El Cenzontle y el canto que se ama…
“Amo el canto del cenzontle”
Amo el canto del cenzontle,
pájaro de cuatrocientas voces.
Amo el color del jade
y el enervante perfume de las flores,
pero más amo a mi hermano: el hombre.
Netzahualcóyotl (1402-1472)
Un simple retablo pintado a mano por un artista me dispara a la reflexión. Los temas que de ahí se desprenden por medio de colores, brochazos, mezclas y brillos son de tal magnitud que solo un alma amante de la consciencia y lo estético puede descifrar.
El retablo que observé en días pasados me conmovió desde el corazón por saber que si se hace un viaje al pasado podemos enamorarnos más del presente. Nuestro país es uno de los pocos que contienen como en olla exprés una historia tan rica que en oro sería muy pesado cargarlo. De nuestras raíces aprendimos desde chicos a pronunciar lo impronunciable. El vocablo “tl” al final de palabras que envuelven dioses, volcanes, comidas, ornatos, personajes.
De un retablo rescato que Amo el canto de un Cenzontle es el bellísimo y breve poema de Nezahualcóyotl. El como muchos que gobernó en el período elegido tomó el arquetipo de “Tlatoani”.
El Tlatoani en Mesoamérica era elegido por los nobles “pīpiltin” y formaban parte de una familia o dinastía de gobernantes. Se buscaba entre las ciudades con habla náhuatl para que fuera el “gran orador”. El tenía como máximo rigor el otorgar justicia a su pueblo.
Los mexicas tenían un orden de estratificación muy particular en las que se encerraban los comerciantes, los traductores de Huitzilopochtli, los guerreros, los siervos tributarios, hombres en común y esclavos. Se dice que las líneas se respetaban de generación en generación así que poder brincar de una a otra significaba una batalla campal. Así vivían, así caminaban en un mundo lleno de leyendas, flores, faunas y guerras determinadas con sus respectivos sacrificios.
De entre los Tlaotanis su lista es basta. De ellos muchos poetas. Amaban a la naturaleza y respetaban su ciclo, la conocían, la intuían. Respetaban al hombre tanto que le regalaban el canto, el amanecer, el alba, la negrura de noche, las lágrimas de muerte y vida.
Entre tanto rito y muchos más, ellos eran poetas. Hablaban al césped y su humedad y conjugaban a los pájaros que representaban vida y ornato póstumo para su ajuar.
El cenzontle era un símbolo fuerte entre los Mexicas. El cenzontle amaba a sus hermanos.
De plumaje gris y capaz de hacer de su nido una fortaleza en forma de copa el ave también es capaz de imitar los sonidos de otras aves, de música, de máquinas.
Tiene el poder de agrupar a otras aves para defender su territorio y a su vez, es espectador de batallas entre otras especies. Sus patas negras los sitúan en realidades y sus ojos amarillos reflejan el sol.
Así que si de protección se habla, de cenzontle se grita. Plumaje sedoso y espeso, vuelo intencionado, imitación de lo externo.
Amar el canto del Cenzontle es amarnos como raíces. Es distinguir entre Moctezuma, Tízoc, Cuitláhuac, Cuahtémoc y saber que el último antes de España invasora fue Tlacotzí. Este último rebautizado como Juan Velázquez.
Así, de un tajo en 1525 el Tlatoani se murió como leyenda y nació como humano de costumbres hispanas. El cenzontle lo supo pero siguió protegiendo a la tierra que le otorgó una importancia magna y que le escribió un poema.
Sigue volando en nuestras tierras, sigue defendiendo lo suyo. Sigue imitando los sonidos melódicos y advierte las amenazas que se gestan.
Por esa sencilla razón, yo amo el canto del cenzontle.
Siempre hay alguien que te espera…