Un tranvía llamado Saramago…
Portugal siempre ha sido considerado un País neutral. Sin esa neutralidad casi de pergamino todos hubiésemos perdido la oportunidad de conocer la obra de muchos artistas que decidieron pasar por ese pasadizo de niebla para embarcarse en travesías que culminarían en América. Porque mientras un alemán frustrado por no ser reconocido pintor volcaba su odio en los que sí tenían el sello de aclamo.
Leonora Carrington, Remedios Varo y Marc Chagall entre muchos lograron salvar su pellejo en una Guerra Mundial que buscaba la sangre de los reflexivos. Porque los artistas conmueven pero también, gritan verdades incómodas. Los intelectuales que reflexionan, que usan su cerebro y logran plasmar mensajes son tan estorbosos porque tensan pensamientos, gritan verdades, manifiestan con nervio opiniones que no van con masas de gente que con máximo revuelo sólo va a una plaza a realizar un callado cotilleo.
Así que todos ellos, junto con muchos más decidieron que un barco o avión sería su boleto de salvación. Éxodo y migrantes, ellos fueron migrantes. Todo atrás dejaron para salvar lo que consideraron más importante: Vida e intelecto. Y América abrió sus puertas con brazos y abrazos para que pudieran seguir creando el arte preciado.
En Portugal se olfatea un olor a sal y bacalao, una bruma amarilla de tranvía y las más exquisitas azúcares en forma de pastelillos de clara. El corcho es un material común que ahí y sólo ahí se transforma en utensilio de moda que provoca ser el mejor suvenir. Y los gallos en mosaicos, y los mosaicos pintados a mano, y la mano que trabaja ese material.
Los vinos oscuros, de forma de oporto, que asoman el paladar educado y fuerte en sabores, y las playas calmas, con arenas doradas.
Lisboa, una plaza amarilla y la niebla melancólica que recorre sus calles empinadas. Con campanas sonoras donde el carro con cables amarillo camina lentamente la ciudad.
En mi caminar he de decir que la visita a esta entidad me provocó todos los sentimientos revueltos. Tristeza, claridad, emoción, asombro, quietud y una exaltación de lugares poco comunes, poco conocidos.
La Torre de Belén, un regalo de arquitectura para el mundo donde el celular se convierte en secundario y después de un tiempo, en el amigo perfecto para dejar testimonio de los cientos de disparos tratando de enmarcar semejante belleza. Una retórica de edificio, un mar quieto de testigo. Y ese es sólo un ejemplo.
Y en Portugal nació, hace 100 años, José Saramago. Escritor de dedos delgados y exquisito cerebro de polémica.
Noviembre asoma su aniversario donde muchos lamentamos su partida. Muchos que poco a poco nos fuimos adentrando en su Literatura de Nobel donde es necesario tomar aire largo para leerlo. Saramago nos regala una puntuación distinta. El fue capaz de realizar una propia, donde la gramática y sus puntos y comas bailan a otro ritmo. Mi primera vez que traté de leerlo de corrido manifesté una pequeña asfixia por lo interminables de sus oraciones, sus comas en vez de puntos, sus palabras en vez de vocablos. Pero uno se acostumbra a dejar de lado eso para adentrarte en el maravilloso mundo de un hombre que reclamaba, tensaba, gritaba, imaginaba y sobre todo, creaba mundos tan diáfanos y pesados que a muchos terminaba por romper cristales con sus portadas.
Cuando Saramago comenzó a tener la atención de muchos logró publicar la que sería una de sus obras más importantes: El Evangelio según Jesucristo.
Una oda a lo imaginario y real al mismo tiempo, una historia contada a través de hombres para los hombres y viviendo los sentimientos de forma humana.
Saramago aquí logra entregarnos a los personajes bíblicos en comunes y corrientes, en participantes de escenas dignas de toda una humanidad. Cuando el manuscrito publicado comenzó a rodar en tiendas los ojos desorbitados de los que están cerca de Roma, en una ciudad flanqueada por Bernini se salieron de sus cavidades y sus manos temblaron.
Porque es muy difícil para ellos entender que antes de bíblicos fueron hombres, o por lo menos eso es parte de la metáfora entregada en discursos de domingos.
Saramago saltó a la fama internacional por ese incidente. El mismo decía que su casa publicitaria y gratuita fue la Iglesia Católica. Al prohibir su texto y más aún, sugerir que el autor no volviese a comer una oblea blanca subió de estatus. Y eso a él le importaba lo mismo que si el comino se pone de más en una sopa. Y siguió creando ante el público que imploraba sus textos. Todos ellos, exquisitos, creadores de mundos de ciegos en ensayos y de muerte en intermitencias. Ese fue Saramago.
Y las manos que lo buscamos para leer su idea fuimos parte del grupo de atrevidos, de los que abrimos cabeza, de los que buscamos otros puntos de vista. Hoy tan aceptado, antes tan polarizado.
En Portugal se esconden historias de espías, de escondidos, de atrevidos que corren hacia otros continentes para seguir viviendo. En Portugal nacen personas tan polémicas que sin tener que huir, huyen de los pensamientos de masa.
Y Portugal es amarillo y tiene un Castillo, y los pescadores cantan mientras revolotean las sardinas plateadas en redes, y se tensan puentes rojos, y los restaurantes regalan a los paladares la comida más sencilla y elaborada al mismo tiempo. Y sus escritores son recordados por no haber pagado siquiera un euro por publicidad.
Siempre hay alguien que te espera…
Buenísimo Mayela me encantó la manera de abordarlo, felicidades