Españoles, Franco ha muerto…
Un 20 de Noviembre de 1975 el Presidente de Gobierno Español, Carlos Arias Navarro anunciaba por radio y televisión la famosa frase: Españoles, Franco ha muerto.
Hablar de Franco corresponde a historias desatadas de una dictadura impuesta en un país que se preparaba para el cine de Almodóvar y la música del grupo Mecano. La movida madrileña, como se le conoce, fue resultante de años de estar atados de manos y pies por rosarios ficticios de una pareja que si bien se vestía de velo negro, apuntaba en las listas de pabellones de muerte a poetas, compositores, artistas, escritores y a todo aquel que siquiera pudiese pensar un milímetro diferente a sus mentes de cubo hermético. España tuvo una migración forzada de miles de personas que buscaban una libertad, aunque fuera sin dinero en las bolsas.
México abrió los brazos, como siempre lo hace, a las mentes y cuerpos que querían comenzar una vida nueva, una luz brillante, una casa apacible y la libertad de palabra y escrito convertido en expresión. Así, una vez más, nos convertíamos en auxilio de barca y avión de carga para que muchos encontraran un lujo verdadero: la tranquilidad.
Pero existe una historia que me encanta contar, una de tantas, una de miles que podrían enmarcar lo que una declaración honesta de pensamiento hace frente a un ser tan corto de estatura y de valores.
Las Historia…
Esta historia te lleva de la mano para conocer que las paradojas existen, que a veces se convierten en caos y otras, en rampas de salida ante una situación abrumadora. Paradojas: lo contrario a la opinión común, espacio de reflexión y análisis.
Era la época de la Guerra Civil Española y el dictador que estaba formándose para hacer su entrada triunfal después de la abolición de la segunda república quiso probar lo que venía, las armas y luchas, las guerras aisladas que en conjunto estallarían en II Mundial. Francisco Franco a cargo de los “sublevados” militares entregó en conversación de andén una pequeña porción de tierra para que sus amigos de Alemania e Italia probaran el último modelo de artillería. Guernica. Tan al norte, tan Vasco, tan alejado y tan cerca.
Y así, un 26 de Abril de 1937 los habitantes del pueblo vieron como todo se iba al revés, al derecho y de lado, para arriba y para abajo. Rocas, objetos, vidas y gritos acontecían ante el ensayo de guerra. Guernica era bombardeada y el mundo ensordecía. Guernica, tan al norte de España, tan destruida por avioncitos de juego.
Los diarios mundiales, poco a poco, gritaban la verdad. Y fue en Francia que en la primera plana del L ´Humanitè algunos incrédulos vaticinaban con esto que algo grande venía. Y fue en Francia que se encontró al portavoz perfecto, a la mano firme, a la mente honesta. Picasso tuvo en sus manos un ejemplar por amigos y amores y su mirada no podía más que albergar más odio ante un hombre justo de estatura que tomaba por las riendas a su natal país. El, a salvo, en el exilio de intelectuales perseguidos por guerrilleros planeaba lo que sería la obra de arte más simbolista de todos los tiempos, la que significa que la guerra destroza, que la guerra mina.
Con el odio declarado entre ambos personajes se esperaba el momento justo en que algo hiciera patente el descontrol de tal dictador.
Y fue en París que Picasso encontraría en la cafetería “Le Deux Magots” en St Germain Des pres, a Dora Maar, mujer franco – croata crecida en Buenos Aires y con una gran pasión por la fotografía.
Y Dora conocería a Pablo y juntos cruzarían sus sangres de cuchillo en señal de unión. Y la mirada de ambos ya no podrá desdibujarse. Dora entre sus estudios de cámara e imagen estará en la mira objetiva de documentos, hechos y desenlaces. Y encontrará el diario y correrá con el artista para advertir lo que en su país pasaba.
Y así, Picasso estalló en su cólera y sabiendo que la paradoja era callar o gritar, escogió lo último. Pero el grito no podía ser ruin, el grito clamaba elegancia ante un hombre de mediana estatura amante de la destrucción. Dora y los amigos cercanos aconsejaron a Picasso a dar el último paso para que ante un lienzo plasmara la noticia de primera página. Guernica. Picasso fue poco a poco pintando dolor, gritos, muerte y su bombilla de luz al centro. Picasso de blanco y negro tuvo que usar el gris para que se matizara, si es que esta palabra es válida, la pena de una mañana al recibir bombas en las terrazas. Un lienzo de casi ocho metros por tres y medio de trazos, de pensamientos, de honestidades.
Dora fotografió en proceso. Creo que ella pensaba que si no lo hacía el mundo no se enteraría. Pensaba que alguien podría maltratar al rectángulo que tenía de frente con los dibujos plasmados de su enamorado. Y si se necesita un plan B para el plan A, Maar lo tenía.
Y así Picasso mostró su obra terminada, una que tardó sesenta días, sesenta de los cuales se dice que se tomaron dibujos previos a Guernica, dibujos que ya se tenían de la implacable presencia de Franco. Y con esa rapidez, Guernica se expuso en la Feria Internacional. Algunos no gustaron, otros se acercaron, otros comentaban y el lienzo, terminando su posado, viajó por otras ciudades, mismas que advertían la Guerra que venía.
Pero Picasso no podía enviar su obra a España, así que la casa de orfanato que albergaría al de negro, blanco y gris levantó su mano hasta el otro lado del mundo, hasta la ciudad con la libertad hecha estatua y su guarida en la avenida lujosa en el Museo de Arte Moderno (MoMa). Viajó por mares hasta que la orilla lo recibió.
Y ahí vivió el recién nacido que gritaba verdades y acumulaba filas de gente, filas de personas que no se enterarían del pacto entre dictadores si no fuera por el consejo de Dora para Picasso y la decisión de este para llevarlo a óleo sobre tela.
Años pasaron hasta que Picasso murió. Y murió sabiendo que hasta la muerte de Franco su hijo predilecto viajaría en avión Iberia para estar en su España libre. Porque ese hijo necesitaba un país en libertad para crecer más y para que su paradoja se hubiera convertido en símbolo. Y así fue. Picasso no lo vio llegar. Franco no supo que su muerte sería el inicio de papeleo para que el más buscado y no encontrado regresara con bombo y platillo al recinto de nombre de Reina Sofía.
La paradoja estaba resuelta. Y ahora el mundo puede visitar a ese hijo predilecto en el segundo piso de lado izquierdo, ahí donde la gente hace silencio, donde se observan lágrimas, donde se recuerda a los muertos, donde se imagina a una mujer con hijo gritando ante el ensayo de un alemán. Al Guernica el respeto. El respeto a los que gritan verdades y se convierten en aullidos para decirle al mundo que una paradoja con buena compañía es fotografiada, aplaudida, perseguida y defendida.
El manejo de caos y de solución de problemas, si fueran modeladas por artistas serían la traducción perfecta de trazos seguros, de la convicción de obra, de defender las opiniones y de escuchar a la fotógrafa que está a su lado.
El Guernica se traduce a los humanos en la representación de la seguridad, de la declaratoria de opinión y de la defensa y honestidad al costo que se necesite. Al costo de ver en el extranjero los primeros pasos de los hijos ante un regreso ya pactado para que sigan gritando el legado dibujado, ese legado que se convierte en símbolo de blanco y negro con matices de grises.
Había una vez un ser corto que se impuso en una Península. ¿Habrá otra vez que ese recuerdo sea elegido por sus habitantes? Estamos hoy a horas de conocer el resultante.
Siempre hay alguien que te espera…