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De ciudades, llanto y pañuelos para secar sus lágrimas de barro…

He sido muy afortunada en la vida. De catástrofes naturales mi cuerpo ha sentido algún temblor, alguna pequeña inundación, algunos huracanes que han dejado mi casa de pie. No sé lo que se siente perderlo todo y por decencia digo que no me gustaría vivirlo.

El mundo a veces se sostiene de alfileres, algunos con más punta, afilados, largos, como debatiendo con la naturaleza uno a uno. Imagino un diálogo de supremacía, de edificios con múltiples ventanas y puertas asustando la madre tranquila que sólo observa que estamos cometiendo errores, uno tras otro. Pero se queda callada por mucho tiempo hasta que, en un instante selecto, se despierta, se pone sus anteojos y ya no puede contener. Cede, cede ante el montón de movimientos que ya no puede abrazar. Cede ante unos contenedores de agua que ya ni puede sujetar. Se vence y pone sus brazos debajo de su cuerpo y enfila con cada uno de sus dedos.

Hace muchos años durante la planeación de un viaje para visitar España sugerí visitar Valencia. Era Octubre y la agente de viajes me comentó que las Danas y riadas se asomaban en ese preciso mes. Cambiamos el itinerario y evitamos las lluvias fuertes, de encerronas. Lo curioso fue que estando en tierras hispanas, las lluvias aparecían en las televisoras como anuncio de precauciones. Fue una buena decisión.

En la historia de Valencia han existido riadas o gotas frías tan fuertes que hasta las fotografías han quedado húmedas. El lodo y sedimentos de sus ríos desbordantes convierten en colores ocres las fachadas, ladrillos y suelos.

Son como los monzones en India, ya predichos, ya caminados, ya mojados.- Me comentó la agente.-

El martes pasado, 29 de Octubre desperté como cualquier otro afortunado día escuchando las aves en ventada y sacudiendo mis piernas ante una realidad que venía de frente. Al encender el televisor observaba como Dante Alighieri en su Divina Comedia se quedaba corto de relato ante un infierno. Una región llena de tierra, agua, partida en trozos y muchos hombres y mujeres llorando. ¿Y cómo no se llora ante una situación así?

Los círculos de Dante son nueve y en cada uno van bajando los grupos de personas que ostentan el pecado subrayado. En una tragedia mal gestionada, cada uno tiene su círculo.

Están los primeros, los del limbo, los que no han casi despertado y son tan tibios que no saben que no entienden.

Después, los que cometen lujurias, gulas ya sea en sentido metafórico o ajustado. Son individuos que ceden ante pasiones y no se autogobiernan.

Más adelante, los derrochadores de dinero, los ricos que no comparten. Los peores vienen después con la ira y pereza de no hacer nada y gritar por eso.

Los herejes o no creyentes van en el sexto, los que no se ajustan a dogmas o leyes y más bajo, homicidas y usureros, los que hacen negocios de otros y cobran en nombre de ellos. El octavo lo ocupan los que cometen fraudes y en el noveno, los traidores. Bingo. A Dante los aplausos por la razón que en una realidad contemporánea aplican a la perfección.

Un pueblo en tragedia no debe de ser sometido a dimes y diretes. A despertar situando en un desconocimiento y luego, jugar a un buen padel actual de colores y partidos. Un pueblo en tragedia requiere una comanda sencilla de mesero en fonda donde se indica de forma simple, una crisis.

Mi sorpresa más grande ante una gestión de un país que ostenta estar dentro del mundo primero es la forma de gestionar y la información tan ruidosa, tan confusa por la cual es difícil analizar si algo es verdad o es mentira.

Debería de existir un círculo nuevo en el infierno. Ese en el que deben de estar los que ponen obstáculos, los que desinforman, los que lanzan la pelota al contrario en vez de unirse y los que deciden, una semana más tarde, ir a hacerse la foto actuada ante sus “súbditos” con una lágrima maquillada y manos perfectamente unidas en un lenguaje no verbal de espejo diario. Deberían de estar los que no contribuyen mientras el lodo arrecia. Deberían de estar los que viendo una catástrofe, quieren verla aumentada.

Pero así como propongo a mi Dante porta un infierno más, le susurro que invente un nuevo paraíso. Uno donde estén los que sin importar colores y dogmas deciden dar el hombro por los suyos. Ahí deberían de estar los voluntarios que donan, los que envían, los que barren, los que consuelan, los que curan, los que regalan, los que se ensucian sus ropas sin importar la marca y modelo y los que abrazan. Abrazan mucho.

El mundo vimos, el martes pasado, un infierno de Dante. En cada uno de los nueve círculos podemos situar a los que tienen cualquier clase de poder.

Pero también poco a poco vimos un paraíso que se iba formando con gentíos caminando por los puentes valencianos. Para ellos el respeto. Para nosotros la reflexión de una crisis de barro a la cual no le alcanza el pañuelo para sofocar su dolor.

Fuerza a Valencia.

Siempre hay alguien que te espera…

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