De sentidos y deseos…
No fue hace mucho tiempo que decidí dar un paseo por mi ciudad en solitario. Acostumbro hacer este ejercicio de vez en vez para conocer nuevos rincones, promover encuentros fortuitos y sentirme, por decirlo de algún modo, turista en mi ciudad. Y de acompañante, una manzana. Decidí sentarme en una banca para ver pasar un momento de vida, cuando me percaté de la presencia de una mujer a mi lado. Cuando comencé a observarla, caí en cuenta que estaba ciega. La ceguera siempre ha sido algo que me pone nerviosa, me entristece, me debilita. La mujer me hizo una pregunta: ¿serias tan amable de describirme lo que estás viendo? Y me quede muda. Eran casi las seis de la tarde y comenzaba la hora mágica del atardecer. ¿Cómo describes un atardecer sin decir colores, formas, tonalidades? Me tardé algo de tiempo y aclamaba a mi creatividad que se hiciera presente, y llegó. La manzana fue parte de mi experimento descriptivo, y comencé…le dije, mira, esta es una manzana, tómala, y ya que la tenía entre sus manos le comencé a hacer un juego que competía con el más hermoso atardecer. ¿Que sientes? – algo redondo y cálido ¿Que hueles? – algo entre dulce y amargo ¿Que escuchas? -Un silencio pacífico ¿Que sabor percibes? -manzana. Alegría y humedad perfectas. Y así, le dije, es lo que estoy viendo. Exactamente así. La sonrisa de esa mujer me marcó mucho. Con cinco sentidos que tenemos, la gran mayoría de los humanos, ella, faltándole uno, pudo percibir la grandeza de un atardecer. Y nosotros, a veces, damos por sentado que siempre los tendremos. Cinco sentidos tenemos, por la vista llega, el olor resbala, el gusto saborea, el ruido se percibe y el tacto, logra darle la forma correcta a lo que paseamos en cinco. Y cinco siempre son. Y la vista percibe los más bellos momentos de vida. Entra por la vista y nace un mundo diferente. Con este relato mi mente voló y recordé un gran episodio de un cuento de Borges. Jorge Luis Borges, escritor Argentino, complicado y muy rebuscado, ese que cuando lo lees, necesitas la paciencia de un milenio, y el libro se arruga por tanto ir y venir de interpretaciones. Página adelante, varias atrás, otro adelanto pequeño, y terminas sin saber en qué lío te ha metido. Pero Borges poco a poco se hace tu amigo. Y en un cuento, tan existencialista como realista, te relata una historia bellísima. Una banca de parque es la protagonista. De lado izquierdo esta el Borges infante, y de lado derecho, el adulto.
Comienza el diálogo de infante a adulto: ¿Quién eres? -Soy Jorge Luis. ¿Juegas? – Si, juego a escribir. ¿Eres feliz? -No (recordemos que él confesó al mundo haber sido no tan feliz como hubiese querido). ¿Sabes que pasará contigo cuando seas más adulto? – No. Dime. ¿Sabes que tu vista se deteriorara hasta el momento en que no puedas ver? -Sin respuesta.
Borges a sus cincuenta años de edad comenzó su deterioro de la vista. Su veredicto fue aplastante: ceguera completa en poco tiempo. Prohibido leer. Y su tumba comenzó a cavarse. Un escritor con prohibición de lectura es como un violinista sin manos. Pero Borges se las ingenió, y pedía que le leyeran en voz alta todo lo que necesitaba, y sus grandes obras fueron dictadas para inmortalizarse. Pero tenía deseos, mismos que no cumplía por su deterioro y tristeza. De pronto, una mujer apareció en su vida. Esa persona, Ana Kodama, fue un parte aguas para él. Una mujer que aceptaba al hombre tal y como estaba y que decidió entregarle su vida como un Aleph (moneda de cambio)…¿y que ganaba ella? Algo vital. Vivir con la admiración y cuidado de un hombre que poco a poco se fue incrustando en su corazón. Y Ana le dio su vida. Y aprendió a su lado, y lo cuidaba, y le seguía y se convirtió en la testigo de sus cuatro sentidos. ¿Y me pregunto, que mayor privilegio podría tener una mujer con un hombre que te entrega cuatro sentidos, y uno restante, imaginario? ¿Qué mayor privilegio de tomar la mano de un aventurero, complicado, rebuscado y simple hombre que te muestra el mundo y sus secretos? …ella decidió que si un sentido le faltaba, se lo regalaría. El mayor acto de amor.
Muchos años vivieron juntos, fueron compañeros de vida y de hazañas. Y Kodama sabía que en el corazón de su amante, existían deseos…tocar un tigre de bengala y volar en globo. Y Ana comenzó a mover todos los hilos posibles, y a Bengala llevó a su enamorado. Un zoológico, una inyección de anestesia, otra banca y ahí estaba Borges tocando tigre…y volaron a California para dar un paseo en globo sobre el Valle donde se alojan las que en un momento serán vino, y sobre Napa volaron los dos, y las fotografías dieron la vuelta al mundo. Jorge Luis decidió casarse con Ana en un día cotidiano, y 45 días duró el matrimonio. Borges fallecería. Y con él, todas las letras complicadas, las vistas no vistas, los premios mundiales y sus deseos de terminar enterrado, en una tumba sencilla en Suiza. Y el Maestro ahí descansa. Y Ana se dedica a perpetuar la memoria de su amado, sus obras, sus relatos, y lo viaja con sus cinco sentidos.
No pasara más tiempo pues, para darme otro paseo. Porque cinco sentidos tengo, y el privilegio de usarlos a mi antojo y libertad para generar encuentros y recordar historias merecen ser celebrados.