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Mientras Jesús resistió sin descanso, el arte abrazó la inactividad…

Muchas son las ocasiones en que menciono la imagen que tengo de Jesús, ese personaje líder que en muchas otras religiones que no pertenecen a la rama cristiana admiten, admiran, veneran. Un hombre joven, moderno y con la palabra tan afilada que hasta los templos se sacudían ante sus pensamientos. Un hombre que escogía gente que se dedicaba a la noble labor de pescador y hasta recaudadores de impuestos. Otros que en su mente aislada sobrevenía la envidia y la traición. Hombres en su mayoría y mujeres que el mismo unía a su grupo diverso para acompañarlo en los días calurosos y polvorientos para poder llevar lo que se entendía como la palabra de su padre Dios.

Eso hemos leído y repetido infinidad de veces en rituales que desde pequeños aprendimos a entender y que conforme la edad avanzaba, la curiosidad ayudaba a comprender de formas más maduras. Un hombre en túnica con facciones perfectas y manos sedosas, con labios que sólo profetizaban y armaban desmanes para que por medio de metáforas comprendiéramos la misión de la vida.

Para mí Jesús es un hombre que lejos de ser de otra vida es más cercano e igual que los que estamos. Un contemporáneo atrevido que logra ser más contundente que el más serio de los gobernantes actuales. De pocas palabras, cariñoso, firme y con mirada de miel.

Lo que esta semana ha ocurrido es la conmemoración del calvario de ese hombre que fue enviado para borrar el pecado de todos y que lo hizo bajo un yugo incansable.

El no descansó. No tuvo la oportunidad de tomarse esos días para ir a otra ciudad y nadar en el mar y mucho menos mostrar una visa para irse de compras a un país vecino.

El con todo su dolor y sin entender a ciencia cierta el porqué tenía que realizar toda su penitencia omitió el descanso. La humillación, el dolor comunitario, el dedo apuntando, la burla, el juego y traiciones formaron parte de esa semana exacta donde concluyó su misión con tres clavos y una corona de espinas.

Y lo entendimos, o creemos que hemos entendido.

Hace unos días leí en una editorial sobre algo que relaciono con lo anterior descrito. Una artista catalana que falleció a la edad de 39 años dormida. La muerte de los justos, dicen.

Ella, Camila Cañeque, se describía como la artista que abrazaba el descanso y la inactividad como forma de resistencia. El título llamó tanto mi atención que me di a la tarea de investigar más.

Camila era catalogada como una artista de “performance” y filósofa de vida que a su corta edad había cursado estudios en Oxford, Sorbona y Carlos III. Había vivido en París, Nueva York, Madrid y Sao Paulo tratando de probar su hipótesis de la inactividad y experimentando en el “cinema performance”.

Resulta que su hipótesis planteaba que las personas que se someten a tanta productividad y tareas diarias son devoradas por el cansancio absorto que conlleva a enfermedades peligrosas. Eso ya lo sabemos, sin embargo lo que ella hizo fue enseñarlo con su propio cuerpo para despertar la reflexión del asistente.

Ella reivindicaba la pasividad, la vida lenta, la horizontalidad y el cansancio provocado por el capitalismo extremo.

En 2013 que se llevó a cabo la Feria Arco en Madrid, Cañeque se vistó de flamenca y llegó al centro de la sala principal para tumbarse boca abajo rodeada de poemas de García Lorca y de líricas gitanas. Así, en la misma postura duraba horas sin moverse y sin hacer caso a la seguridad que le pedía abandonar la sala. Y es que Camila llegó sin permiso para irrumpir entre la crema y nata española para probar su tesis. Ella no se movió hasta que fue brusca la escena que le pedían salir. Ella incomodó a los presentes pero para los reflexivos ese momento fue cumbre.

El nombre del performace: “Dead End. La muerte de España frente al capitalismo”.

Al siguiente año hizo lo mismo en el desierto del Sahara en un campo de refugiados. Con ello hacía que las cámaras llevaran su lente a esos grupos de personas que pasan desapercibidos del mundo y que sufren por no tener ayuda humanitaria. A este episodio lo llamó “Error 404. Not found”. Comparaba a las personas cercadas con esas páginas de internet inexistentes. Otro aplauso.

Después de esos extremos artísticos, el nombre de Camila Cañeque comenzó a ser notorio en galerías y museos de ciudades importantes. Entre Nueva York, España y Francia tuvo la dicha de acostarse en diferentes suelos sin moverse o de sentarse con los ojos cerrados en sillas incómodas o simplemente lanzar su cuerpo a posiciones horizontales llenos de nada. Escribía sobre el olvido, sobre la filosofía de no permanecer y sobre el autoexilio de huir de la vida tan cargada.

Ella aprendió a descansar y a enseñar a muchos que el exceso tumba, enferma, maldice, mata. Ella tan estudiada llenaba los huecos de esperanza a las multitudes que seguían su trabajo para reflexionar sobre el descanso, la pausa, el ocio, el goce.

Ella tan joven, casi igual que Jesús, moría en su cama de casa en Barcelona el mes pasado. Jesús tan joven no tuvo la oportunidad de sentir lo que ella insistió. A tener calma, a tener relajación. Su vida pereciera la de un meteoro rápido y fugaz para dejar una huella honda.

La huella de ella no será tan universal pero si tan importante que aparece en editoriales de famosos diarios mundiales del mes de Febrero 2024. El dato más curioso es que esta joven moría como lo que siempre defendió: en descanso.

Jesús en cambio moría sin descanso porque tenía prisa de entregar un mensaje. Tenía su propia hipótesis que en la cruz probó. Y lo hizo pensando en todos.

Y de evangelios sabemos, de castañuelas escuchamos, de desiertos huimos y de universidades evitamos hasta lograr entender que cada quien desde su trinchera y un poco de ahínco defiende su ideal más amado para que el mundo tenga por ende un regalo.

Siempre hay alguien que te espera…

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