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Love: eludir la Fama…

Fama: condición de famoso. Popularidad, celebridad, notoriedad, reconocimiento.

Esta es la definición de una palabra que es seductora y se viste de tela lujosa y brillante. La fama es, por mucho, una de las condiciones más buscadas por el ser humano desde siempre. El avance de las redes sociales, un mundo en donde lo cotidiano puede volverse distinguido y la masa de personas que aplauden las más mínimas demostraciones de una vida que podría ser ficticia, aderezada por condimentos que después se derrumban ante el apagado de un botón.

El tema diario en nuestros días es la discusión sobre lo que afecta este ente tan letal a las vidas de personas normales que buscan cómo sobresalir. Algo diferente, la marca personal, la publicación diaria. El “arréglate conmigo” cuando te platico lo que mi perro hace en el jardín, el giveaway engañoso para que me regales seguidores que no serán apoyo en un futuro, el deporte frenético haciendo sentir a los que no se mueven perdedores de la salud, la fiesta viral, la venta de cursos maravillas de autoayuda que nunca llegará.

Hoy en un mundo electrónico es un lujo vivir de misterio, de no mostrar el diario, de no compartir hábitos ni costumbres.

Hace muchos años, en 1928 Robert Clark nacía en Indiana. Un niño alegre en una familia de clase media en el estado del cual adopta su nombre artístico (Robert Indiana). Desde pequeño tenía claro que su profesión sería el ser artista y su familia le dio el apoyo matriculándolo en escuelas de Arte en Michigan, Indianápolis y Nueva York.

Al graduarse buscó instalarse en la ciudad de los rascacielos y del pop art en apogeo. Su condición diaria fue la de hacer un círculo privado de amigos artistas que compartieran su mismo gusto, su misma vida.

Pero existía algo más fuerte que el arte para este artista. Su religión.

Criado en la iglesia cristiana científica que tenía su piedra angular en la auto curación. Su familia y la de muchos estadounidenses mostraban cierta afinidad por esta cultura religiosa que invitaba a la gente a ser independiente y quitarle el trabajo a Dios y doctores para curarse. Un estado de paz y tranquilidad tenían sus seguidores cuando en los 60´s comenzó a decaer el pensamiento encapsulado y las decenas de iglesias construidas bajo este culto cerraban. Si existe la fecha de caducidad en una creencia, esta la tuvo.

Las iglesias o templos quedaban vacios y algunas fueron convertidas en galerías de arte. A Robert lo invitarían a formar parte de la apertura de una y le solicitaron llevar una pieza única. A él se le ocurrió hacer una escultura de fierro, con colores primarios y letras de tipología serif para marcar una frase icónica. Love is God.

Así, Robert comenzaba su carrera de visibilidad y logró tener la atención de un Museo reconocido para tener una grandiosa idea. Hacer un timbre postal en Navidades para desarrollar un estilo único. El Museo fue el MoMa y el timbre dictaba el famoso LOVE.

A la vuelta de correo la gente se preguntaba quién había hecho algo tan divertido y lindo, coleccionaban los timbres y guardaban los sobres donde no se pudiera despegar fácilmente.

MoMa al ver tal éxito invitó de nuevo al artista para que su timbre se hiciera escultura. Pero Indiana pudo negociar que la escultura fuera libre, arte público. Y así fue.

En la calle 6a de Nueva York se instaló la famosa escultura que daba pié a fotografías de turistas, guía para desubicados, amor chorreando en la ciudad del consumismo.

“One hit miracle”, ese estigma que todo artista evita para que su nombre sea reconocido por toda su obra y no por una sola.

Después de tanta fama, Indiana trató de seguir con sus maniobras de arte, colaboró en cintas con el mismísimo Warhol, fue el pionero del diseño de portadas de revistas de deportes, trató de rehacer su famosa pieza con otros vocablos como HOPE, diseñó vestuarios de performance y números gigantes. A pesar de esto, el seguía siendo el artista de LOVE.

Lo increíble es que Indiana no pudo, en su tiempo, tener derechos de autor de su obra y comenzó a ver cómo en países lejanos su escultura, tipografía y palabra se erguía en parques, museos, jardines, escuelas. Crecían como espuma. Se realizaron en otros idiomas, símbolos extraños pero fácilmente reconocibles.

Al ver que su obra caminaba rápidamente y que su persona era siempre aliada a esta, Indiana buscó la privacidad. Logró comprar una casa en una isla alejada de todo en el estado de Maine.

Desde ahí trabajaba en silencio viendo cómo seguía el amor multiplicándose. Sus recursos crecían por otros proyectos, otros que no tenían foco mediático. Más académicos, más solicitados por entidades específicas. Todos y cada uno danzaron con su curso legal correspondiente y así, su estabilidad era la deseada por muchos.

Raramente se veía en revistas, programas televisivos. El buscó no aparecer, amaba su privacidad. Por lo contrario de un artista en esa época que ganaba en notoriedad y buscaba ese foco radiante, él mantenía su luz callada, cálida.

El pudo curarse a sí mismo de esa infección que le da a muchos. El aplicó lo que su niñez dictaba, que el ser humano es fuerte, que es libre, que es capaz de tomar decisiones para remendarse solo. Dios es Amor, esa era su creencia. Y si Dios escoge las manos de uno para plagar el amor en el mundo es un acierto.

Indiana supo que el amor avanzó en casi todos los países. Le gustaba saber que algo tan básico era el marco de fotografías que marcaban un momento en las historias de cada una de las personas que ahí decían…say cheese.

Pero la verdadera obra de arte de Indiana fue enseñar la lección de lo exclusivo. De lo privado, sobrio.

El amor, tan de fama y tan privado. Tan de redes y tan de vida normal. Tan de efímero y tan perpetuo. Y la escultura original sigue en la ciudad a la que Frank Sinatra cantaría con orquesta de lujo y es buscada hoy en día para poder tener el instante fotografiado.

Siempre hay alguien que te espera…

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