temerario”, Turner pinta un barco viejo, despedazado, pesado, inservible y a su lado, uno más grande, transparente, blanco lleno de esperanza. Es la muerte de lo longevo ante el nacimiento del recién nacido. Es el paso del tiempo que es innegable para todos, las arrugas frente a lo terso, las canas frente a lo pigmentado. Pero ese barco antiguo ganó batallas, luchó en contra de los mares y navegó fuertemente en las aguas inglesas para defender su nación. Y justamente eso debe de aprender el navío nuevo y con mucha suerte tratará de igualar esos logros.

Las tierras que se tiemblan en algún momento pasarán a lo nuevo soportando los duelos de las pérdidas que una calculadora pequeña no puede cubrir. Y se escribirán en historias que en un futuro serán records al evento que siga dictando la madre. En el mejor de los casos se aprenderá que sobre una falla sublime de la tierra no debe de existir casa alguna y en caso de empeño, tener el cuidado de la nueva tecnología de construcción para evitar que el bostezo despierte a todo un País.

La importancia de lo sublime, de las obras más importantes que logran causar emociones en los espectadores que fácilmente son recordadas ante una pregunta simple. Una pregunta que hizo que mi mente reflexionara y conectara todos estos puntos.

Para los desmoronados, los que han perdido todo, quisiera pensar que algo grande les espera, que mágicamente sus heridas tendrán calma y agua oxigenada. Quisiera pensar que el bostezo haya sido suficiente por siempre y la madre haya decidido volver a dormir plácidamente que lo prefiera en vez de despertar.

Siempre hay alguien que te espera…

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