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La insignia de los malditos…poetas

Mucho se habla sobre la suerte o la omisión de ella en situaciones que favorecen a ciertas personas en ciertos momentos. Imagino que una mayoría cree en esa postal pintada a mano que nos regala la oportunidad de entender que sólo son algunas personas las que se iluminan bajo el vocablo Suerte y todo lo que esto implica. Definir la palabra misma es un ejercicio que necesitamos profundizar:

Suerte: resultado positivo o negativo de un suceso poco probable. Hay por lo menos dos formas a los que se puede referir cuando se utiliza el término, en los que varían desde percibir suerte como una cuestión del azar, hasta atribuir a explicaciones de fe o superstición, como la organización sobrenatural de los sucesos afortunados y desafortunados.

Así, entendemos que la probabilidad juega un papel interesante en esto. Comprar el billete de lotería cada semana puede tener resultante a no ser premiado. A la inversa, comprar el billete solo una vez en vida puede resultar ganador.

Nos gustan esas historias de diarios que nos llenan de emoción al saber que alguien desfavorecido pueda tener la oportunidad de comenzar algo nuevo, algo que estaba detenido por no tener monedas doradas. Pero es muy poco probable que sigamos la pista de ese trayecto tan ruidoso en noticias y más aún, en pocas ocasiones nos enteramos que dichas líneas de tiempo fueron desastrosas. ¿Quién no conoce la historia de los ganadores de lotería que luego pierden todo en un abrir y cerrar de ojos?

Para poder ahondar más en esto me gusta mucho contar una historia que no es de billetes rascados, sino de vidas formadas.

En 1888 el poeta simbolista Paul Verlaine publicó un ensayo en Francia llamado “Los Poetas Malditos”. En sus páginas el autor elegía a los principales poetas de su tiempo para escribir sobre su obra y su vida privada. Para poder pertenecer a este selecto grupo no elegido se debían de cumplir con ciertas normas:

-Ser artista libre, bohemio, sin estatutos, dogmas, normas, escuelas formales.

-Estar aislado de los cánones regulatorios de sociedad, ensimismados, en cuarto privado, con ideas a veces, subversivas.

-Tener sin querer y por acumulación de eventos, desenlaces trágicos y a veces, autodestructivos.

-Poseer esa mente de genio, distinto, elevado, observador de momentos que otros por ser manada no podría distinguir.

Tristan Corbière – Arthur Rimbaud – Stéphane Mallarmé – Marceline Desbordes Valmore, Villiers de L’Isle-Adam – Pauvre Lelian.

Por esta lista antes descrita, los poetas malditos eran señalados por la sociedad francesa que en esas épocas sólo pensaban en pasear en los faroles de las calles lluviosas de un París glamoroso. Para muchos, ellos tenían mala suerte. Para otros, eran los privilegiados que poseían el don de la palabra escrita.

Paradójicamente, ellos son los que nos han regalado las letras más pulcras, las verdades más sonantes, las ideas más ciertas. A veces leyéndolos encontramos la compasión y empatía por las tragedias sujetas de sus días y entendemos que existen entes humanos que no concuerdan con el mundo, no pertenecen, no quieren estar. Vienen un corto tiempo y avientan sus letras sonoras en pedazos de papel para ser comprendidos años más tarde.

El término maldito empleado por Verlaine es tomado por uno de los afortunados de la lista y más queridos, Baudelaire. De su libro Las Flores del Mal y en su poema Bendición, escribe por primera vez en la poesía el vocablo “Maldito” y su conjunción.

Luego de estrenarse esa especie de “grupo con suerte”, el término de maldito logró acuñarse como arquetipo de todo aquel artista inclusive en artes plásticas que cumpliera con el canon de profundo, sensible, apartado y frágil. Ese que le entrega al mundo un pedazo de mordisco de su emoción y su reflexión.

Así que la lista, hoy por hoy es más extensa que seis; Federico García Lorca, Joan Keats, Alejandra Pizarnik, Edgar Allan Poe, William Blake, Charles Bukowski entre otros.

Alguna vez escuché que la suerte es como un polvo mágico desparramado desde el cielo y que sólo cae en el rostro de algunos.

Alguna vez escuché que para poder sacarte la lotería había que comprar el boleto.

Alguna vez escuché que en París si se lee a Mallarmè y Baudelaire eres una persona de buen gusto.

Alguna vez escuché que la idea de suerte es para unos, una, y para otros, una diferente.

Alguna vez escuché que un Tigre es la rifa que nadie quiere ganar, pero que algunos verían que a partir de ahí podrían poner la primera piedra de un zoológico.

Siempre hay alguien que te espera…

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