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El fuego de Prometeo convertido en Oppenheimer…

Cuando una situación parece exquisitamente compleja me gusta regresar a los mitos griegos. Ellos nos han regalado a través de sus mitologías respuestas a problemáticas, situaciones, pasajes, caminos. Tan de antes y tan actuales los griegos han entregado a la humanidad las respuestas del presente. Complejos, enroscados, de subida y bajada como electrocardiograma son los enunciados que se encuentran al abrir las enciclopedias de laurel y estatua de mármol.

Esta semana acudí como muchos a ver la obra de Oppenheimer. Y digo obra porque es vista por mis ojos como eso: una fotografía espectacular, actuaciones impecables, sonidos ensordecedores y fuegos danzando en una pantalla. Lo más terrible es siempre entender la historia detrás del mito y “el qué hubiese pasado si” en vez del tango de realidad.

Como mujer pragmática me gusta derivarme a los hechos: la bomba atómica se creó y usó, y sólo un país lo ha hecho. Estados Unidos. El receptor…Japón.

La obra fue basada en  el manuscrito de pulitzer “Prometeo americano: El triunfo y la tragedia de J. Robert Oppenheimer”, escrito por Kai Bird y Martin J. Sherwin y publicado en 2005. 

Prometeo, ese que José Clemente Orozco pintó en el Hospicio Cabañas, ese que ha tenido poemas de Byron, Goethe, Shelley y otras personalidades. Pero, ¿Quién fue Prometeo que tanto se plasma y apunta en comparativas actuales?

Había una vez un mito. En Grecia los dioses bailaban en la cúspide del Monte Olimpo. Ellos eran amos y señores sobre los aconteceres, dominaban, amarraban, apuntaban y finalmente decidían sobre la Tierra.

Zeus era el gran dios y para poder combatir a su competencia de titanes ocupó la ayuda de Prometeo y su hermano Epimiteo. Por sus logros ellos se hicieron merecedores de vivir en Olimpo.

Estos a su vez se encargaron de la creación de la vida sobre la Tierra. Epimiteo se adelantó y creó una infinidad de animales  que poblaron el planeta. Prometeo, que también quería participar de ese acto creador, llegó tarde.

Cuando vio que ya la Tierra estaba poblada de animales, Prometeo lloró. Sus lágrimas  cayeron y formaron lodo. Entonces se le ocurrió moldear ese lodo y crear al hombre, tan similar a los dioses como fuera posible.

Después de esto los dioses ordenaron que a sus creaciones se les dotara de habilidades y supervivencia. Epimiteo nuevamente ganó lugar al darle a los animales fuerza, destreza y agilidad. Pero los humanos no recibieron nada hasta que Prometeo lo advirtió. En su inspección Prometeo notaba que los dioses sólo le otorgaban al hombre las tareas que ellos no querían hacer por pereza. Prometeo se sintió humillado y triste al ver que su creación de lodo sufría.

Hasta que en un singular momento Prometeo invadió el taller de Hefesto, dios del fuego y robó dicho material para entregarlo a los humanos. Con él se rompía el yugo con Zeus y por fin los hombres podrían sobrevivir.

El fuego, querido lector, fue entregado junto con la libertad de decisión…el libre albedrío.

Hefesto encolerizó y junto con Zeus hicieron un plan para que Prometeo se bajara de nivel y fuera castigado. Buscaron la piedra más espantosa del Cáucaso donde fue llevado y encadenado. Cada noche, por orden de Zeus, un águila bajaría del cielo a comer el hígado del prisionero. Pero Zeus no advirtió que el de las cadenas tendría la facultad de auto – regenerarse en minutos evitando la muerte.

Así que el castigo debería de subir un escalón y este fue terrible.

De una parte de la piedra del Cáucaso se formó una mujer. A ella le llamó Pandora. A ella le dio una caja donde todos los del monte deberían de llenar con desgracias: ira, crimen, enfermedad, injusticia, locura. Y muy al fondo casi sin ser advertida, la esperanza.

Así que Pandora fue ordenada para seducir a Epimiteo, el creador de animales. Y juntos abrieron la caja por la curiosidad que tuvieron.

Y de curiosidades han muerto gatos. Y otros.

Tanta desgracia desató que no advirtieron que al final estaba la esperanza, esa que dicen es lo último que se pierde.

Y el mundo lloró la caja abierta. Y ya no hubo reversa.

Los griegos nos dan luz para ver que una bomba atómica fue creada. El hombre con su libre albedrío y un ego de globo gigante puede tener esa seducción de estar invitado al Monte Olimpo. El fuego entregado a la humanidad para que pudiera sobrevivir y vivir también es metáfora de Prometeo. ¿Queremos un fuego que alumbre o uno que incendie?

Se dice que a partir de ese día de la prueba de El Alamo el mundo cambió. El mundo desde ese momento vive en vilo de que naciones que tengan un artefacto así puedan encolerizar a Zeus.

No nos queremos encadenados en piedras pero por tanta ambición hemos abierto la caja una y otra vez. Pero en cajas no vive la humanidad entera, en cajas viven los que quieren destacar para que “mi nombre aparezca en la historia”.

En cajas deberían de tener pañuelos que limpien la sangre que mancha, pero por algún motivo Pandora no los descubrió. ¿Será porque en el paquete se incluía que la mancha fuera reconocida por todos?

Entre éticas, moral y caminos correctos crecen hierbas que son callejeras. Hierba que cortamos porque es tóxica. Pero son hierbas que aunque se corten vuelven a ensuciar el camino.

Una bomba, dos bombas y todos esperando la tercera, ¿quién será?

Y así, en un monte habitamos con la certeza de que Prometeo tuvo a bien salvar a la humanidad de los dioses funestos y flojos pero que en su misiva también está una caja que siempre está rodeada de curiosos que la abren sin clemencia.

Pero siempre se debe recordar que la esperanza es lo último que se pierde…aunque esté en el fondo inadvertido.

Siempre hay alguien que te espera…

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