Los muertos del tráiler y una vida chilena…
Hace varios años me encontraba en una playa remota a miles de kilómetros de aquí. Una quieta, azul, de esas que te enseñan en fotografías y decides que es más bella su realidad que el momento instantáneo de otro. Con poltronas pulcras, parasoles perfectos, música de fondo envidiable y la mejor comida para degustar. El protocolo es silencioso, no existen o más bien no se conciben vendedores ambulantes, ni gritos estridentes ni canchas de pelota en brazo. Una playa de almanaque donde la lectura se goza, donde los silencios son cubiertos por escenas de enciclopedia.
Me encontraba absorta en la lectura de un libro que narraba la vida de un artista francés, uno que tenía en su posesión dos palomas de mascotas y que en sus últimos días le regalaba al mundo la creación del Collage: Matisse. Con las frases del gran maestro del color y la belleza que mis ojos percibían llegaba una noticia que si hubiera sido ruido sería el mismo que hace el cristal cuando se rompe. ¿Quién tiene el derecho de hacer semejante acción? Un diario internacional, una narración digna de película de terror. La cintilla dictaba lo siguiente:
Se descubre tráiler con pilas de cadáveres estacionado en paraje lejano en la ciudad de Guadalajara, México.
Cuando mi acompañante tuvo la narración en sus labios mis ojos se deformaban. Resultaba inverosímil que, al no tener lugar en fosas comunes, los cuerpos se iban paseando de un lado al otro en el medio de transporte enorme. Los vecinos pudieron poner su queja por el olor que les llegaba, de otra forma, el tráiler seguiría dando vueltas por las diferentes zonas como un espectáculo macabro.
La playa ya no fue tan azul, el sonido ya no era apacible. Yo leía sobre los días de vejez tan pacíficos y tan coloridos de uno y por otro lado, conocía la noticia que me disparaba el saber que existen personas que no deciden sus últimos días, que son víctimas de un momento de violencia y también, que su vida fue terminada por otro. Pobres vidas, sin un lugar de descanso y haciendo su paseo en parajes de hierba seca con tequila a sus lados. Agradecía mi capacidad de asombro, porque cuando esta se acabe sería el fin de consciencias, de temores, de esperanzas.
Pedí al acompañante que ya no mencionara nada sobre lo leído. Es mi País, es un dolor colectivo que también pasa en otros lugares pero que no es contado en la primera plana del diario extranjero. Y por toda esta reflexión también tuve la gracia de pensar que sólo entre nosotros veneramos las vidas de muchos, les ponemos flores, altares, comida, bebida y tratamos de comunicarnos en actos que lejos de ser esotéricos nos dan remanso de paz. Nosotros le damos tinte a la muerte, la pintamos de flor naranja, la saboreamos de atole de arroz, la bebemos de tequila y mezcal. Ellos, los del tráiler, no tendrían esa suerte. Había que entrar en el proceso de identificación, buscar un lugar que no tenían para luego ponerles flores y lápidas encima.
Más tarde, en ese mismo día y durante la cena me atreví a dar un diálogo sobre la muerte y la vida. Logré recordar a la brillante cantautora Violeta Parra, Chilena. Esa voz melancólica, recia y clara que le regaló al mundo los himnos más hermosos que celebran la vida. Le conté a mi acompañante la historia que muchos no saben. Ella, miembro de una familia artística se dedicó a educar su talento hecho voz. Creció escuchando música, cantando música, degustando música. Su vida de joven viajaba no en un tráiler, lo hacía en aviones que la llevaban de un lado a otro para participar en musicales, teatros, recitales. Desde muy joven manifestó un especial gusto por la depresión. Decía Neruda que su enfermedad era la tristeza. Ella pasó por duelos de familia y de los amores más amados por su corazón. Y tanta tristeza a veces se convierte en letras bellas o en músicas doradas.
Violeta en sus últimos años se dedicó a llover sus lágrimas y sus desamores en palabras que le regalarían al mundo uno de los más bellos himnos: Gracias a la Vida. Ella, al igual que Matisse lanzaría algo insólito que por todos los años futuros sería venerado.
Violeta, por el contrario de los muertos del tráiler, decidiría terminar con su vida. Varios intentos tuvo, varias manos que trataron de curar su dolor, hasta que un día su mano con aparato de hierro y gatillo hicieron su función.
Lo paradójico de la vida, que alguien que ame tanto sus días según canción compuesta y decida que hay un final que se tiene que decidir propiamente.
Y ahí radica la magia de ella. Ahí radica la reflexión de sabernos afortunados en días amarillos y grises, en situaciones alegres y tristes, en momentos de playa de protocolo francés. Ahí radica la diferencia de elegir dos palomas de mascotas y recortes de revistas para empalmar sus significados. Ahí radica la maldad de algunos por usar el mismo instrumento de Parra pero en ocasiones no solicitadas y en almas ajenas que no pidieron morir. Unos lo desean, otros la esquivan. Seguro Violeta Parra se hubiera puesto como yo en ese momento que escuchaba la noticia más surrealista que los oídos habían escuchado. Habría deseado que todos los ahí apilados tuvieran sus días posteriores escuchando su música y con su familia venerando su cuerpo en un camposanto.
Porque las fotografías de lugares no gritan lo que ahí pasó, porque en un tráiler se pasean almas en conjunto que no tienen a dónde ir, porque en Chile se escribe algo tan bello y en Francia se juega con pedazos de momentos. Los silencios, las arenas, las poltronas relucientes que reciben vivos que hablan de muertos.
Gracias a la vida que me ha dado tanto
Me dio dos luceros que cuando los abro
Perfecto distingo lo negro del blanco
Y en el alto cielo su fondo estrellado
Y en las multitudes el hombre que yo amo.
Gracias a la vida, que me ha dado tanto
Me ha dado el oído que en todo su ancho
Graba noche y día grillos y canarios
Martillos, turbinas, ladridos, chubascos
Y la voz tan tierna de mi bien amado.
Gracias a la vida que me ha dado tanto
Me ha dado el sonido y el abedecedario
Con él las palabras que pienso y declaro
Madre amigo hermano y luz alumbrando,
La ruta del alma del que estoy amando.
Gracias a la vida que me ha dado tanto
Me ha dado la marcha de mis pies cansados
Con ellos anduve ciudades y charcos,
Playas y desiertos montañas y llanos
Y la casa tuya, tu calle y tu patio.
Gracias a la vida que me ha dado tanto
Me dio el corazón que agita su marco
Cuando miro el fruto del cerebro humano,
Cuando miro el bueno tan lejos del malo,
Cuando miro el fondo de tus ojos claros.
Gracias a la vida que me ha dado tanto
Me ha dado la risa y me ha dado el llanto,
Así yo distingo dicha de quebranto
Los dos materiales que forman mi canto
Y el canto de ustedes que es el mismo canto
Y el canto de todos que es mi propio canto.
Este blog lo dedico a todos los que no pidieron irse. A las familias que mueren cuando mueren ellos, a las madres que quieren encontrar a sus hijos para ponerles un altar. A los niños que no conocerán a sus adultos y a todos los que tenemos un alma buena guardando de nosotros en el más allá. Y también a los que deciden que ya no hay más. A los que se cansaron de tratar y que su medicina compone la canción más hermosa.
Siempre hay alguien que te espera…