
El tiburón que habitaba en mi cabeza…
Hace varios días un buen amigo me conversaba sobre una playa que existe en Bahamas. Una donde en el pasado, en una fecha específica, un hombre que más delante sería muy famoso se atrevía a filmar Jaws. Steven Spielberg. Cursaba el año 1975 cuando el lanzamiento de esta película sucedía a nivel mundial y el director se estrenaba como alguien con nuevas propuestas. Temas de misterio, peligro, históricos, de época y hasta de ideas que podían suplantarse en la cabeza. Basado en la novela escrita por Peter Benchley la playa creada de Amity Island existió como escenario real de tragedias y experimentos sociológicos.
Los tiburones son criaturas elegantes que nadan con una cadencia envidiable. Se sabe que son casi ciegos y todo su actuar se basa en olfato. Sus aletas son perfectas, de una conjunción de grados, posición, medidas. Ellos habitan en profundidades y a veces duermen por horas en posturas casi angelicales.
Cuando recordé mi visita al cine para ver esta película se desató una serie de pensamientos adultos y actuales. Era muy niña y formaba parte de una familia que de pequeños, mis padres trataban de entretener con lo que había. Y lo hicieron muy bien. Nos daban libertades de crear nuestros juegos de vecinos, de calle, de brincos y bicicleta. Pero cuando se trataba de hacerlo en familia ellos hacían todo un mapa casi Napoleónico para poder entregarnos lo que más tarde serían parte de nuestros recuerdos.
Con todo este uso y costumbre ellos decidieron que Jaws sería una buena idea de sábado por la tarde para llenar seis butacas en un cine que hoy no existe. Ahí sentados comenzamos a escuchar la música hipnótica de la película y a ver como un ser tan grande y con colmillos puntiagudos devoraba una a una a sus víctimas.
Los habitantes de la Isla comenzaron a formar un surco mental sobre el agua traslúcida y los gobernantes de tal entidad, a pensar en cuánto se traduciría el costo de cerrar en día festivo las aguas azules que demandarían consumo de alimentos. El policía nuevo fue tachado de loco y tuvo que pasar que en las fauces del animal gris se acomodara el hijo de un poderoso para que se actuara rápidamente.
Finalmente un atrevido hombre que peleaba contra el mundo y ninguneaba al voraz pez se enfrentó en un duelo en el que él salió perdiendo. Y es que en una cabeza cuerda no existe la posibilidad de enfrentarte a otro que no tiene raciocinio y que lleno de instinto tratará de ganar a toda costa. El ganador del desenlace fue un tanque explosivo y la mano que supo ponerlo en su estómago para que explotara en mil pedazos.
El policía sería reconocido finalmente, la playa sería maldita por el suceso y los deudos de personas comidas por el salvaje pez guardarían una tristeza perenne. ¿Y así no es la realidad?
Así, en resumen yo veía en una pantalla la trama acompañada de unas palomitas y refresco. No sabía que llegando a casa mi primera reacción sería el evitar la regadera. Yo lloraba antes del hábito diario de limpiar mi alma con líquido transparente. Ni hablar de una alberca, eso era para mí la trampa mortal más fuerte. El mar, solo de lejos.
Mis padres al advertir dicho acontecimiento catastrófico tuvieron que actuar como el policía de la película. Tener una labor de convencimiento al revés, que el agua era buena, que no había tiburones en las albercas y que por el hoyo de la regadera no cabía ningún monstruo maléfico con aletas. Poco a poco y casi por obligación me enlistaron en clases de natación en las cuales gritaba cuando el maestro me aventaba del trampolín al agua. A los pocos días me reconcilié con el líquido con cloro y me gustaba tanto que lo hacía por gusto y diario.
Mi ritual de higiene de diario comenzó a ser gozado de nuevo y veía el mar como la oportunidad de tomarlo de frente, por los cuernos, de brincos y chapoteo. Si mis padres no hubieran actuado a tiempo hoy sería una persona amante de sequías y miedosa de aguas.
La importancia de lo que vemos, de las leyendas, de lo creado e inventado. Hoy se sabe que los tiburones lo que menos quieren es comer humanos. Muerden en simples ataques en lugares muy específicos y en playas advertidas. Pero no comen de una bocanada a una persona que se atreve a nadar. Hoy sabemos que como todos los animales son territoriales, advierten sus líneas y respetan las ajenas. Con datos probados se conoce que en más de cuatro siglos han existido sólo 351 ataques y que sólo el 16% son fatales.
Me pregunto hoy cuántos surcos mentales tenemos. Cuantos más necesitan de padres que lancen a la alberca a sus hijos. Cuántas historias no comprobadas están tan tatuadas en cabezas que no quieren buscar la información que pruebe lo contrario.
Porque la playa en Bahamas existe y sigue besando las arenas con sus olas. Porque los tiburones siguen nadando elegantes y con la aleta de antena de mostrarse en sociedad. Porque los gobernantes siguen pensando en ganancias antes de peligros y las albercas son los lugares donde los niños aprendemos a darnos la mano con el agua fresca.
Steven Spielberg se catapultó como uno de los directores más exitosos de la historia y sigue regalando historias. Jaws ha sido una de las películas con más recaudación que le otorgó a él el mote de Rey Midas. Sigue cultivando billetes por medio de historias que a veces hacen que nos cuestionemos si es bueno o no bañarse.
Estos días recordé ese capítulo de mi historia con sólo saber que ese lugar está hoy repleto de gente que goza de nadar en las olas cristalinas.
Hoy especialmente dedico este blog a la industria que tanto nos regala. Por una justicia, por una igualdad, por la gente que no puede comprar su alimento diario porque es engullido por tiburones llamados CEO’S que lo único que quieren es tener más bienes. No sé si esta huelga logre tener un final feliz, pero la injusticia es algo que se ve diariamente en nuestro mundo. Ojalá todos ganen, que todos ganen lo merecido. Y que seamos testigos de algo más histórico que no implique a un Tiburón.
Siempre hay alguien que te espera…