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La bandera se saborea con una torta de jamón…

Las familias guardan costumbres en sus baúles de madera que son liberados poco a poco. Es como abrir cajas que no pertenecen a Pandora más que en ciertas ocasiones y en otras, pequeños tesoros que se escriben en canciones de generación en generación. Admiramos ver en otros sus historias y sus costumbres tratando de adoptar ciertos hechos y también, tratando de impregnar las nuestras en ellos.

Mi familia de núcleo tenía una muy marcada. Viajar. Mi padre era de esos que imagino ponía en su hoja de cálculo verde horizontal el período en que todos iríamos a conocer alguna tierra nueva, con un lápiz, subrayado. Los primeros viajes que hice fueron todos juntos como muégano y con el paso del tiempo hice otros muéganos de amistades, amores y grupos con similares gustos en visitas variadas. A veces, el muégano se dividía en pocas mordidas, en otras, se saboreaba del otro lado.

El primer viaje a la capital mexicana marcó mucho lo que hoy soy. Mis padres decidían que las maletas azules necesitaban de clima perfecto, cultura, comida diferente y la historia que es la antesala de nuestra patria. Yo tenía apenas 10 años pero disfrutaba el saberme de la mano de un ser alto y corpulento y una señora que con la mirada era cómplice de la vida de ese hombre. Y así cada día recorrimos la Antropología, las enchiladas de azulejos, las chinampas de Xochimilco, los bazares de sábados, los monumentos por etapas como si fueran pasteles mil hojas.

El recuerdo más vívido que tengo es la visita al Castillo de Chapultepec. Mis ojos no podían abrirse más ante tanta belleza de oro y ajedrez, ante la vista espectacular del valle más apretado del mundo. Cada cuarto, cada mueble, cada pisada de un tal Maximiliano y una Carlota, esa historia que fue un pedazo monárquico que quería encajar a fuerza en un País que veía ridículo tanta pompa y circunstancia. –Le dimos pena de muerte -. Dijo mi padre. La República ganaba a un Segundo Imperio que culminaba en un cerro de campanas. Aquí no cupo esa estampa de revista con los trajes de color pastel, aquí se agradece que no se perpetuó. Imagina hoy tener reyes a los cuales servir, nada más inverosímil en un país que sobrevive para siquiera comer y avanzar-.

Más adulta entendería que desde Austria quisieron instalarse aquí entrando por el puerto de la Vera Cruz. Carlota pensaba que la gente haría fila y aplaudiría con lágrimas de emoción en ojos y en la cruda realidad su carruaje fue desdibujado, poco atendido y con una población que ni su mirada se asombraba de su presencia. Creo que ahí ella comenzó a enloquecer, creo que ese fue el comienzo.

Toda la historia Austriaca llegando a México me fue transferida por los sentidos. Entendía por los diálogos de mis padres que a veces hay grupos de personas que por más bellas y finas no encajan en realidades de smog y grados Richter. No caben, no hay lugar. Es como mostrar un jarrón de cristal de roca en un mercado de pueblo. El problema surge cuando en grupos más ficticios que evaden realidades se abre las puertas al oro y corona. Se mimetizan, se calcan. Pero aquí matamos a la portada de la revista de corazón. Las monarquías no se acomodan en tierras diarias

En el viaje seguimos recorriendo lugares y fue en el zoológico del mismo recinto donde un guía efusivo contaba la historia de los niños héroes. Ese episodio de un infante que se enredó en la bandera y decidió dar la vida por México me dejó impactada. Apuesto que mis padres vieron mi miedo al acercarme a los pedazos de piedra con manchas rojas que simbolizaban la sangre derramada. Esa escena no podré quitarla de mi memoria así como el diálogo que minutos más tarde tendría con mi hombre grande. En una pequeña mesa y ante una torta de jamón y bolillo con un refresco en botella de vidrio grueso comenzó la cátedra.

-Necesito contarte la verdad, no quisiera que crecieras con un error de cálculo de una historia que tiene muchos puntos de vista. Hija, nadie muere por México. Nadie en sus cinco sentidos se envuelve en una tela con águila y decide saltar a las rocas. Podrán existir versiones para formar una mente ajustada a lo que llamamos Patria, pero tirarse por voluntad no pasó, no pasa, no pasará. Podrá ser que alguien por detrás y con sus manos decidió empujar al otro para que cayera o más bien, el pié perdió equilibrio. Pero grábate eso en tu cabeza, por México nadie muere.

Ante semejante diálogo y con mi corta edad tranquilicé mi miedo ante una realidad explicada y borraba de mi mente la bandera perfecta en el cuerpo de un niño que caía en una piedra. Mi miedo de ser yo una niña que podría ser partícipe de algo tan cruel y tan mezquino, niños con armas, niños peleando, niños atados a telas brillantes saltando al vacío.

Pero los diálogos siempre continúan a lo largo de momentos futuros al comienzo del mismo.

Mi padre continuaba…

-Morir por algo o por alguien es cosa seria. ¿A quién le donarías un órgano? A alguien que amas y que sabes que podrías salvar salvándote tú también. Los dos vivos, los dos con la mitad de algo que funciona completo e incompleto.

Morir por algo sería el equivalente a vivir cada día muriendo 24 horas por una pasión, algo que te gusta, algo que hace bien a ti y a otros. Morir gozando, morir por un ideal y más que todo, hacer que tu ideal cada día avance y que no sea una palabra solamente.

Morir por algo es aceptar realidades crudas, ser más crítico, observar otros puntos de vista, leer, aprender, investigar y no querer ser el animal que con lana blanca y esponjada camina en el mismo sentido de los demás animales idénticos-.

Ante esas palabras y más diálogos que hoy no escribo es como mi viaje transitaba. En cada uno de los lugares la mente de adultos quería ir paso a paso inyectándose en los niños para entender que un cuaderno obligatorio de escuela no contiene la realidad apegada sino una conveniente para disiparse en todo un País.

Morir por México para mí no es en sentido literal. Morir por México es ante todo la dificultad de muchos por avanzar aunque sea un poco día a día, es ser realista ante panoramas revueltos, es cumplir con un civismo que hoy veo desaparecido. Porque estoy convencida que nadie en su sano juicio moriría por México de una forma literal.

Y con las tortas de jamón recuerdo una historia ficticia de bandera y niño y con los refrescos entiendo que por más poderoso que sea un mexicano no cabe el evadir su impuesto y pagar sus servicios, con un libro de Fernando del Paso reflexiono sobre el intento monárquico y con mi día a día me empeño en caminar entre senderos de piedras y mármol al mismo tiempo pensando que los carruajes de oro, en México, sólo son un ornato importado.

Siempre hay alguien que te espera…sin necesidad de morir por ti.

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