Las amigas de infancia siempre encierran emociones de barro…
Existe una técnica para la realización de escultura cerámica llamada Raku. Esta se basa en la filosofía Zen, capaz de realzar la armonía de las pequeñas cosas, la belleza de la simplicidad y naturaleza de los objetos.
Ligada a la ceremonia del té, tan querida por el pueblo japonés, la cerámica Raku nace en los inicios del siglo XVI. Hoy esa técnica es utilizada por muchos artistas para crear objetos cotidianos en especiales. Brillan, tienen cicatrices donde el proceso del humo penetra y deja huellas. El proceso es complejo y delicado a la vez y el artista pasa por una concentración divina para el flamante resultado. Su proceso transitaría así…
Cocer el objeto entre 900 y 1000 grados, durante aproximadamente 3 horas.
Extraer la pieza aún incandescente con la ayuda de largas pinzas de hierro.
Depositar el objeto en un contenedor lleno de material fácilmente combustible (virutas de madera, hojas de periódico, aserrín).
Sumergir la pieza en agua.
Limpiar el objeto para eliminar los restos de la combustión que acaba de tener lugar.
El Raku observado en piezas me disparó una historia de infancia. Una especial porque de ella se extrae el humo que penetra en las grietas más hondas de las vivencias jugadas. Esas de risas e inocencias de cuando somos niños.
Cuando era pequeña mis padres me ingresaron, al igual que a mis hermanas, en un colegio dirigido por religiosas. Grandes pasos de infancia los viví cerca de 42 niñas que poco a poco fuimos testigos de nuestras inquietudes, nuestros defectos, nuestros aciertos y virtudes. Estoy casi segura que un polvo mágico sopló arriba de ese salón B porque mi mente no tiene registro de pleitos, burlas o momentos de ira contenida como pasa actualmente en muchos colegios; en los momentos tristes la conciliación era inmediata e inminente.
Hacíamos ese juego de dedos cantando…somos amigas del dedo chiquito, si nos enojamos se enoja Diosito…y así, sin más, seguíamos intercambiando papel carta y estampas de Star Wars ponderadas según el papel protagónico del artista. Si existía algo más fuerte, las religiosas actuaban de inmediato nombrando a las dos en turno de conflicto a ser parte de la Escolta. Con paso adelante y paso para atrás, se olvidaba la rencilla para que el rol patriota fuera desempeñado perfectamente.
Pero las actitudes y las preferencias van formando grupos, y poco a poco fuimos escogiendo los equipos minúsculos entre 42 personitas. Los equipos se escogían natural, como de nacimiento, como de pasos similares.
Mi equipo era inquebrantable. Cada una aportaba lo que sabía y lo que gustaba formando una amistad más íntima, de esas que abren puertas de casa por las tardes para hacer las tareas exigidas y los deberes. Y entre tarde y tarde cada casa aportaba alimentos, usos y costumbres, convivencia de hermanos y de padres que por horas eran tutores.
Entre las casas que yo visitaba con franca naturalidad había una blanca y grande. Una en que los hermanos y los padres formaban una ciudad pequeña y numerosa y donde las meriendas se tornaban en mesas de 20 personas con el alimento abundante y casero. Era simple y a la vez complejo. Las horas se respetaban para que los diferentes ciudadanos platicaran sin cesar de sus días. Mi compañera de equipo en su tiempo libre pintaba. Todo era arte, todo se saboreaba de color pastel, de hojas especiales, de lápices que formaban sombras.
El tiempo fue pasando y los equipos se fueron dispersando por la abrumadora adultez que llegaba. Los estudios diversos, los viajes a extranjero, los diferentes abrazos de nuevas personas, nuevos equipos. Pero los equipos de infancia, aunque no se vean de diario, están ahí. Eso es un misterio, un alegato a la vida moderna. Las amigas de pequeñas siempre cuentan con apoyos incuestionables, inquebrantables. Observar lo que cada una es en adultez es un manjar que se deleita y disfruta poco a poco. De mi equipo de niñez se formaron empresarias, abogadas, arquitectas, doctoras, escritoras, cantantes, formadoras de familias y las cocineras más admiradas. Mujeres fuertes, mujeres que dedican sus vidas a simplemente, vivir.
Algo pasa en la niñez, algo mágico. Algo que con todos los añadidos de adultos, juicios, opiniones y eventos forzados jamás serán impedimento para acudir en los momentos cumbres. De niños formamos redes que por más que lleguen a estar en tempestades se romperán.
Hace poco fui testigo de la niña habitante de la casa blanca. La grande, la de las meriendas y risas. La que pintaba en sus ratos libres y que hoy, ese pintar y desdibujar le tomó seriamente la materia de arcilla y barro llamado Raku.
Poco a poco sus manos y el proceso se acomodan en museos, galerías, eventos. Y como todas las personas que adoptan el Arte como consuelo para vivir mejor existe la paciencia para que las emociones, poco a poco, afloren en forma de obra. Y ahí radica la belleza de sus piezas.
Porque si el Raku se basa en tomar los materiales con las manos y llevarlo a los procesos más fuertes para su creación pudiéramos pensar que la vida misma es dicha disciplina. Una que usa el humo para penetrar en las grietas que serán tornadas bellas para ser admiradas por los observadores ajenos.
Mi declaratoria es fuerte: el arte, en todas sus manifestaciones, es en estos momentos de las pocas cosas buenas que tiene el mundo ante los panoramas tan ruidosos y tan intensos. Salvan, curan, cuidan, adormecen, contemplan, ríen, emocionan, tranquilizan y ponen el pañuelo en la lágrima derramada. Ojalá el arte fuera influencer. Ojalá que el arte fuera un buen partido político. Ojalá que el arte fuera el tratado para evitar guerras. Ojalá el arte fuera el conducto para bajar la inflación. Ojalá el arte se imprimiera desde pequeños como en el equipo que formé y donde observaba que el pintar de tarde nos regalaba la paz requerida para continuar intercambiando estampas en los recreos del colegio grande con Escolta.
Hoy dedico este blog a la artista Ursula Piñeyro, con sus piezas diferentes, sus andares de colores y sus cantares más sonados en espacios artísticos. Sus piezas son emociones contenidas en arcilla y temperamento. Y también lo dedico a todas las artistas que como ella buscan su lugar. Buscan su espacio, buscan su diálogo. A todas y todos los que toman el arte de serio, de camino sin salida, de nombre y mención.
Ojalá todos tengamos en nuestros equipos a personas que contienen colores y barros en sus manos. Ojalá.
Siempre hay alguien que te espera…
Simplemente maravilloso y tocando las fibras más internas, muchas gracias Mayela.
Me transportaste a mi infancia y al presente en tu manera bella de integrar historia, amistad y arte.