De Muerte y Culto
La Pandemia nos ha hecho reflexionar muchas cosas. Temas que ni siquiera tomábamos por sentados. Hemos aprendido palabras nuevas, el vocabulario se ha extendido. Pero palabras que no queremos dimensionar se han tornados diarias.
Vivos estamos, y así recorremos el sendero de vida, pero pensar en la muerte, se hizo presente. Pensando la filosofía budista que dice: piensa siempre en el momento de partir, imagínalo sereno, piénsalo así, y cuando llegue, será un tránsito amable. Yo me imagino a la muerte como una mujer madura. Vestida de negro, entallada, enfilada, muy erguida. Guapa, con encaje y seda. Camina muy segura entre calles y pueblos, ciudades y playas, y es tan soberbia que va volteando a su alrededor. Le gusta ser vista, que la respeten, mira…ahí va la dama mortal…no la veas a los ojos, puede enfadarse. Y tan cínica, voltea marcando con su índice perfecto, los lugares donde ella quiere ser recibida. No pide permiso, solo aborda el lugar, y en un respiro, se lleva a los elegidos. Así, sin más. Pasa como viento, deja huella como hierro. Entre mis andanzas, hace varios años visité un lugar donde la muerte rinde su culto. Esta ciudad en India es llamada la ciudad de la muerte. Varanasi. Dicen los sabios Indios que si quieres conocer su País, necesitas, además de ir al tan sublime Taj Mahal, acudir a esta peculiar aldea. Situada a orillas del sagrado Ganges, Varanasi se perfila como el culto de morir.
Daban las seis de la tarde cuando me dirigí hacia este conocido paraje. Era mi expectativa tan alta que mi corazón no dejaba de latir. Estaré en Ganges. Y ahí terminaría de entender esos programas culturales donde te muestran a la gente bañándose, haciendo ritos con fuego, agua, y música embriagante. Y fue más alta la realidad de lo que esperaba. Esta pequeña ciudad toca tus cinco sentidos. Es mágica, embriagante, por el solo hecho de estar ahí. Caminar por sus calles no es fácil. La suciedad extrema mezclada con olores de curry y cúrcuma son asfixiantes. Pero si logras saltar la prueba, tu caminar se dirigirá hacia los famosos escalones indios, kats, y a ambos lados, como escolta, Shiva y Ganesha te saludarán. Estarás parado abajo, a orilla de Ganges, y un tumulto de barcas de madera más antiguas que el propio Gandhi se mecerán frente a ti. Y escogerás una. Y confiarás. La música india celebra los chacras, y cientos de personas cantan, gritan, rinden tributo, lloran, lloran mucho. Van a dejar a sus muertos. De frente a la ciudad, de lado derecho, veras fuego. Mucho fuego.
Pregunté yo al guía, ¿qué es eso que brilla tanto? Son muertos, me indicó. Ese lado donde vamos, se llama crematorio. El cuerpo es depositado en piras con maderas de diferentes tipos. El más caro es sándalo, es para los ricos. Y así, van por castas muriendo y siendo cremados. (Porque hasta para morir hay diferencias).
Mi asombro fue mayor. Confieso que nunca había sentido tanto impacto, mis ojos veían, en vivo y color, como los cuerpos se estaban consumiendo. Tuve que tapar mis ojos y cuando caí en cuenta, observé que todas las personas llorábamos con espanto. Llévame al hotel de regreso, de inmediato. El indio obedeció, pero de regreso en la barca me contó su historia. Verás, mexicana. Para un indio morir a orillas del Ganges es un privilegio. Algunos pagan de adelantado cuando sienten que la muerte los ronda. Alquilan un cuarto en alguna pensión aquí, y esperan a su muerte. Morir aquí te evita pasar las miles de reencarnaciones, así, una vaca (sagrada) llegará cerca de ti y tu, muriendo, te pescaras fuerte de su cola y volarás, hacia el cielo. Escena sublime. Logramos sobrevivir a esta aldea, tan fotografiada y filmada. Así, con el estómago cerrado, logré conciliar algo de sueño. Pero mi petición al guía fue clara. Necesito regresar de día, necesito enamorarme de tu sagrado lugar. Cinco de la mañana. No más tarde, me dijo. Con todo el esfuerzo emprendimos el viaje de retorno al mismo lugar. Llévame por las mismas calles, muéstrame donde pisé. Y así fue. Con luz de amanecer en la barca, observe cientos de personas agradecidas, entrando al Ganges, riendo, saludando amablemente, Namaste, Namascar. Y la luz mostraba otra escena. Colores, olores, niños y animales mimetizados, todos, en alegría…otro día más. ¿Y la Pira? Logramos superar el retorno a ese lugar de terror nocturno, y de día, cenizas, muchas, acomodadas para ser llevadas al agua. Y ahí estaba yo, reconciliándome con eso. La dulzura de una reconciliación es única. Logré besar en la mejilla a esta ciudad y recordarme que todos, sin excepción, morimos. Y vivimos para morir. Y vivimos para gozar y amar. Y morimos porque ya no queda más. Pero vivimos para que el tiempo nos diga lo bien que vivimos, o morimos porque no amamos. Y cenizas seremos, en diferentes lugares, diferentes aguas, diferentes vacas que nos lleven al cielo. Y si, imagino a la muerte de negro, hermosa, pacifica, llegando cuando su reloj se detenga al lograr vernos a los ojos… Namaste.
Gracias Maye por compartir tu historia
Excelente narración de la esperiencia en Varanasi Felicidades
Me gusta como escribes Maye, que regalo, muchas gracias
» Y vivimos para morir. Y vivimos para gozar y amar»…Y morimos para trascender…
👏👏👏✔️✔️
Una muy bella reflexión de aquel lugar tan distante y que recorrimos juntas hace ya mucho tiempo y sin embargo, el recuerdo de esos momentos quedaron grabados como una experiencia inolvidable.
Gracias por recordarlo Maye