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El Güero, Beatriz y la vida…

Esta semana han pasado acontecimientos que trataré de enlazarlos. Una de las cosas que más disfruto de mi escritura es precisamente eso: encontrar un punto de enlace en lo que parecería imposible de anudar. Pero la mente es compleja y buscar las similitudes elude a pisar una tierra irregular buscando el pedazo plano y fértil. La historias tienen certeza, o al menos en las mías. Si bien la inventiva forma parte en ciertos párrafos de mi juego de letras, el uso de esta es para trenzar momentos, temas, pláticas y mi caminar diario.

La vida es una joya. Una que recién adquirida es lustrosa, perfecta, brillosa. Poco a poco los engarces necesitan apretarse, las cadenas se rompen para volver a unirlas, las piedras se opacan pidiendo a gritos una limpieza profunda y el broche que hace el clic perfecto de cierre se deteriora para ser cambiado por uno nuevo. Así, las joyas pueden participar en el juego del recicle, del cambio, del modelo nuevo, del intercambio entre amigas para lograr una tarde deliciosa de café y armar de nuevo, con piezas ajenas, una joya diferente.

Pero hay joyas que se revientan y es imposible armar de nuevo. Se debilitan, se cansan o bien, sufren eventos que son tan grandes que explotan en mil pedazos. Ya en ese punto, la joya no puede unirse más. Es la muerte, es el desenlace de algo que vivió dando alegría a un cuello estilizado.

También hay joyas que son únicas, que son preciosas pero que su dueña no puede soportar. Es tanta la belleza que es mejor esconderla, guardarla para ocasiones especiales, llevarla a un paño oscuro de armario de herencia. Y la ocasión especial, ¿Cuándo llegará? ¿Qué no es especial cada día de mañana con el sol de cara y las actividades de rutina y sorpresa? El valor de la joya es equivalente al valor de la vida misma.

Esta semana fui espectadora de una noticia que me hizo reflexionar…una mujer llamada Beatriz Flamini salía de una cueva en la que por decisión propia había entrado 500 días atrás. Ella decidía en su momento alejarse de todo contacto exterior bajo tierra, 17 metros para ser exactos, sin contacto, sin compañía, sin luz. Ella decidía guardar la joya por un pedazo de tiempo en que mucho puede ocurrir. Decidía que el sol no tocara su piel, decidía que la sociedad no pudiera hablarle. Menudo tormento.

Asistida por un equipo especialista y por medio de un ordenador con router y sin posibilidad de noticias ni mensajes, ella sólo enviaba tiempo en tiempo su lista de necesidades de alimento, limpieza y literatura. No había voces. No había oídos. Sólo un mecanismo electrónico que no entendía tampoco de joyería.

Por su libre albedrío, ese que es regalo de nacimiento tuvo en su mente la planeación de este experimento. Con un equipo conformado de médicos, psicólogos, especialistas en cuevas, comunicadores y mucha más gente acordaban que su travesía sería, en la partida final, llevada a la pantalla de documental para probar que el ser humano es capaz de vivir con mente sana alejado de todo ruido y en condiciones oscuras, sin rayos de sol. Una linterna potente supliría al rey amarillo y una ropa especial protegería su piel de humedad, de rocas filosas, de aires subterráneos. Así, ella salía el día viernes 14 de Abril 2023 a las 9:00 a.m. con lentes de sol, sonrisa majestuosa y declaraciones de prensa. Sus primeras palabras fueron: ¿Quién pagó las cervezas el viernes? Apuntaban estas al último evento de reunión que tuvo con amistades en un bar antes de auto – confinarse en la famosa cueva. Las risas aparecieron.

Ese perturbador acontecimiento de decisión propia a mí me ronda un pensamiento. El ser humano queriendo probar que es amo y señor de todo control, el ser humano evitando lo que el mundo ofrece y la posibilidad de gozar a los seres humanos cercanos por 500 días. 500 oportunidades de ver sonreír en la calle a extraños, de almuerzos lentos con la madre, de travesías con amigas, de manos enlazadas con pareja, de brazos gordos de niños inocentes. 500, quinientos, la mitad de 1000, quinientos.

No sé que demostrará el ejercicio que antes describo y entiendo que antes han existido confinamientos tan largos que cuando salen a la luz sorprenden. Eventos de secuestros, eventos de conquista de otros planetas en nave cerrada, eventos que quieren probar hipótesis y tienen un fin. En la mayor parte de ellos, se cuenta con contacto exterior y se hace diálogo con otro. Aquí no. Aquí el diálogo es con la mente o la piedra. No sé si aplaudir a Beatriz o decirle que 500 días los arrancó ella misma de un almanaque de taller mecánico.

Las joyas, tan preciadas. Tanto que cuando revientan también significan en otros humanos que hubieran dado todo por mantenerlas actuales. El Güero personifica esto que plasmo. El como muchos gozaba y usaba las joyas. Sus ocasiones especiales eran de diario y así se hizo querer entre muchos.

Yo no conocí al Güero en persona pero sabía que me leía, sabía que este espacio de Blog lo degustaba y que su retroalimentación llegaba por una intermediaria de cabello negro y ojos profundos. El con su clamor de vida gozaba de sus viajes, de sus lecturas, de su cuerpo. Y hace varias semanas y después de nadar en el Mar Muerto vio la nieve desde la ventana de un autobús en Turquía. Ahí, entre muchas joyas gozosas y con el júbilo de ser usadas el caparazón de autobús derrapó en el hielo. El Güero no pudo sobrevivir a tal movimiento de joyero y entregó sus piedras preciosas al más allá. El Güero fallecía lejos de su patria con una sonrisa de haber vivido.

Apuesto que el Güero no hubiera entrado en una cueva en Granada como lo hizo Beatriz. El en Granada hubiera caminado la Alhambra y la cueva la hubiese visitado para ser espectador de un flamenco de gitanos. Uno de aplausos y sangría.

Esta semana mis pensamientos se debaten entre vivir y cuevas, entre joyas que se guardan 500 días y otras que se desploman en Turquía.

Al Güero le digo que hoy que no me lee más le deseo que su viaje nuevo sea gozoso. A Beatriz le digo que 500 es mucho para una persona que no necesita probarse su control más que controlando el tiempo para extenderlo en felices momentos.

A los dos, hoy enlazados en esta historia les grito que las joyas todas son preciadas y que necesitan usarse a diario para lucirse en la nieve con la ventana gruesa de un autobús.

Y que las cuevas sean de rato, y que las cuevas sólo cobijen por poco tiempo a todos para susurrarnos que lo que está arriba, es mejor.

Siempre hay alguien que te espera…

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  1. Güero era y es mi joya más preciada, le gustaba mucho tus recomendaciones. Gracias

  2. El Guero, mi joya sin remplazo perdida en la nieve de Turquía, no la encontré por más que escarbé en esa nieve. Beatriz, mi mismo nombre pero contrarias, yo lucho por evitar las sombras
    de una cueva. Gracias.