Palabras inesperadas, puertos seguros…
En los últimos días he tenido el concepto de “puerto seguro”. Me gusta platicar mi idea con gente, clientes, alumnos, familia. El compendio de dos palabras es inmenso en su significado. El puerto seguro es la tierra firme cuando has navegado sin ritmo en la mar, cuando has probado la turbulencia de las olas, cuando el sostén es solo una tabla delgada que sabes que por las órdenes de la física y matemáticas, romperá.
El puerto seguro se camina firme, se escucha limpio, se prueba de deleite, se olfatea positivo, se observa nítido. Es calma y a la vez, veracidad de realidades. Es plantarte ante una mañana en que todo va de rápido para reaccionar con un proceso calmo, de resguardo.
Ser una persona puerto seguro es mucho decir. Es la responsabilidad de ser ese primer paso en la tierra que no se mueve cuando acuden a tu persona bajo mareos cíclicos. Un puerto seguro es la madre que abraza, la nana que prepara el dulce de guayaba con canela, el maestro que te indica tu error para evitarlo en un futuro, el mentor que confiesa sus errores; un puerto seguro son amistades que escuchan tus miedos, la pareja que te da la mano cuando resbalas, el desconocido que te arropa cuando la ayuda es buscada. Es el carpintero que embona las maderas de tu casa, el repartidor de la comida ansiada, el recolector de los desechos de tu casa. Puerto seguro es el niño que te pide con los ojos que lo cargues, el anciano que camina lento. Puerto seguro es el escritor que regala sus entrañas en un libro que te otorga paz y conocimiento, las pinceladas firmes de un pintor que sabes que sufrió en vida, la canción compuesta con el detalle de Satie, el documental crudo de guerra y la edificación que fue diseñada para proteger a los humanos ante la inminente furia de la naturaleza. El la escultura de Bernini donde se toma con fuerza la pierna de la mujer que huye, la sopa de cebolla de un artista de peluca platino, los lirios acuáticos a ese que buscaba una vida tranquila en la Francia a orillas de París.
Durante la Pandemia se vivieron cosas inverosímiles. Muchas de ellas nuevas para todos pero a su vez, extrañas. En mi caso te cuento mi querido lector que por las fechas de Junio 2020 comencé a recibir llamadas de una extraña mujer con la voz más dulce que el chocolate que pedía mi autorización para leerme un pasaje bíblico. La primera vez me quedé extrañada, no sabía si dejar hablar a una desconocida o bien, confiar. Decidí por lo segundo. Sus palabras fueron cortas, atinadas. Yo, sin ser una creyente fervorosa escuché a una voz que pedía hablar conmigo. Fui puerto seguro. A lo largo de los meses siguientes las llamadas seguían, inesperadas, súbitas. Fui tomando cariño por esta persona que desconocía y que en el momento de marcar mi número atinaba en las situaciones que requerían mi rapidez; así ella me enseñaba a escuchar, a calmar el alma, a estar atenta. Blanca es su nombre. Comenzamos a conocer por este medio tan absurdo de llamadas al azar nuestras memorias. Ella perdió un hijo. Una enfermedad extraña se apoderó de sus sentidos hasta que no hubo milagro científico ni bíblico que impidiera que él tomara rumbo a su puerto seguro. Había sufrido tanto que ella, su madre, agradecía que ya no estuviera. Pero ese agradecimiento es agridulce, es consuelo en momentos de prueba, es engañar a la cabeza con las frases ya impuestas.
Blanca me rompió el corazón. Traté de ser experta en diálogos torpes y palabras que sé, pueden ser huecas. Pero ella, cada vez que marcaba los dígitos de un teléfono fijo que está sin usarse encontraba que sus pies ya estaban en un puerto seguro. Un número, un aparato de museo, una desconocida, un pasaje de biblia. Ella, me dice siempre, hace esto con muy pocas personas. Es parte de su apostolado para sobrellevar su duelo. Y yo respeto su sistema. ¿Quién soy yo para cuestionar las formas de calma solicitada por otros?
La semana pasada me llamó. Había cocinado una sopa de verduras de una receta intercambiada, había caminado en el parque y adoptado un perro. Si fuera paciente psiquiátrico apuesto que Blanca sería merecedora de una gran ovación por los médicos.
Lo que Blanca no sabía era que ella, con toda su incógnita, se había convertido en puerto seguro para mí.
No nos conocemos y no lo haremos. Queremos mantener este sistema insólito, inesperado, de intercambio de oídos, de alegrías platicadas.
Qué misterioso concepto, ser un puerto seguro. Uno que abrace a los que vengan, uno que vale más que un cheque en blanco.
Ella sabe lo que hoy escribo. Yo sé lo que ella piensa. Y su hijo sé que desde donde está estará convencido que su madre usa la mecedora de madera de su casa para poder conectar con desconocidas en momentos absurdos. Esa mecedora que él compartió con ella y que hoy es más firme que la tierra.
Para Blanca, con toda mi admiración….
Siempre hay alguien que te espera…como puerto seguro.
Me encantó lo que escribiste!
Me tenias completamente queriendo saber más!
Totalmente cierto; todos buscamos y queremos encontrar un puerto seguro!