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Mi ventana y la Junta Sindical…

Los sindicatos tienen una historia muy interesante. Siendo objetivos y sin agregar definiciones emocionales cito las palabras de la RAE:

            -Asociación de trabajadores constituida para la defensa y promoción de intereses profesionales, económicos o sociales de sus miembros.-

Su historia breve se desencadena a raíz de la Revolución Industrial para la protección de los intereses económicos, seguridad, higiene, condiciones profesionales y sociales de los trabajadores. El primer país en aceptar el vocablo y aceptarlo como una parte formal fue Inglaterra en 1824.

Ante esta definición que he reflexionado en las últimas semanas quiero confesarte lector que tengo un sindicato en mi casa y que diariamente clama sus derechos a cambio de sacarme sonrisas.

Poseo, en pleno conocimiento y con mis facultades mentales todavía en funcionamiento lo que he bautizado como La Junta Sindical de los Pájaros de mi Ventana. (SPV).

Todas las mañanas a la misma hora el mismo grupo de miembros de plumas comienzan a entonar sus diálogos de una forma sutil pero formal. Este grupo ya tenía muchos meses haciendo lo mismo pero es hasta que la consciencia alerta que algo es repetitivo, que algo es de diario, que algo es de despertar siempre con la risa de escuchar su forma de unión antes de arrancar el día.

Los pájaros son tan libres que eso mismo hace que me sienta feliz de saber que por elección propia escogieron el mismo árbol que se sitúa en la esquina de mi recámara. Ellos quieren estar ahí. Yo no hice nada para poseerlos. Ellos lo hacen por elección.

Es mío su despertar, su comer, su beber, su tranquilidad de andar por las ramas que con tanto cuidado se podan para evitar que se enreden en cables de electricidad. La orden responde a que sus ramas siempre estén frondosas para los amigos de pico y grito.

No he podido contar cuántos son los miembros pero alerto que por mínimo son 10. Todos son diferentes, plumajes de colores diversos, tonos de gritos en diversas tesituras. Gritan en orden, mientras uno lo hace, los otros escuchan. Y así, van dándose el lugar que corresponde hasta el final que todos, al mismo tiempo, cantan fuerte lo que yo interpreto como Himno.

Esta historia un poco cursi para algunos me gusta plantearla con la mágica estrategia de saber que las rutinas, los rituales, las cosas sencillas y que la naturaleza regala pueden mover su varita mágica para hacernos sonreír. Si bien a los problemas diarios se enfrentan con capote rojo, también se debería con el mismo capote rendirse ante una naturaleza que nos regala los momentos que por más obvios a veces pasan desapercibidos.

Esta semana el Sindicato cambió de tono. Creo que el calor hizo algo con sus cuerdas vocales a lo que traté de dejarles más agua. Al regresar por el contenedor advertí que estaba seco. Y ellos en el árbol quietos. Más agua, pensé. Y sí, ellos esperaban más gotas cristalinas. Lo curioso es que al verme llegar se acercaron y se movieron con la naturalidad de estar con iguales. ¿Será que ya ellos me reconocen? No lo sé. Lo que sí sé es que cada mañana por la ventana los veo y suelto risas ante tal espectáculo.

Ahora que escribo están cantando de tal forma que hacen que interrumpa mis letras. Estarán planteando sus metas de semana con picoteos en la madera del árbol. Estarán también dialogando sobre la mujer que habita en la recámara que observan y que cada domingo escribe. Ellos no saben que hoy dedico mis líneas a ellos. Ellos no saben que yo cada mañana al despertar busco inquietante su pliego petitorio mientras tomo mi primera taza de café.

A mis pájaros, mi esquina, mis ramas y mi escucha.

Siempre hay alguien que te espera…

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