
Borges no respeta la paridad del dólar…
Hoy 26 de Marzo del 2023 llegó la noticia de la muerte de María Kodama. Esa María compañera del que sería en grande Jorge Luis Borges.
A mí esta noticia me trajo recuerdos y tantos entresijos que se conectan sin querer. Mi primer viaje a Buenos Aires lo hice muy joven, en mis veintes, cuando el mundo se sumergía en efectos Tequila y Dictaduras latinoamericanas que estaban en destrucción.
Muy joven aprecié el caminar del tango, con dos semanas bastó para que mi paladar saboreara el dulce de leche, el buen vino y la carne más suave. El acordeón sonaba por calles entre manifestaciones que clamaban al gobierno en silla que sus gastos ya no podían más, que su paridad maldita de un peso argentino por un dólar americano no se soportaba, no se suavizaba.
Yo me sentía como una extranjera extraña al ver caminar en círculo a las madres de Mayo que todavía reclamaban a sus hijos perdidos. Podía mezclarme con ellas en señal de empatía pero por respeto lo único que hacía era observar con la mirada gacha.
Y así, poco a poco conocía una ciudad europea de este lado, de café y moda, de calles amplias y gente con el orgullo dentro del puño. Nunca olvidaré la noticia que daba la televisión mientras me alistaba para una velada de tango nocturna.
-El Presidente Menem gastaba muchos dólares en camas de sol y bronceado químico mientras que todos no tenían que comer al fin de mes-. Disparate, comicidad, verdad revelada que ya se ha normalizado en muchos gobiernos.
Todo danzaba en esa paridad de dólar, todo. Todo caía, se derrumbaba, se cotizaba, se enfrentaba, todo. Todo menos Borges.
En ese viaje decidí comprar el primer libro de él. El Aleph. Tan complicado que me obligaba a decirle al Maestro las mismas líneas todas las noches.
-Quiero entenderte, por favor deja que te entienda-. Y justo cuando ya me lancé al vacío de no reclamo fue cuando sus letras se acomodaron en cuadrícula.
Borges no es una moneda de cambio, no lo fue, no lo será. Borges es el símbolo supremo de una nación que aprendió poco a poco a ser culta, o al menos lo ha intentado.
Nacido en la ciudad de la Recoleta, Borges desde niño pasaba su infancia y primera adolescencia en Suiza. El palpó en todos sus sentidos su crianza en el mundo de primera. En el perfecto, en el limpio, en el de orden y tranquilidad.
Su regreso a Argentina fue de joven de veintes, la misma edad que yo tenía visitando sus raíces. Y él sabía que su vocación sería literaria. Desde siempre, desde todo, el y las letras danzarían en arrabal contenido con la mejor música de Piazzola.
Borges escribía, leía, escribía, opinaba, opinaba y leía y al final de todo, escribía. Ficción y verdad, cuento y ensayo, Borges siempre opinaba y escribía.
Y es que pasa algo con la exquisitez del Arte. Pues aunque la opinión sea contraria, es bien aceptada. Es como si el Arte tuviera un escudo protector ante el delirio de opiniones políticas, sociales, intelectuales. Al Arte se convierte pues, en un faro de consciencia y grita lo que otros callan, envuelve con hierro las opiniones individuales.
Y Borges tenía tan gran afecto al individuo en soledad que sabía que lo que su boca gritaba se retornaba solo a él.
Conservador, antiperonista y bibliotecario se enlazaba en un diario de Olivetti, madre y letras. Su complicada vida lo llevó a tener pocas relaciones sentimentales y pocas amistades profundas.
Pero a través de todo este camino, Borges tuvo la dicha y paz al final de sus días de tener una compañera que lo admiraba, que declaraba que desde su cuna y balbuceos se notaba el apellido del escritor.
Admiración, divino tesoro que poseen muchos y que si es bien usado despierta relaciones largas de amarres de ligas. Y así, Kodama y Borges recorrían el mundo en los 70’s y ella participaba en charlas intelectuales, en escrituras conjuntas y el Maestro retornaba ese vaivén en lealtad, protección, fidelidad.
Kodama hizo con Borges lo que muchos quisiéramos tener al final de nuestros días; una promesa de cumplir deseos, una compañía cercana y de aliento, una relación de resguardo, sucesión de obra, tranquilidad en la morada escogida.
Borges al quedar ciego respondió a Kodama sobre sus sueños: acariciar un tigre de Bengala, volar en un Globo sobre el Valle del Napa. Y María cumplió sus sueños describiendo lo que los ojos ciegos de Borges no veían.
Su matrimonio fue por poderes dos años antes de la partida final del Maestro. Sus restos se encuentran en Suiza por las instrucciones del mismo y el respeto de Kodama. Y aunque Argentina clamaba su tumba, Ginebra acogía con sencillez y austeridad la piedra blanca burda de su última casa.
Kodama, en su viudez guardaba la memoria, valorizaba lo ya valorado, peleaba por mantener a raya de ley los derechos, ediciones, recopilaciones hasta las últimas consecuencias. Defensora de la mente de su amor, uñas y dientes por el respeto póstumo. Y Kodama ganaba siempre ante los episodios que profanaban las letras del intelectual más grande. Kodama protegió con el mismo modo que Borges la acariciaba en sus últimos días.
Mi segundo viaje a Argentina ya tenía otra moneda. Ya el dólar era tan barato que los artículos comprados llenaban maletas que sumaban ridículos números en una calculadora.
Pero Borges seguía valiendo lo mismo. Borges no estaba en rebaja por devaluación. Borges valía lo que siempre, lo que antes, lo que hoy.
Y el Maestro descansa en Ginebra. Y hoy Kodama se une a él en otro plano que seguramente tendrá tango de fondo y ruidos de dedos mecanografiando hojas.
Y seguramente él le dirá al oído: buen trabajo amor, buen trabajo.
Siempre hay alguien que te espera…