El viernes y el poeta…
El viernes conocí a un poeta. Y es casi remarcable decirlo ya que en estos tiempos tan veloces, conocer a una persona profunda, honesta y con una vida de película es casi un grito de auxilio.
Las prisas de esta vida sugieren tener espacios de negocios, de retornos, de planes y proyectos como si fuesen mecanografiados después de una taquigrafía histérica. Y si a eso le añadimos el aderezo de las redes conectadas de sociales, tu vida tendrá un electrocardiograma que parecerá acordeón de segundo. Viajes, productos de belleza, ropa de descuento, moda de apellido, cabellos de colores diferentes por minuto y si eres sabio en elección, lecturas, opiniones de expertos, noticias lentas y mascotas haciendo malabares para darnos la risa que necesitamos.
¿Qué significa conocer un poeta?
Significa dar espacio a tu mente para que una personalidad diferente entre en tu intelecto. Es hacer silencio para que el ruido rítmico de alguien pueda darte la cadencia de equilibrar tu corazón, más lento, más significante.
El nombre de Hugo Mujica, en ese momento, no tenía significancia para mí. Sin embargo por leer la persona que promovía el evento prometía que sería lo más exquisito y peculiar. Y así lo fue.
El salón con gente de un número promedio, las mismas caras de los que nos gusta de lo diferente comenzaba a punto de las 8:00 a presentar a una persona con mirada tranquilizante.
Nacido en Argentina y con una vida digna de documental, el poeta hablaba:
“El poema, el que anhelo, al que aspiro, es el que pueda leerse en voz alta sin que nada se oiga.”
Estas palabras me dieron con agua fría en mi cabeza. El silencio. Ese que no invitamos, ese que no existe. ¿Y qué pasaría si existiera? ¿Qué necesitamos hacer para que exista?
Mujica fue el “sostén de familia”. Su padre, al quedar ciego por accidente, dejó la batuta al hijo. Estudiaba de noche y trabajaba de día. Siempre cerca de las bellas artes creció hasta darse cuenta que su cuerpo le exigía moverse lejos. Su mente nómada lo llevó a Nueva York donde comenzó su carrera de artista plástico. El pintaba, hasta que un día, dicho por él, “el pincel me dejó”.
Así de brusco el término de algo e inmediatamente dicha brusquedad lo llevó a explorar el mundo de los Krishnas. Emigró a India para entrar a un monasterio en el cual hizo voto de silencio por siete años.
Aquí me detengo. Silencio en siete años. Yo, que creo que mi récord sería una o dos horas, al escuchar esto me conmocioné. ¿Cómo alguien puede estar sin hablar siete años? Él lo hizo. Y su mente tan clara comenzó a escribir en un mundo de ecos, cristales y lunas llenas.
Es ahí donde el poeta se comenzó a hacer poeta. Es ahí donde cuestionó su trayecto y su futuro. Lo hizo a solas, lo hizo con él, lo hizo con su intelecto.
El poeta regresó a su tierra natal después de sus siete años en el “sin palabras” para dedicarse al seminario y ser sacerdote. Artista – poeta – sacerdote. Una triada diferente, una triada poderosa.
Después de sentir que sus ovejas lo seguían en el camino de la paz mostró de nuevo una conmoción. Y es que a las almas poetas les pasa lo mismo. Cambian.
Sor Juana necesitó también del silencio y de ser líder de grupos en doctrinas para estallar su pluma.
Pero este poeta hizo algo muy curioso. En ese momento de abandonar el sacerdocio, escribe su biografía completa. Dice él que necesitaba hacerlo para recopilar lo que su vida había andado hasta ese momento. Como un “corte de caja” para observar ganancias, pérdidas, errores y aciertos.
A mí esto se me antoja de ejercicio obligado para todos. Imaginemos hacer un corte cada período para leernos en voz alta con nuestros caminos y saber qué zapatos necesitamos para seguir andando. Mágico y potente.
Hoy el poeta es conferencista, escritor, filósofo y cuestiona todo a su alrededor. Poca gente existe con esta definición y quizá la necesitamos de vez en cuando para que nuestra cabeza aprenda a pensar y reflexionar.
Hoy quiero regalarte algunos poemas de este ser tan diferente, uno que habla sobre silencio y vacío como nadie.
En plena noche
También en plena noche
la nieve
se derrite blanca
y la lluvia
cae
sin perder su transparencia.
Es ella, la noche,
la que nos libra de los reflejos,
la que nos expande
las pupilas.
Lo que busca con su bastón
el ciego es la luz, no el camino.
Formas blancas
En un baldío,
sobre el polvo y la
hojarasca
un pájaro moribundo
aquieta sus alas.
Una nube, impasible,
juega
sus formas blancas.
Al final también mi boca se llenará
de tierra,
al final siempre se besa
aquello que desertamos.
Temblor
Una hoja, rojiza,
tiembla,
es otoño
y el sol va entristeciendo su paso
por mi ventana.
Algo,
cada instante se detiene,
algo es ya siempre nunca;
el final es siempre un combate:
el de no aferrarse a las armas.
Sólo al final
Las dos orillas
son siempre una, pero se sabe sólo al final,
después, después de naufragar entre ellas.
Siempre hay alguien que te espera…