
Un jueves se saborea con una paleta de limón…
La historia encaja perfecto con estos días. La Semana Santa. Muchas son las costumbres de las personas ante estas fechas que se marcan por calendario lunar. Cada año, diferentes.
Es la eterna búsqueda de internet para poder ver los días seleccionados y hacer planes alrededor. En otras culturas, los días Santos serían equivalentes a lo mismo: guardar, reflexionar y permanecer estático ante un descanso inminente. Menciono el muy comentado Ramadán, donde las culturas de fe musulmana hacen sus ayunos pertinentes de día y en la noche comen todo lo que su cuerpo pide, en las versiones más ricas, más abundantes. Pero la antesala es para reflexión. No empatan en fechas como nosotros, pero la esencia es la misma.
Son períodos de “corte de caja” para evaluar y evaluarnos, según nos dicen. En mi caso no es tan rígido. La creencia del “pecado mortal” no entra en el transitar de vida, ni creo que los viernes son de pescados ni mariscos. Estos dogmas no forman parte estricta, pero si bailo con la idea de reconocer que hubo alguien tan líder, tan humano, tan bondadoso que fue crucificado. Mi relación con Jesús es muy particular. Siempre lo he imaginado como un hombre normal, con el cabello alborotado, jeans rotos y camiseta blanca. Descalzo, o en su defecto con sandalias de goma. Creo que si hoy bajara con nosotros, llegaría por la estación de tren Roma Termini (64) para observar y observarse en la Ciudad del Vaticano. Lo imagino admirando las columnas de Bernini, la Sixtina de Miguel Angel tan perfecta y tan brillante. Seguramente pasearía por las calles ruidosas aledañas y se tomaría un buen expreso para reflexionar de su mensaje.
Observaría sus pies y los de hoy que calzan Prada (rojos) y las finas vestiduras de protocolos tan estrechos. Así, se miraría su jeans probablemente reciclados y su algodón blanco de arriba. Creo que su mano derecha la llevaría a la frente moviendo la cabeza de un lado al otro. Y pediría regresar arriba. Yo no creo que quisiera enterarse de más cosas. No se lo merece. Habrá que cuidarlo de que no se entere. El no tiene culpa alguna, nos dio lecciones que hoy no pueden empatar a realidades. Así caminaría de nuevo por Via Cavour para llegar a tiempo a la estación. De regreso a casa.
Pero las historias surgen en cualquier escenario. De todo siempre es salvable algo. Algo es más fuerte que nada. Y de esta semana yo siempre transito por la idea de que mi existencia y la de mi familia son resultantes de un jueves con su mística y su doctrina. Santo. Jueves Santo. La visita a los siete templos.
Cuenta la historia que mi madre tan joven, tan llena de vida y esperanza hizo este recorrido. Siete templos. Así se usaba. Recorrer alegre siete recintos santos de la ciudad. En el cuarto templo, San Luis Gonzaga, ella salió y advirtió a un elegante hombre. Tan joven. Tan lleno de vida. Mi madre observó que era el mismo que la seguía desde el primero. Que cruzaba miradas. Que sonreía atento. Pero hasta el cuarto, con todas las ganas acumuladas de hablar con ella, se atrevió. Y su frase célebre fue: ¿Puedo invitarte una paleta helada de limón? De limón. No de fresa, ni de uva. De limón. Limón dulce, a veces ácido, atractivo, sanador, acompañante de la mayoría de alimentos. Un cítrico que cura, que provoca las expresiones faciales más complejas. Y eso le prometía mi padre a mi madre ese día. No una relación sin ásperos, pero una relación real con sus matices y tratando de sanar siempre heridas. Para caminar juntos.
Desde ese Jueves Santo mi madre probó la paleta más perfecta. Mi padre se emocionó de saber que su espera había valido la pena. Juntos nos tuvieron. Juntos, nos dieron a probar otros sabores de paletas, para que cada uno definiera su sabor. Lo helado se derrite. Lo caliente se enfría. La magia es adaptarse a los diferentes claroscuros que una paleta puede brindar.
De limón fue mi comienzo. De camiseta blanca imagino a Jesús. Roma tiene muchos caminos sinuosos y las costumbres brindan sorpresas. El tren siempre sale a tiempo, entre bullicios italianos. El tren, si se va, promete regresar en otro horario. El tren es la espera de un hombre que sigue como lobo a su mujer y que le ofrece de la forma más tierna una paleta helada.
Jueves Santo…de limón.
Hermosa historia de un amor a través del tiempo ❤️