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La nieve que forma sociedades…

-El 13 de Octubre de 1972 un avión uruguayo se estrelló en la cordillera de los Andes. A bordo viajábamos 40 pasajeros y 5 tripulantes. Unos dicen que fue una tragedia, otros hablan de un milagro. ¿Qué pasó realmente? ¿Qué pasa cuando el mundo te abandona? Cuando no tenés ropa y te estás congelando, cuando no tenés comida y te estás muriendo. La respuesta está en la montaña.- Numa Turcatti.

Así comienza el filme de J.A. Bayona que en este año ha hecho su aparición en público teniendo en su corto pasado nominaciones a premios, festivales. Un premio significa que existen eventos a lo largo de la historia que merecen ser contados, recordados, que merecen ponerlos en contexto, que merecen un sinfín de aplausos a 16 personas que lograron sobrevivir a un tumulto de nieve inmersa más blanca que su propio resplandor. Pero merecen igual reconocimiento los que no lograron contarlo en una vida que esperaba, verde, de agua y abrazo.

En 1994 tuve la oportunidad de cruzar la cordillera de los andes en un vuelo cómodo de la aerolínea LanChile. Mi asiento estaba en ventanilla y creo recordar que tomaba alguna bebida fresca y una botana apetitosa. Yo veía los dientes afilados e interminables, como boca de niño en crecimiento, espacios largos, más nieve, más picos, más belleza. Recuerdo haber pensado en la tragedia de los Andes que tanto contaban en mi familia y la moraleja de lucha de seres humanos congelados.

Siguen los picos, la nieve, lo blanco y el niño creciendo.

Volteaba, observaba, turbulencia y de nuevo la calma de llegar a un aeropuerto que recibía con dulce de leche a los pasajeros, que vendía té de mate en sus tiendas. Yo tan cómoda, ellos tan desafortunados.

Después de muchos años y por casualidad conocí a un superviviente, uno de los 17. Carlitos Paéz. Con él aprendí que muchas veces no se admira al famoso que muestra una serie de objetos de compra, con él aprendí que simplemente se admira al normal que tuvo la desdicha de vivir algo inusual. Con él aprendí que nunca será contada completa la historia y que a veces las síntesis se usan para no sentir más dolor.

Volaba, caí, sobreviví y me rescataron. Pero él se dio el tiempo, él se mostraba abierto a las muchas preguntas que se cuestionaban sobre su estadía en la dentadura blanca.

Las sociedades que se forman cuando un grupo de desconocidos tienen un dolor común son muy interesantes de reflexionar. Ahí arriba no existe credo ni aparato de cuentas de rosarios, no existen preferencias de música ni partidos políticos. Ahí todos son iguales y muestran, en su gran mayoría, el mismo objetivo. Vivir. La libertad de hermandad surge cuando sabes por una radio sucia y rota que el mundo ha declarado tu abandono. Cuando tus labios están más partidos que gajos de naranja y cuando tu piel ya muestra quemaduras severas. Y te inventas, te desdibujas y vuelves a armar. Eso si quieres volver a ver el verde y reír con tu familia. De lo contrario, pides que la nieve te lleve en un acto dulce y súbito para no despertar a un infierno diario.

Las sociedades que se forman arriba no pierden tiempo en absurdas charlas y toman las decisiones más difíciles, mismas que serán cuestionadas por el mundo infectado de morbo, pleito y guerra.

¿Qué hubieras hecho tú?

La sociedad de la nieve es sin duda un filme que muestra otro lado de las otras películas del mismo tema. La belleza de un narrador que enamora y que te mira fijamente a los ojos. Un narrador que existió y que no logró vivir. La sociedad en la nieve hace honor a los muertos y no apunta solamente a los que tuvieron la fortuna de aguantar los fríos, el hambre y las avalanchas que no tuvieron misericordia.

Una parte interesante del relato de Páez explicaba que ellos no pensaban que su lucha era imposible. El mundo ya había puesto ese letrero cuadrado. Ellos, si hubiesen pensado en esa palabra, no lo habrían logrado. ¿Cuántas veces nos vencemos antes de comenzar pensando que no es posible la meta?

¿Qué hubieras hecho tú?

La sociedad en la nieve me impacta en reflexión para saber que cuando no existen reglas, leyes, dogmas, atajos y nomenclaturas el éxito es casi seguro. Cada uno con su fuerza, cada quien con su ayuda de talento. Y el respeto. Y la magia que sucede ante la decisión más importante de su vivir, el alimento, tema central para muchos asomando la sorpresa o la crítica. En el tiempo del suceso, decían varios, la prensa apuntaba a esa sola noticia. Se puso en evidencia una crueldad hasta casi obligar que fueran expulsados de un gremio de Basílica en Roma. No tuvieron éxito. Y como muchos de los 17 contaban, ¿era eso importante?, ¿qué no habían hecho ellos su propia religión?

Mi final es la frase conmovedora que bien ha valido los aplausos. Mi final, mi lector, es tratar de ver que en la vida nuestro dios está en otros, a través de otros. Y que no necesitamos cordilleras para reconocerlo.

-Pero mi fe, no está en tu dios. Porque ese dios me dice lo que tengo que hacer en mi casa, pero no me dice lo que tengo que hacer en la montaña.

Lo que está pasando acá no se puede ver con los ojos de antes. Numa, este es mi cielo, y yo creo en otro dios. Creo en el dios que tiene Roberto en la cabeza cuando viene a curarme las heridas. En el dios que tiene Nando en las piernas para salir a caminar sin condiciones. Creo en las manos de Daniel cuando corta la carne y Fito cuando la reparte sin decirnos a qué amigo perteneció y así podamos comerla sin tener que recordar su mirada Yo creo en ese dios. Creo en Roberto, en Nando, en Daniel, en Fito y en los amigos muertos.-

Existen vidas largas y lindas, sin contratiempos y de pausas alegres. Otras no tienen esa quietud y se caen en una dentadura de un niño hasta que este se convierte en adulto.

¿Qué hubieras hecho tú?

Siempre hay alguien que te espera…

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