
Hoy карла (Karla) no puede comer en Mc Donalds
En el 2004 tuve el privilegio de visitar el Báltico. Era Junio y mi emoción radicaba en poder observar el fenómeno del Sol de Medianoche y visitar el Museo más grande del mundo. El Hermitage. Se dice que visitarlo llevaría casi 45 días completos, deteniéndote un minuto por obra. Todas las vanguardias artísticas danzan en cuartos verdes con dorado, acústica perfecta y soberbia en sillones. Fue Residencia de Invierno de Catalina la Grande que se dedicó en gran medida a adquirir lotes completos de coleccionistas, para darle cultura al pueblo, para que el pueblo aprendiera. Para que el Arte se manifestara.
San Petersburgo es Europa en Rusia. Con una historia digna de aprender, leyendas, cafés y Rasputín congelado en el Río Nevá. Es música en esquinas, bebidas exóticas, mercados de pieles e Iglesias que siguen derramando sangre. Es resguardo de Lenin, vacación de Stalin y pasado de Zares. Es la Perla del Báltico.
Mis acompañantes y yo decidimos hacer tours autorizados por Naviera, porque bajar sin esto, nos decían, es un protocolo muy alto. Hay que emitir una visa especial, habrá que tener contactos con Embajadas y lo sencillo, es lo más disfrutable. Y bajamos de un poderoso crucero a un autobús sencillo, pero con la bienvenida de una mujer Rusa llamada Karla. Sonrisa de emoción, español perfecto. Karla es una chica que su vida en Comunismo la dedicó a estudiar. Estudiaba historia y estudiaba lenguas. Y se preparó, se preparó mucho. Su marido también tenía el mismo perfil, jóvenes, guapos, de sencilla indumentaria pero limpios, puntuales, con brazos abiertos.
Yo soy una curiosa de naturaleza, en los viajes evito sólo quedarme con lo turístico. Me gusta preguntar, indagar y si la seguridad lo permite, ir a lugares que los turistas no visitan. Con Karla platiqué de la emoción que tenía por ver de frente a “El retorno del hijo pródigo de Rembrandt”. Ella lo tuvo muy presente en la visita. Me indicó cómo leerlo y cómo observar el cambio del pincel contra la luz de la ventada derecha. Me indicó que sentarme en el banco de terciopelo púrpura en su frente es importante. Karla también me platicaba de su niñez, del Comunismo, de cómo de la noche a la mañana ya eran Capitalistas. Capitalistas sin dinero, qué ecuación tan macabra. Karla también platicaba de la esperanza del pueblo Ruso con un Presidente moderno, un Putin diferente. Y los cambios que se observaban. Ella mantenía el cuidado y la atención con un cariño enorme.
Dos días pasamos en esta ciudad mágica, con eso tendríamos una visión de Rusia. Aunque Karla decía: esto es Europa. La verdadera Rusia está en los libros, está en su Roja Plaza. Esto es lo que sigue del congelamiento de un Brujo que influenció a los Zares. Así que comprendí que no puedo hablar de Rusia sin haber estado. Pero sí puedo tener la impresión de una persona que nació ahí.
Finalizado el tour acordamos las mexicanas en dar una propina a Karla. Se la merecía. Se merecía reconocimiento por imprimirnos la alegría de conocer una ciudad mágica. Se la merecía porque nos advirtió lugares, costumbres. Porque una persona que te da cuidado y atención es merecida de respeto. Cuando entregamos el sobre a Karla, ella respondió aturdida al mencionar que ya se había pagado el tour. No entendía que hubiera más para ella. Sus ojos se llenaron de lágrimas. “Con esto podré pagar mi calefacción en invierno”. Y yo esperaría que siempre lo hiciera. Que todos sus inviernos sean tibios. Que sus ojos siempre brillen.
Las guerras son animales de varios brazos. Y piernas. Con corazones partidos por pasados. Con sentidos atrofiados. Con cerebros de estrategas que juegan en tableros con fichas de plastilina. Que no entienden que un País se conforma por civiles. Que los civiles les otorgaron un Poder. Que el poder es una enfermedad que persiste y que no se cura con la quimioterapia más fuerte.
En las guerras, la última víctima es la Verdad. Porque lo que se lee a veces es falso. Porque la verdad absoluta nadie la tiene. Pero lo que sí se tiene es el sufrimiento de los civiles de ambos bandos. De todos los bandos. Unos mueren, otros pierden todo, otros pagan más caros los productos, otros afectamos el ánimo por empatía. En las Guerras, sólo el Poder gana. El Poder de armas, de milicias, de balas, de negocios que no entendemos y de zapatos de plomo que no calzamos.
Hoy Karla no puede comer en Mc Donalds. Hoy Karla es de ese grupo de nacionalidad odiada. Su plato favorito cambió de nombre en Occidente y es parte de una población civil que volverá a perder todo por el simple hecho de haber nacido en el territorio odiado. Se castiga por Nacionalidad. Se castiga por ignorancia. Ignoramos que todos los civiles, en todos los territorios, son los que esos brazos de la Guerra los asfixia sin decoro.
Y el Hermitage estará resguardado una vez más. Y las obras de Arte serán llevadas, imagino, a los sótanos. Esas obras que también visitaban los Ucranianos. Porque antes eran uno, porque la Historia los fragmentó. Porque Occidente los advirtió para unirlos sin saber que ya lo estaban ante otra Nación. La verdad, la verdad. ¿Quién advierte la verdad?
Para Karla. Карла. Y para todos los civiles que sufren hoy ante el observatorio mundial. Para Ucrania, que se disputa por identidad.
Estoy de acuerdo en las guerras no existe la “verdad” y además, cuando pasa el tiempo y el conflicto se soluciona, los civiles quedan marcados de por vida sin comprender jamás lo que vivieron y, con los corazones rotos y sin poder perdonar!!
Que caigan los velos de la ignorancia y los dos Mandatarios encuentren paz, se despojen de sus egos y logren acuerdos de paz por el bien de su país y de la humanidad..Guerra nunca más!!.