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Los juegos que jugábamos…

Esta semana reflexioné mucho sobre los juegos de infancia. Hubo un artículo que llamó mi atención comparando alguno de estos con la vida actual adulta y su aplicación. Decía que el famoso juego de las sillas donde un grupo de personas caminan alrededor de sillas acomodadas en escalón y se guían por música aplicaba a la realidad actual de que siempre alguien, se quedará fuera del juego.

Los juegos desarrollan habilidades motrices, pensamiento estratégico y toma de decisiones para enseñarnos desde pequeños las consecuencias de vivir en una sociedad en la que idílicamente se debe de compartir, de ayudar, de tomar de la mano. Es decir, el que no ganó silla podría ser aceptado en la mitad de una si el ganador así lo desea.

Así, con este pensamiento y observando que actualmente se observa a una niñez sin juegos me puse a reflexionar lo afortunada que fui de tener mi clan de vecinos de juego.

En mi infancia, que gocé como castañuela, se vivía con otro tipo de horarios y de rutinas. Los tráficos no eran los que hoy son y se aprovechaba el tiempo como si fuese la última gota del limón. A las seis de la tarde todos los niños de las casas vecinas salíamos a comenzar lo que sería la tarde de juegos más divertida.

Algunos sacábamos pelotas, otros, listones de colores, otros gises para pintar el asfalto y piedras para señalar los lugares.

A las seis comenzaba esa danza de casi quince niños de edades similares y de ambos sexos donde sus padres también convivían en fin de semana y cuidaban que la sociabilización se diera tranquila. En el grupo de los niños, los roles ya estaban escritos. Se sabía quiénes eran los fuertes, los débiles, los sentimentales, los serios, los que dictan normas, los que las infringen, los que sólo ayudan y los que eran líderes.

Así, comenzaba una danza especial que comenzaba con Las estatuas de Marfil. Una, dos y tres ahí. Y con este juego, la estabilidad se aprendía y la velocidad de las piernas para correr en caso de que fueses salvado. El equilibrio, el silencio, el observar el entorno.

Seguía el Lobo lobito. ¿Estás ahí? ¿Realmente estaba? En una ronda con ritmo de canción todos advertíamos si la sorpresa del lobo llegaba. Porque los lobos son así, no se sabe cuándo atacarán, cuando llegarán y habrá que estar alertas. Con la melodía se aprendía que cada cinco o seis veces el lobo salía de su guarida a comernos y así, se lograba hacer una estrategia. Prever riesgos, adelantarse a lo que pudiera ser un mal resultado, tener siempre plan B, o plan C.

Luego venía la bebeleche o avioncito y confieso que era uno de mis favoritos. Brincar con un orden dictado usando sólo una pierna y lograr recoger la piedra. Equilibrio, paciencia, estabilidad y saber esperar para así recoger el fruto al final. Pero lo importante es que el premio podía ser de todos, colectivo, para cada uno de los que mostraron fidelidad a reglas y procesos. Al final, una piedra recordaba lo importante de caminar despacio para llegar a la meta.

Los limones en la cuchara era un juego que disfrutaba también ya que se advertía de caminar lento, con consciencia, con equilibrio observando una sombra verde que se plantaba en medio de los ojos. Poco a poco se desarrollaban los atajos para poder tener un buen resultado y finalmente, con todos los limones, hacer una limonada en la que cada uno y de forma de premio disfrutábamos. Una delicia de juego.

Conforme la edad avanzaba mudamos nuestros cuerpos a las mesas de comedor para gozar del Turista y de otros juegos de mesa. La convivencia era diferente, pero los roles eran los mismos. El problema aquí consistía en quién compraría Francia e Italia y saber que si se pisa una Embajada es como si irrumpieran en mi propia casa. Eso, lo de la Embajada, lo aprendí desde pequeña. Y no ha existido nadie que cambie esa creencia de amar el espacio Patrio.

Con los juegos fuimos creciendo hasta hoy vernos en algunas ocasiones como adultos. Unos ya no están, murieron muy jóvenes. Otros viven en el extranjero, otros siguen aquí y con el mismo respeto nos abrazamos recordando las seis de la tarde.

Lo curioso es que esos roles de pequeños siguen siendo los mismos. Por esos roles sabemos quién sigue honesto, quién es líder, quién es débil y quién trata de no acatar las reglas. Somos tan predictivos.

Los juegos otorgan un papel primordial en la formación de vida de una persona. Los juegos nos enseñan a convivir en sociedad, es ese civismo tácito de canto y listón, de roca y gis en asfalto, de pelota pateada hacia una meta. Es saber que en la vida habrá lobos, siempre, y que saber convivir con ellos es una tarea fundamental.

Con los juegos se aprende a reír, a imaginar, a brincar, a ser gozador de vida. Los juegos, los juegos, esos que hoy poco a poco se olvidan para sustituirse por pantallas y teléfonos que difícilmente podrán cantar alrededor de unas sillas.

Hoy, como adultos, deberíamos jugar más. Tener ese espacio de seis de la tarde en que podamos disfrutar de momentos donde los limones pueden ser compartidos y donde las estatuas pueden ser vivientes. Hoy, en el mes de Abril, recuerdo a mi yo de niña gozando como una posesa en cada tarde donde la unión de un grupo se cerraba por una buena pelota. Niños y adultos. Juegos y vida. Niños siendo adultos y adultos gozando como niños.

Siempre hay alguien que te espera….

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  1. Me encantó la última frase:
    … siempre hay alguien que te espera… abrazo