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Ya son ocho años de soledad Gabo. Ya son muchos…

El 17 de Abril es el aniversario del fallecimiento de Gabriel García Márquez. Este día es inevitable para mí recordar lo que hacía mientras escuchaba la noticia. Estaba sentada con mis hermanas y madre degustando unas crepas y una deliciosa sangría. Me quedé helada. Con comida francesa y bebida española un colombiano asentado en México dejaba este mundo. Y es lamentable cuando todo ser humano decide irse, pero sobre todo cuando alguien que ha dejado huella de mariposas amarillas cierra sus puertas. Gabo estaba cansado. Así se le veía. Necesitaba irse rápido a Macondo para poder jugar con su tan complicado árbol genealógico.

Cien años de soledad marca un hito en la Literatura Latinoamericana. A fuerza de hambre y lucha pudo publicarse y demuestra el amor que una pareja de hombre de libro necesita para cumplir su sueño. Meche y Gabriel, juntos hasta el empeño de la licuadora para poder juntar la plata necesaria de envío de manuscrito. Rechazado en México (y seguirán lamentándolo), aceptado con bombo y platillo en la capital del dulce de leche. Y así nacía un género que nos lleva a imaginar tanto que la realidad parece absurda. Esa realidad que duele y que necesita golpes mágicos para poder sobrellevarla. Realismo Mágico.

La primera vez que me enfrenté a ese libro estaba muy pequeña. Se encontraba en el librero de mis abuelos y era tan grande que no pude cargarlo con las dos manos. No estaba lista. No me tocaba en ese momento. Fui creciendo hasta que forzada por la clase de literatura en la preparatoria lo leí por encima. Sólo para tener una “A” de aprobado en la calificación. Qué desperdicio. Desperdicié oportunidades desde muy joven por el simple hecho de que me obligaran a leerlo. Porque lo obligado no me gusta. Hubiera preferido que mi maestro me dijera que tenía una obra magistral en mis manos y que la “A” era lo de menos. Que lo de más sería comenzar a entablar una relación con el realismo mágico.

 Pero así lo hice y fue después que entendí que yo no estaba preparada para eso. Que mi persona de los 16 años no era apta para tanta belleza. Que mi vida debería de marcar con hechos y pasos alegrías propias para después dar cabida a ajenas.

La segunda vez que invité a una cita privada a los 100, ya estaba más madura. No fue forzoso. Fue de gusto. De café e intriga por cada día levantarme y tener la excusa de cargar el ladrillo de páginas para avanzar. Tengo muy presente el día que leyendo noté que mis mejillas estaban húmedas. Lloraba. Lloraba por tanta belleza y por tantas mariposas amarillas volando. Pocos libros han tenido ese efecto en mí y he de decir que la Soledad fue el más importante.

La tercera vez de lectura está cerca, sé que lo haré, sé que habrá también una cuarta y una quinta, porque los cien años van cambiando con nuestra etapa de vida, se modifica, se lee diferente, los personajes envejecen, o rejuvenecen, o simplemente se ausentan.

Hace varios años visité Cartagena de Indias. En esa vista corta de Crucero tenía mi lista de las cosas que se deben de hacer en dicha ciudad.

Primero que nada, vestirte de lino y algodón por la humedad más atroz que un cuerpo puede soportar. Tomar un Juan Valdés, comprar alguna esmeralda, visitar el mercado amarillo con sus Martinas de fotografía de un dólar, comer langosta y transitar las calles. Vivir las calles.

El guía nos platicaba de historia, de usos y costumbres cuando de pronto comentó:

-Aquí es la casa de García Márquez. Sé que está aquí vacacionando y la prueba son sus hombres de seguridad afuera-.

Mi corazón se movió con fuerza. Tantas ferias de libros, tantos eventos a destiempo y no haber coincidido con el Maestro hicieron que la esperanza brillara. Y ahí permanecí un rato. Un rato largo. Salió una figura con bastón y paso lento por lo que advertí que era él. No pude gritarle. Sentía que no quería ser visto como estaba, que quería que yo lo recordara de otra forma. Y así lo hice. Y así lo hago.

Porque el Coronel ya no tenía carta escrita

Por el amor que con el cólera desata pasiones de Río Magdalena

Porque son tristes las memorias de las putas

Por el vuelo de las mariposas de símbolo

Por la humedad que recordaba escenas de familias con café

Por la fábrica de hielo

Porque la muerta fue anunciada por medio de crónica

Porque peregrinos son los cuentos, siempre

Porque el amor es un demonio

Porque existen horas malas con hojarascas y secuestros

Y mamá grande tuvo sus funerales

Ese día le comenté al guía que ya estaba tranquila y que así mi deseo de conocer al Gabo estaba cumplido. El me comentó:

-Usted conoció la imagen de Gabo que nadie tiene. La del ser humano en decaída, en sus últimos días, en su anochecer, sin bromas, sin política de medio, sin Fidel Castro charlando, sin auditorios de aplausos de pié. Usted no tiene una firma, pero tiene en su memoria esa mirada triste de un ser humano saliendo de su casa en custodia para no advertirse. Usted gana, y él es su cómplice-.

De regreso al barco en que viajaba tomé El Amor en los tiempos del cólera. Era el libro que releía en ese viaje, de casualidad o adrede. Seguí con mi lectura después de darme una ducha muy fría para quitarme la humedad y el sabor a langosta. Más tarde cené con la esmeralda puesta y trataba de ver en miradas de ancianos a la pluma más fina y exquisita de la literatura latinoamericana. Pero no estaba. No era Gabo. El estaba en su Macondo, imagino recordando a la turista que al verlo simplemente bajó la cabeza, tocó su sombrero y sonrió en silencio. Gabo estaba agradeciendo el no escuchar palabras fanáticas fuera de su reja.

Así recuerdo los momentos. Estaba con mis mujeres tomando sangría y comida francesa. Alguien daba portazo a la vida y yo seguía confundiendo las diferentes frutas de mi bebida.

Se fue Gabo y Cartagena estará siempre marcada por la alegría de haberlo tenido, y sus frutas serán siempre dulces y mi lectura de joven regalándome la oportunidad de vivir mis propios capítulos antes de pensar en los ajenos e inventados.

Larga vida a Gabo. Larga vida a las mariposas amarillas…

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  1. Que emoción!!…conociste a Gabo en sus últimos días «a la pluma más fina y exquisita de la literatura latinoamericana».