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La vulnerabilidad de un Nobel…

Los recuerdos son esa caja de sorpresas casi siempre dañada en su ir y venir de apreturas. Generalmente su broche está tan dañado que ya se le ha otorgado una manía para manipularlo. En esa caja que la mayoría de los humanos tenemos existen cartas, fotografías, servilletas con logos de restaurantes, encajes, botones, flores marchitas y recuerdos de eventos conmemorativos hechos de diferentes medios. Boletos de avión antiguos, reservas de hoteles emblemáticos, diplomas de nuestra niñez de un curso de pintura y correas de mascotas que ya no están.

También se albergan en dicha caja las voces lejanas, los ruidos sordos, la memoria que retrocede como una bebeleche para llegar a recordar el preciso momento donde todo ocurrió. Aromas podridos, colores absortos, alas sin vuelo.

A Gabriel García Márquez lo leí de adulta. Ese fue el consejo de mi abuelo para no caer en la espiral frustrada de los 100 años de soledad más zigzagueados. Lo hice con cuaderno en mano y pluma que anotara el famoso árbol genealógico. Quería conocer la historia que fue rechazada en sus inicios por editoriales mexicanas donde Gabo tocó varias puertas. En sus palabras siempre apuntaba a esa historia de frustración al no tener ya medios económicos para subsistir y una esposa que le aplaudía su sueño. Tal vez sin Meche no hubiéramos conocido su obra. Ella siempre apoyaba dando en empeño múltiples artefactos domésticos para así costear las impresiones, envíos y telegramas. El rechazo inminente hizo que los 100 años viajaran a Buenos Aires para que así pudiera ser aceptado. Tal vez ese sobre que enviaba Meche necesitaba de dulce de leche en vez de mole, tal vez ese manuscrito estaba preparado para bailar tango en vez de escuchar a un mariachi.

El realismo mágico de Gabo es de esos bocados que necesitan comerse despacio. Necesita primero visualizarse a lo lejos, empaparse de la jugosidad, olerlo con paciencia antes de que entre a la boca para ser degustado. Entre mariposas amarillas y muertas que ascienden al cielo al momento de su muerte es casi profético expulsar una lágrima cuando el ejemplar está en las manos del lector paciente.

Así, obra por obra posterior, coroneles y amores de cólera, capitanes y muertes anunciadas acostumbramos a nuestro intelecto a una literatura puntiaguda, imaginaria, metafórica, estudiada…muy estudiada.

Gabo, al final de sus días tenía lo que muchos ancianos soportan. Un ir y venir de ideas de blanco y negro que dejan espacios a ser completados. Ellos lo saben. Nosotros lo sabremos cuando vivamos esa etapa de la vida. Los afortunados que acariciarán la caja de recuerdos mostrando una sonrisa de satisfacción por el camino recorrido.

Pero, ¿qué puede sentir un premio nobel de literatura tan alabado en su ocaso?

“En agosto nos vemos” es esa caja de recuerdos de un escritor tan llorado un 17 de abril del 2014 cuando su muerte fue anunciada en una crónica.

Recuerdo ese día tan claro. Me encontraba con mujeres de familia tomando una deliciosa sangría que de helada se fue a hirviente en unos segundos al leer la noticia. Recuerdo que lo primero que expresé fue que nos perderíamos de futuros libros que su mano dictara.

“En agosto nos vemos” fue anunciado hace pocos días para regalarnos a los lectores la oportunidad exclusiva y única de aceptar la vulnerabilidad del Gabo.

Antes de morir y en pleno conocimiento de que sus recuerdos iban y venían en el barco del río Magdalena el autor escribió, escribió mucho. Tenía ese miedo de que sus palabras no fueran coherentes y sus deseos eran casi pulcros con la terrible idea de decepcionar al lector. ¿Cómo puede decepcionar alguien que “Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo.”?

“En agosto nos vemos” es el claro ejemplo de las etapas de un ser humano. Es el regalo de sus últimos días, es el paso de bastón, la comida no digerida, la vista nublada y las manos tiesas. ¿Cómo podría Gabo decepcionar a su lector si siempre nos regaló la vulnerabilidad de sus personajes? En sus libros rezan el amor no correspondido, la muerte injusta, la soledad, el cuarto vacío, el ocaso de un atardecer, el vehículo que ya no funciona.

“En agosto nos vemos” llegó ayer a mi puerta. Mi forma de recibirlo fue tocando sus hojas, oliendo sus letras y sobretodo, observando esa edición especial. Sus hijos nos regalan las últimas palabras de su padre, las hojas editadas del manuscrito rayado como debe de ser siempre, en rojo, negro, con signos interrogantes, cambiando estilo y afilando ortografía.

Hoy tendré el deleite de adentrarme en esa mente de Gabriel García Márquez que estaba en mecedora, con medicamentos, con frases parchadas y olores amplios.

“En Agosto nos vemos” es el claro ejemplo de que la vulnerabilidad humana es sinónimo de dulzura, atención, paciencia y armonía.

Y García Márquez podría ahora decir que no “se sintió olvidado, no con el olvido remediable del corazón, sino con otro olvido más cruel e irrevocable que él conocía muy bien, porque era el olvido de la muerte”.

Siempre hay alguien que te espera…

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