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Si todo fuera como la sonrisa de Tom Cruise…

En mi definición de artista existe el que crea, innova, suspira y regala una visión del tiempo muy personal e íntimo. Los que están dentro de las siete artes son para mí humanos que se guardan en corazones por la belleza que entregan en pinceladas, notas de música, letras, movimientos, estructuras, imágenes y cinceles. Esos son aparte. Los pongo en un lugar muy luminoso, especial, de esquina de museo.

Pero existen otro tipo de artistas que son actores, son esos que interpretan y gesticulan para hacernos reír, llorar, abrir boca de asombro y, como se sabe, hay algunos tan triunfantes y tan aclamados que tienen que ordenar alimentos a su habitación de hotel por el temor de ser despedazado por multitudes que añoran verlo aunque sea de lejos.

A lo largo de mi vida he tenido algunos encuentros con este tipo de personajes, muy lejanos, espaciados. Se han suscitado en aeropuertos o ciudades que tienen más foco internacional que la nuestra. Por citar algunos y recientes, a David Letterman en la esquina del hotel en Nueva York. Recuerdo que el frío me impidió salir esa noche y pedí Room Service. Al terminar mi platillo llamé a restaurant para que fueran por los restos y la respuesta fue negativa.

-Si usted no quiere la charola en su cuarto, puede sacar en una bolsa los restos y afuera del hotel depositarlos en el basurero.-

Así lo hice. No discutí. Recordé que la ciudad de los rascacielos contiene una honestidad brutal y unos humores de hartazgo por gente que batalla con el tráfico, frío congelante, exceso de turistas y un capitalismo tan absurdo que frustra al que no es millonario. Así que junté mi poca basura y me puse mi abrigo de pluma con textil, guantes, gorro y toda la indumentaria necesaria para evitar una parálisis facial. Pero olvidé lo más importante: mi móvil.

En la calle congelante di unos pasos y localicé el contenedor tan negro como grande para abrirlo y depositar mi pequeña e insignificante bolsa de hotel. Alguien siguió mis pasos y a mis espaldas me comentó:

-Qué mujer tan limpia, tirando la basura donde debe de ser con este frío, ¿De dónde es?-

-México-.

En ese momento voltee mi cabeza y vi a alguien que a mi juicio era familiar…-¿Lo conozco?

-Sí. Apuesto que sí.-

Mi móvil no pudo documentar una charla corta con este personaje que aguantó la nieve que caía para entender qué hacía una mexicana tirando basura en la calle en el contenedor correcto. Aplaudía el modal y sugería que en su ciudad la gente a veces no está de buenas. Disculpaba el modal del Hotel y al concluir me daba un abrazo. Y mi móvil en el cuarto.

Ese mismo trayecto de viaje ya en el aeropuerto decidí que necesitaba ir al baño. Salí y enfrente de mí se asomaba Orlando Bloom. El también había sincronizado sus necesidades fisiológicas a las mías. Bloom sólo sonrió y se limitó a decir…Si, soy yo. Ni siquiera pude preguntarle, él ya tenía el guión preparado.

Y así podría contar de muchos y pocos pero todos con una interacción mínima o nula. Pero mis ojos los han advertido y creo, para mi gusto, que preferiría toparme con uno de las siete que con ellos.

Hemos fabricado una atmósfera especial en el entorno de famosos. Nosotros hemos puesto el pedestal correcto para que ellos suban con gracia a esos episodios de fanatismo que son detestables. Hacer ídolos es peligroso porque ellos también cometen errores humanos y no vienen perfectos de fábrica. A medida que aprendamos esto estaremos fuera de foco de una escena de gritos y fotos que cuando se reflexiona da mucha pena. Mejor verlos así, humanos con un trabajo diferente, que comen, que resbalan, que lloran, que duermen, que se enamoran y que también son víctimas de corazón roto. Ellos muy mediático, nosotros en discreción.

Y toda esta historia me gusta para dictaminar que ellos también prefieren pasar inadvertidos. Su mundo ideal es llegar a la tienda de día para comprar sus ropas y cenar en cualquier terraza con un buen vino y pasta.

Ellos…tan sedientos de ser invisibles.

Hace varios años en una ciudad lejana conocí a una mujer de mi misma ciudad que estudiaba moda. Rápidamente se integró al grupo de mis amistades y a cambio de haberle abierto mis puertas me invitó a una cena con sus padres. Ellos habían recorrido Europa para al final llegar por ella y viajar juntos a Asia. Un viaje de esos envidiable, de dos meses, de muchas historias.

Acudí a la cena con mucha alegría y con toda la actitud de conocer el enjambre de historias, momentos, ideas de los progenitores de una chica dulce y estudiosa. Y comencé a escuchar una historia que me dejó con la cara de asombro.

Resulta que los padres de ella habían visitado Berlín. Rápidamente se enamoraron del orden, museos, historia y comida grasosa para caminar con energía entre tumbas y boutiques de lujo. Pero avanzaba la tarde para convertirse en noche. Tomaron el metro y al momento de bajarse en una estación no reconocieron la entrada que marca la salida a la ciudad. Estaban perdidos. Muy perdidos y era tarde, muy tarde, tanto que el gentío habitual no estaba. Divisaron a lo lejos a dos hombres. Uno era muy alto y de tez oscura y otro, bajo con tez muy blanca.

El progenitor caminó hacia ellos y la esposa decidió quedarse parada para esperarlo.

El progenitor avanzó y se fue directo a la espalda del hombre bajo y con sus dedos aclamaba atención. El hombre de color volteaba agresivamente y el blanco le decía:

-Stop-.

Y aquí surgió un diálogo especial.

-Disculpe, soy X de México, estoy hospedado en el Hotel Y,  estoy perdido. ¿Usted conoce aquí?-.

-Sí, conozco aquí. No soy alemán pero puedo decirle que si toma el metro a la siguiente estación llamada Z, usted estará en casa-.

-Gracias por ayudarme, le deseo buena noche.-

La esposa trataba de reconocer ese rostro blanco con ojos verdes y con la sonrisa más hermosa del planeta. Su marido ya caminaba hacia ella cuando de repente ella gritó:

-¡Es Tom Cruise!-.

El marido confundido volteaba a ver al hombre de Valkiria y comenzó a reír. El actor se acercaba a él para decirle dos cosas de suma importancia:

-Gracias por no reconocerme, me sentí normal por un momento y…creo que usted caballero, no va muy seguido al cine. Feliz retorno-.

Yo reía con esta escena. La simplicidad, el saber que alguien así de famoso arreglaba una confusión de una pareja que sentía miedo al estar confundida en una ciudad extraña con un idioma incomprensible.

Decidí pensar que cuando un famoso se atraviesa en vida lo que nosotros podemos regalarle es la calma, la tranquilidad, la continuación de su mordida a su comida sin interrupción.

Privacidad, lo que muchos tenemos, otros no quieren, lo que famosos añoran y los que quieren serlo lo exhiben en sus portales de redes sociales. Privacidad de poder sacar la basura en una ciudad cruel y fría y no ser advertida. Aunque en esa ocasión sólo un famoso me miraría con la incredulidad de quien mira en el metro de Berlín a un hombre der corta estatura que lo que quiere es su privacidad.

Famosos, basura, frío, amistad, progenitores, cine, risas. Esta historia concluye con la risa de Tom Cruise en el metro de Berlín ayudando a mexicanos…perdidos.

Siempre hay alguien que te espera…

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