Los Incas no necesitaron ir a la Embajada de México…
Esta semana el País de los ceviches y de las ruinas más espectaculares hizo eco. Un eco sordo, criticado, comentado, gritado. No pude evitar reflexionar sobre mi relación con el Perú, que sólo ha sido de turista y de comensal de las delicias de una de las cocinas más exquisitas del mundo. Sus platillos, para mí, tienen nombres poéticos: Causa Limeña, Suspiro Limeño, Ají de Gallina. Sólo mencionarlos mi cerebro se conecta inmediatamente a la visita que hice hace varios años al País que alberga una de las siete maravillas del mundo, Machu Picchu. Y me conecta también por lo aprendido sobre los Incas. Esta civilización ancestral nos daría una buena lección a todos para tener una vida autosuficiente, estable, de rituales escogidos y de gobiernos nombrados por la experiencia.
Los Incas florecieron entre los siglos XV y XVI. Llegaron a penetrar en toda Sudamérica y su capital sagrada se denominó Cuzco. Esta entidad no es para débiles, su altitud es tan grande que en la estadía podrías manifestar el dolor de cabeza más fuerte de la vida. El mal de altura necesita de varios días para asentarse pero mientras tanto se necesitará de una postura horizontal que podría hacerte recordar los más profundos pecados cometidos. Es contundente. Pero ya pasado el mal, el cuerpo vuelve al alma y la cabeza olvida sus cuchillas en las sienes. Ahí, los Incas fuertes, establecieron su poderío.
La leyenda dicta que el Lago Titicaca, la luna y el sol dieron fruto y como resultado, nacieron el guerrero Manco Cápac y su futura esposa, Mama Ocllo. Ellos ya unidos serían el primer regente de los Incas.
Lo primero que hicieron fue analizar lo que se poseía y lo que en algún momento podrían conquistar. Con quietud, con templanza. Vieron que el clima era una fortaleza amplia. Ese clima cambiante durante un mismo día y probaron varias especies de vegetales y hierbas para que su gente no tuviese hambre. Ellos, tan primitivos y sin una tecnología comprendieron que los estómagos vacíos no son buen elemento.
Desarrollaron más de 400 especies de papas, amarillas, moradas, verdes, grandes, medianas, pequeñas, redondas, amorfas, oblicuas…todas, todas ellas satisfaciendo a un cúmulo de habitantes y otorgando oportunidades de siembra a todos, trabajo, mucho trabajo, trabajo creativo, de mezcla, de semilla, de hortalizas.
Aprovecharon sus recursos naturales al máximo, sus canales edificados de piedra arriaban el agua de tal forma que el líquido preciado, tan faltante hoy, siempre estuviera a disposición de todos, y sobre todo, de la siembra.
Los Incas dieron lección de autosuficiencia, ellos no hubiesen entendido que hoy pedimos a otros lo básico elemental. Ellos vivían libres de problemas de firmar acuerdos con otros entregando su alma a futuro.
Amaban el Arte. Se hicieron de oficios coloridos de textiles, cerámicas, orfebres y escribían. Escribían a su modo. Y cantaban, con la música que ellos inventaron. Sus espacios de arte los convirtieron en trabajos de alto aprecio que al día de hoy y con un ojo bien entrenado sabemos respetarlo.
Si bien esta historia apetece para pensar que todos eran iguales es un grave error. Existían rangos, clases, grupos. Pero su conformación fue tan perfecta que todo giraba en bienestar. Los jerarcas eran escogidos por el pueblo en un sistema rudimentario de votaciones y entre los más votados siempre acertaban eligiendo a los más ancianos, a los guerreros conquistadores y a los habitantes que hubiesen aportado algo importante al crecimiento de la sociedad. Estas tres importancias, el sabio, el defensor, el innovador. Y así se conformaba su tribu de Nobleza que dista mucho a las noblezas actuales. Los Incas hubiesen apostado su reino por no caer en lo que hoy se define como noble, me queda claro.
Los sabios ancianos contaban historias a los jóvenes, prevenían, aclaraban, evitaban. Ellos estarían formando ese dúo importante de mantenerlos ocupados y ellos, a su vez, regalando su sabiduría. Los ancianos como tesoro nacional. Bien jugado.
Así se desarrollaba su día a día, entre rituales de sabiduría, nuevas semillas sembradas, nuevos soles observados.
El pueblo se segmentaba según sus dotes. Comerciantes en un grupo, pescadores en otro, ganaderos en otro, artistas en uno más, agricultores en el más importante. Entre todos configuraban una fiesta de fortalezas respetadas y enaltecían lo que hoy enmarcamos con un zapatero a tus zapatos.
¿Qué puede salir mal así? Nada. O casi nada. Porque danzando su vida ocurrió que tres carabelas patrocinadas por los reyes católicos llegaron a sus vidas y ahí fue cuando la sangre y costumbres se derramaron en un manto verde hecho de papa. Pizarro, imagino, degustó cada una de ellas sin adivinar que ese puré futuro estaría amargo, con cáscara áspera, con almidón de caducidad.
Machu Picchu ahora sería ruina, una muy visitada, saqueada por extranjeros, fotografiada en múltiples viajes y con adornos en sus animales que se pasean para que el turista se tome la mejor polaroid. Pero sus pasos actuales y haciendo honor a ancestros, los peruanos desarrollaron muchas cualidades que hoy se valoran. La comida, la mejor comida. Patrimonio de Humanidad. Su artesanía, tan de lana, alpaca y color, apreciada a nivel mundial. Pero no fue suficiente. Ya no se respetaba al más sabio, al más defensor, al más innovador. Y si antes los Incas no prestaban importancia en la tonalidad de tez, hoy es lo que impera en una población que lo que más necesita es la paz, la calma, la quietud para salir de una crisis que no deja caminar.
Porque muchas veces no gusta el físico del gobernante, porque muchas veces se odia sólo por odiar, porque muchas veces no hay salidas y las retóricas regresan en consecuencias tan espesas como un puré de papa hecho al vapor. Así el caminar se vuelve para atrás. Y las traiciones aparecen, y los ceviches se amargan, y los mariscos ya no tienen estrellas de premios en sus menús.
Habrá que aprender del pasado, habrá que analizar que los Incas, lejos de odiar a los suyos sabían que tener la autosuficiencia y el respeto fomentaba la tranquilidad de la que hoy nos privamos.
Los Incas no necesitaron tener una Embajada de México para lograr un exilio. No la necesitaron porque la elección de su jerarca hubiese sido bien realizada y finalmente aceptada, respetada, enaltecida. Y se hubiese apoyado entre todos para que el tiempo no se perdiera en críticas y gritos y en vez de eso, se hubiesen puesto a sembrar más.
Siempre hay alguien que te espera…