Los escritos guardados de granate y piedra…
En el 2018 me inscribí a un curso de escritura. Uno que reunía un grupo pequeño de asistentes y que semana a semana intercambiábamos ideas, imágenes, pláticas y el desarrollo de ideas a partir de una realidad inmediata. El ejercicio de la escritura es selecto, exquisito e implica el compromiso de una mente que dimensiona ideas, las acomoda y luego, al final de todo, las entrega a otros. El óptimo cierre de este proceso de letras es recibir el argumento, el comentario, la respuesta.
Hoy por la mañana me di a la tarea de escuchar la Conferencia que Siri Hustvedt dictó en la FIL Monterrey. Siri siempre ha tenido que lidiar con el peso de ser “la esposa de Paul Auster”. Poco a poco y educando al público en conferencias, estrados, pódiums y sobre todo, enviando un mensaje poderoso, se ha quitado esa percha tan pesada. El camino ha sido fructífero y lento hasta tener consigo premios que exploran el reconocimiento merecido. Es controvertida, profunda, enredosa y astuta en la escritura que abarca temas psiquiátricos, de género, de ficción y poema a la vez.
Ayer habló de la Pandemia. Un tema que posiblemente nos tiene cansados y que muchos han preferido omitir en delante. Pero un evento de tal magnitud no puede borrarse con un cuadro gomosos de azul y rojo. Un evento así es un maestro para una posible repetición futura.
Hablar de la vulnerabilidad e incertidumbre es imperante. Hablar de los ejercicios que el ser humano toma en sus manos para reinsertarse a una normalidad, también. Hablar de la no soberbia que nos puso a todos en jaque dentro de las casas y protegiéndonos unos de otros. Algo no vivido en nosotros los modernos, algo usual en los antiguos.
Hustvedt habló de la importancia de soltar la pluma y tratar de integrar la escritura en nuestras vidas. Yo estoy de acuerdo con ella. El ensayo de tomar una pluma y cuaderno y pintarlos de abecedarios es un ejercicio que debería ser cotidiano. Enseñarnos a describir entornos, darle voz a los mudos, elaborar diálogos imaginarios entre animales, captar las bondades de las vidas en agradecimientos de moño y paquete. Escribir, desde niños, desde siempre. Escribir sin esperar ser famoso o aplaudido, sin pensar que una placa dorada algún día estará entre las manos. Escribir para mitigar momentos que pueden ser tomados como los encierros de Covid, esos que necesitan sacarse o simplemente, necesitan salir para ordenar la mente.
Escribir se empieza por leer. Así, las palabras danzan, las ideas se aprenden, los signos de puntuación conviven. La ortografía se revisa, el texto se edita, el archivo crece. Escribir es querer decir algo importante, algo que a otros interese.
En el curso que atendí y con el cual abro este escrito se nos convocó a 5 participantes comenzar con la descripción de objetos cotidianos y simples. Ese es un buen comienzo. Ese es un ejercicio que recomiendo. Hoy busqué mi libreta roja de pasta dura donde guardo todo ese resultante de aprendizaje y me pareció interesante regalártelo. Dos escritos sencillos, dos cosas triviales y a su vez, magníficas. Un arándano que adornaba mi ensalada y un caracol de piedra que se posaba en el jardín de fuera.
Un arándano
El granate es su color. Arrugado por procesos y delicioso en su interior. Un arándano es un ruido de salud y Navidad, de entretiempos y de actividades diarias. Tan pequeño y poderoso. Sin necesidad de género específico. Me gusta pensar que este alimento fusiona elementos masculinos y femeninos, que sus arrugas son su vida de pasado que ayudaron a su futuro en darle episodios alegres, nostálgicos, de memoria y ruido. Sus líneas protegen un jugoso componente interior, blando, suave. Sus mosaicos a contraluz son significante de la belleza por descubrir. Una risa, alegría, momentos, infancia.
La temperatura lo infla, lo torna esponjoso y demuestra que con calidez y tiempo su forma es perfecta. Sabor dulce y amargo. Bondad y rudeza en un solo resultante. Explosión de rojo.
Un arándano aguarda siempre a ser motivo de saciar un momento para ser la antesala de un episodio determinante. Un arándano.
El caracol se resiste
La paz de un circulante camino se rompe con un caracol. Manos artesanas imagino, lo trabajaron en el pasado convirtiendo en piedra lisa que sirve de guía a espectadores. Del caracol a la derecha, a la izquierda, a la salida y siempre, el caracol.
Viento, agua, música y hierba que danzan forma parte de su diario mirar. El caracol de piedra se planta con la conciencia infinita y más aún, teje historias de visitantes.
¿Qué habrá escuchado?
¿Qué habrá visto?
Pero seguramente hoy inspiró una historia que se resiste. Voces, risas y al final, el tiempo alrededor de un caracol.
Así las letras se ensayan en cuartos cerrados, se pasean en jardines abiertos. Se recuerdan en conferencias de novelistas extranjeras y se vuelven a juntar en una mesa de madera con 5 mujeres con las cuales tuve la oportunidad de darle vida al granate y piedra.
Siempre hay alguien que te espera…