La silla, el sótano y las charlas de dos…
La silla es un elemento tan cotidiano en nuestros días que a todos nos parece que lleva ahí la eternidad y que responde a lo más básico. Hubo un momento en la historia que alguien pensó que había que generar un elemento donde poder apoyar nuestro esqueleto cómodamente. Este alguien fue el escriba babilonio Ebih-II. El tuvo la gran idea de adosar unas patas de madera y un respaldo a una sencilla tabla, dando lugar a la primera silla en toda la historia de la humanidad. De ahí a Egipto para los faraones y de ahí al mundo para sostener a monarcas, élites, grandes personalidades que usaban este elemento de poderío para gritar sus mandatos. Después, el pueblo, los pueblos, de formas sencillas, sin mármol ni oro, con respaldos llanos que demostraban que por más primitiva o más lujosa, la silla siempre contiene verdades y palabras que muchas veces preferimos esconder.
En las sillas se han caído gobiernos, se han firmado tratados, se han formado territorios, se han quitado otros, se han dado órdenes de guerra y se ha firmado en letras de negro, la paz.
Un elemento tan básico fue el que llamó mi atención en una salida de sótano de estacionamiento entre el bullicio de gente en búsqueda del arte nuevo, del moderno, del local. Comencé tratando de descifrar los mensajes de artistas que entregan sus entrañas en una pieza que bien es representada por óleo, acrílico, hilo sobre papel, madera con cadenas, lápiz y sombras, fotos brillantes y así, mi cuerpo ya estaba preparado para tropezar con un artículo tan básico de nuestro norte, de fierro, color blanco, pesada y rota y vuelta a formar con un enlace de por medio. La silla de mi abuela…rezaba su cartel.
Me detuve.
¿Quién no tiene en su patio una silla así?
¿Quién no tiene en su memoria la visita a alguna casa donde su jardín verde se adornaba con estas piezas antiguas y pesadas?
La silla como elemento de recuerdo, como elemento de conversaciones largas con café, galletas de caja y carcajadas de nostalgias.
Todo mi recorrido y diálogo de conocidos que toparon sus personas con la mía aguantaron mi interpretación tan extensa sobre un elemento tan obvio que de serlo tanto, no nos detendríamos a desmenuzarlo.
Porque en sillas se declara amor. En sillas se mantienen relaciones. En sillas se firman contratos, se enseña, se llora, se ríe; en sillas se leen novelas que nos tienen en vilo, en sillas se mantiene la contemplación, se imagina, se piensa, se recuerda, se planea. En sillas la gente recibe bendiciones, en sillas se acompaña a los amigos en tragos amargos, en sillas se escucha la música, se pinta, se esculpe, se baila.
En sillas se escriben poemas y se leen en voz alta a otros. En sillas han nacido, han muerto, han decidido dar un brinco que se lleve al hospital para tratar de remediar enfermedades.
En sillas se alimenta, se bebe, se repasan tareas, se juega con tableros de madera y fichas.
La silla se pinta, se esculpe, se arma, se baila, se canta, se declama, se cocina, se capta en imagen de un instante. La silla engloba todo y apenas ocupa nada.
Pero la silla blanca de fierro, pesada y desdibujada recuerda la esencia de todos los que vivimos en una comunidad norteña, una de calores abundantes y de fríos muy fríos. En ella hemos provocado el ruido más fuerte al moverla, en ella sus patas se han enterrado en céspedes secos.
Qué gran idea, la de la silla. La de un elemento tan simple con patas de sostén y respaldo de apapacho.
Una vez un babilonio pensó en esto. No sabía que le entregaba al mundo un elemento tan importante y tan diario, no sabía que su mente lógica sería venerada por todo el mundo. No sabía que alguien, después de miles de años, decidiría hacerla de fierro pesado, con adornos, de blanco y con patas firmes. No sabía que alguien escribiría sobre ella después de un paseo de Feria.
La charla de dos en una silla deformada es la mejor propuesta que un sábado por la tarde observé a lo largo de un sótano entre mentes creativas.
Larga vida a las sillas blancas, a repintarlas cuando lo necesiten. Finalmente, es un invento del pasado que de pasado a presente marca el futuro. Y es un invento que provocará siempre el intercambio de historias con las personas más valiosas de la vida.
Si las sillas hablasen, cuántas cosas deberían callar. Cuántas cosas pudieran expresar. Cuántas cosas pudieran enseñar…y rememorar.
Siempre hay alguien que te espera…en una silla.
Especial mención al autor de la obra, Carlos Lara.