
La librería, los niños y los bastones de otros…
Ayer visité después de varios meses la librería de amarillo y negro. Necesitaba encontrar regalos para unos pequeñines de tres años que la siguiente semana celebrarán su aniversario. Pensé que no existe mejor regalo que las hojas para colorear, las imágenes para aprender, las palabras de colores estridentes para adentrarse en este mundo.
Confieso que no había visitado los estantes físicos por la comodidad de la compra electrónica y porque, después de tantos años y en ejercicio de autoconocimiento me nombro como un peligro en una librería. Un peligro económico, de tiempo, de adrenalina y en muchas ocasiones de dolor físico de hombro por cargar con el peso intelectual en forma de bloques con portadas sugerentes. Pero ayer volví acompañada y pactando con la otra persona detener mis manos cuando el impulso se adueñara de mi espíritu. Tengo hoy mismo cerca de 45 libros sin leer. Necesito enfrentar a esos para que nuevos lleguen. Y querido lector, fui triunfante. Invicta de compra y de buscar más lugar físico en la fila de espera de mis libreros.
Pero los regalos fueron la motivación y me dirigí a la esquina derecha de fondo donde se sabe, es la sección de niños. Se sabe por los colores, tapetes coloridos, estantes desordenados y muchas palabras a medias revueltas de emociones de héroes infantiles. Gocé el ejercicio.
Me mantuve callada tratando de entender el mundo de los pequeños ante los bloques de hojas. En algún momento yo lo hice, lo hice con la energía que mi pequeña mente acompañaba al pasar de página y entender ese mundo escrito que ya siendo adulta recuerdo ante el mismo ejemplar. Pienso que el caminar de vida va dando otro sentido a las cosas y hoy entiendo que el Patito feo que de niña me producía lástima, es hoy esa persona que es diferente en un mundo de blanco. Que es una persona que necesita más esfuerzo pero que con su tenacidad lo consigue. También entiendo hoy porqué la Reina de las Nieves era tan atractiva, tanto que se ha llevado a la pantalla de película para describirnos que un corazón congelado no es lo conveniente. De niña sólo pensaba que ella era bella y buena y que su congelamiento atraía a los niños para protegerlos en un castillo azul. Yo quería conocer ese castillo azul. Hoy entiendo que en momentos de duelo, de desencuentro y de enojo lo he visitado. He sido inquilina de esas que de repente se levantan de la silla congelada para salir al sol de nuevo.
Los niños son tesoros nuevos en los cuales se siembran historias que interpretan en su forma, en su modo. La importancia de verlos sentados en las librerías con sus movimientos toscos de hojas y gritos de exaltación es parte del ejercicio. Esas manitas que empiezan a familiarizarse con los libros monumentales repletos de imágenes. Y la inocencia.
-Papá, ¿tienes $1,500.00? Yo no tengo dinero y quiero este libro, ándale.- La mirada del padre completa este diálogo de economía frustrada en conjunto con la alegría de ver que al menos será dinero bien invertido.
-¡Mira el león mamá, es amigo de los animales y no es malo!- Quería decirle que en un libro el león es amigo pero en un safari con el jeep descubierto es un peligro. Pero seguramente ese niño lo descubrirá más adelante.
Calcetines sin par, zapatos aventados, cabellos enredados de tanto llevar las manos en forma de expresión, libros tirados en una perfecta composición de arte contemporáneo. Una gozada.
Encontré los libros que buscaba. Mis queridos chiquitines de tres tendrán en sus manos tesoros que intervendrán sus manos y que seguramente ayudarán a aprender novedades del mundo. Y yo aprendiendo cada día al ver y entender lo que el arte despierta en cada niño. Como bien dicen, si quieres entender a un artista en lo básico, preséntaselo a un niño y observa.
Ya de salida mi impulso me llevó a recorrer los estantes del lado contrario. Mi delirio se compone de esos libros de biografías de artistas reconocidos, con portadas finas y que pueden además de leerse, ser adornos de mesa. Me topé con uno exquisito de un artista que para muchos es desconocido. Henry de Toulouse – Lautrec. Post impresionista. Un niño que nació en familia aristócrata y que fue mimado por su madre. Una madre que le leía, le enseñaba, le educaba. Un niño solitario, con defecto físico y con muchas ganas de vivir.
A París se fue nuestro Henri, a la ciudad luz que se engalanaba con los almacenes Lafayette de reciente apretura, a ver y ser visto. Pero él no tenía la suerte de contar con otros a su alrededor. Henri era el patito feo en una ciudad perteneciente a la Reina de las Nieves. Visitaba frecuentemente los cabarets y comenzó a formar su propia red de amistad. Las prostitutas, bailarinas, artistas rechazados. Era tan elegante y culto que el mismo Maxim´s le abría las puertas con gozo porque sabían que habría gente que pagaría por verlo. En vez de tomar alcohol, él leía. Leía en plena noche. Y observaba.
Su defecto de cuerpo le suplicaba un bastón. Uno fino, negro. Y así era conocido por las calles de la ciudad de los cafés. Cuenta la leyenda que cuando Vincent Van Gogh visitó el restaurante mencionado fue víctima de burlas. Se reían del aspecto del pelirrojo con mirada evasiva y comportamiento separado. Toulouse – Lautrec al percibir esto tomó el bastón y comenzó a dar de giros contra los burlones hasta sacarlos de lugar. A partir de ahí, serían amigos y cómplices. Dos solitarios, dos artistas, dos almas que conocían de las burlas ajenas.
Toulouse – Lautrec comenzó a pintar. Pintaba lo que amaba. A sus mujeres de trabajo nocturno, a las luces de cabarets rojos, a los pocos amigos que creían en su persona.
Y un buen día, el dueño del Moulin Rouge advirtió su fortaleza y le encargó la propaganda en papel del lugar. Y justo ahí nació lo que hoy conocemos como cartelones publicitarios. El resto fue fama, reconocimiento y sobretodo la credibilidad que tuvo ante la sugerencia al gobierno de hacer frecuentes exámenes de salud a las trabajadoras nocturnas. El consiguió que por primera vez estas mujeres fueran atendidas en sanatorios para prevenir enfermedades que se dispersarían como el fuego. El las quería vivas, sanas y bajo el respeto que merecen.
Una visita a la librería me deja siempre pensando, reflexionando. Ayer entendí que las manitas de niños, en algunos casos, cargarán un bastón que defenderá a otro en similares condiciones. Me di cuenta que las amistades se pueden entretejer en temas atractivos para ambos y también, que existe gente que desde niño con los cuidados necesarios forman su autoestima que les valdrá el enfrentamiento de gobierno para proteger grupos vulnerables.
Respeto a los niños, respeto a Henri, respeto a los cartelones que hoy lucen en tiendas de arte, museos, cabarets y que fueron firmados por un rechazado que ganó su lugar en la vida a través de un bastón.
Siempre hay alguien que te espera…