
La barrera que se viste de capote rojo…
La última vez que asistí a una corrida de toros fue en el 2018 y muy lejos de México. Acompañé a una persona que nunca había asistido a la fiesta taurina ni sabía lo que se sentía estar dentro de una plaza repleta de botas y boinas gritando al unísono “ole”.
No fui la mejor maestra pero recuerdo que le dije: tú disfruta, observa, fija tu vista en la mirada del animal de 500 kilos, reflexiona la elegancia del torero y anota en tu mente lo que más te impacte.
Yo nací de un hombre que amaba los toros. Mi padre tenía una especial afición por ir a cuanta corrida pudiera ir donde se manifestara su torero favorito: Manolo Martínez. Manolo no sabía que años más tarde tendría una coincidencia fuerte con Antonio, mi padre.
Las corridas de México en la Plaza más grande del mundo, de Aguascalientes y Monterrey se convirtieron en salidas normales para él y su amada y nos dieron la oportunidad de saber si seríamos aficionados o no. De los cuatro hijos, nadie tuvo la estampa tan pegada de mi padre pero respetábamos un gusto especial con los carteles ofrecidos. Creo que la que más asistió a esas tardes de domingos fui yo. Me gustaba por honor, me impactaba por historia.
Lo hice de adolescente con amigas y sus padres y yo con el mío a unas cuantas. Cuando Manolo Martínez decidió retirarse, mi padre prometió no asistir a ninguna corrida más. Y su palabra la cumplió.
Yo, que no había tenido juramento alguno acudía a las que se hacían con beneficios para otros desfavorecidos, tomaba mi sombrero, botas y mezclillas y junto con varias disfruté de esas tardes de gritos largos, tacones bajos de cuero marcado y chamarras de piel envejecida. Me gustaba el ambiente. Me gusta el ambiente. Disfruto el ambiente.
Hoy en la época de la cancelación de veganos, matachines, botes de vidrio, telas de poliéster, minorías de cocción de verduras, de bailes prohibidos, de música no viral y tambores criticados es una hazaña asistir a un evento que implique un animal y u ser humano.
Los toros, mi lector, fueron fuente de inspiración de Hemingway en una Plaza de Ronda en España. En los toros se celebran Santos, aniversarios, fechas conmemorativos y se sangran carteles con el diseño gráfico más exquisito y sonoro. Sus músicas son contundentes y los oles son la delicia de una fruta de temporada.
La tauromaquia según la RAE es el Arte de lidiar con toros. Los toros de lidia son toros especiales desarrollados para la bravura que encierra una fiesta brava o encierro. Dichos animales son criados para eso, para una fortaleza específica que más tarde será motivo de festivales de capotes rojos.
Las ganaderías de estos animales son tan específicas como los diamantes amarillos. Dichos animales no podrían estar en otra faena más que en esta. No podría, por ejemplo, ser acompañante de un humano en su casa para ser amaestrado como una mascota. Su sangre y temperamento es tan especial que su desarrollo es tan acelerado y fuerte que a muy temprana edad manifiesta un crecimiento diferente a otros animales. Ellos tienen un instinto de defensa, de autodefensa. Sobreviven a un entorno especial, uno de prado y casta.
Su historia se remonta a la Edad de Bronce y así pasaron por culturas Griega, Romana, Cartaginesa, Celta y después, en la Edad Media culminando a la Moderna.
En todas, el toro de lidia representa la virilidad y fuerza, el intercambio para lograr la paz en territorios, la cadena de negocio de muchos para llevar alimento a sus bocas. En todas el Toro es contra el hombre llegando a una rendición de abrazo que desemboca en el ritual esperado.
Hoy escribo sobre esto por la ocasión de volver a una plaza con cartel anunciado, una de despedida de los rejoneos más hermosos. Iré con el clamor de mi pasado, con la explicación de un desconocido de ruedo que hace años tuve. De su boca al culminar aquella vez salió la palabra: contundencia. Me quedo con esto.
Años más tarde, Manolo Martínez fallecía un 16 de Agosto. Mi padre y todos celebrábamos su cumpleaños cuando se supo la noticia. El torero elegante moría el día mismo que mi progenitor había nacido. El pastel terminó en lágrimas.
Manolo, Manolo y ya. Eso siempre decía.
Y así las coincidencias ocurren, los desconocidos de ruedo desaparecen, los capotes se extienden y las botas se lustran para que puedan subir los peldaños de un redondel impactante que contiene el ambiente de la emoción deseada.
Siempre hay alguien que te espera…
Gracias, me encantó