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De amor, cabezas y valentía…

En la vía Flaminia de la ciudad de Roma se cree que están los restos del preciado San Valentín. Están en las catacumbas de la iglesia de Santa María de Cosmedin. Dicha iglesia es también sede de la famosa “boca de la verdad” donde cientos de personas se congregan diariamente para hacer la foto turística de introducir la mano en la boca de la escultura y constatar si la mano será arrancada por ser un ser mentiroso o conservarla si realmente se es veraz.

Dentro existen guías que relatan la historia del sacerdote al cual se debe la conmemoración del día de enamorados reduciendo su cuerpo en un cráneo con flores rojas.

En la antigua Roma el emperador Claudio II el Gótico (268 – 270) donde el cristianismo no existía,  se prohibió el matrimonio a los soldados de su corte manifestando que el amor los llenaría de distracción y torpeza. Pero el amor viene de flechas, unas de oro, otras de cemento, otras de miel y otras de hastío. En cualquiera de las formas manifiesta una distracción o atención excesiva, así que Claudio II sabía que si el amor llegara como manto de encaje rojo sobre su tropa fácilmente se cometerían errores.

La prohibición llegó como balde de agua fría porque los soldados aunque tenían sus corazas de metal sentían como cualquier humano ante la presencia de doncellas con miradas tiernas. Y es aquí donde nuestro San Valentín hace aparición. El, convencido de que se sufre más cuando el amor no se consuma, comenzó con la tremenda odisea de casar parejas a escondidas.

Fue aquí en la Iglesia de Santa María de Cosmedín donde la práctica comenzó a practicarse fuera de la mirada de gobiernos y con mucha cautela de parte de las parejas. El casaba a los que ya no querían estar separados, a los que necesitaban de una validación para vivir su romance.

Cientos de parejas acudían silenciosamente a horas no propias para que el cura pudiera poner sus manos en sus frentes y exclamara su formalidad.

Pero es que secretos así corren como reguero de pólvora y un buen día las tropas no enamoradas llegaron al sótano del lugar para apresar a nuestro Valentín.

El valiente cura se manifestó en un juicio público de frente al emperador y defendió su punto de vista. Al final y por exclamación al unísono del pueblo Valentín fue muerto por manos de soldados bajo las órdenes de Claudio II.

Cuenta la leyenda que uno de sus detractores que promulgó su juicio tenía una hija invidente. Valentín al verla que caminaba torpe con un bastón le regaló un papel donde rezaba la frase: Tu Valentín. Ella pudo leer el papel y con todo y el milagro no pudo detener la mercenaria muerte. Uno muere, otro nace a la vista. Uno por fin puede ver, otro por defender su creencia pierde su cabeza. Amor no correspondido.

La leyenda siguió viva en la Roma antigua hasta que por mandato de Gelasio I (492 – 496) se instituyó el cristianismo como religión principal y para eliminar los rituales de animales y sacrificios llamados lupercales tomaron varias leyendas para hacerlas fiestas cristianas legítimas y entre ellas, la de Valentín. El que murió defendiendo lo prohibido ahora se convertiría en estandarte de formalidad cristiana para todos. Y es que valía más la pena apuntar a un cura que defiende el amor a un lobo sacrificado. Y aquí, Valentín supuso la primera forma de dar publicidad a una entidad.

Así que todos los 14 de Febrero, día en que la cabeza del cura fuera cortada, el pueblo conmemoraba con fiestas patrocinadas por el emperador para dar entrada a la fertilidad, la dulzura y el abrazo genuino.

Hasta el mandato del Papa Pablo IV fue que dicha fiesta se realizaba y de un momento a otro se eliminó del calendario gregoriano.

En el Concilio Vaticano II, bajo mandato de Pablo VI se estableció su eliminación final. Ahora Valentín bajaba de escalón y  ya no se necesitaba de su euforia por las flores y los chocolates.

Hasta el día de hoy dicha fiesta sigue sin pertenecer a la formalidad del cristianismo pero durante la Revolución Industrial a mitad del siglo XX se sacó del cajón, se limpió, se dio lustre para poder hacer con ese uso y costumbre un emporio que ayudaría a que la economía se moviera en torno al amor.

Desde Europa se corrió la voz que existía una leyenda que una vez fue formal en Roma y que suponía que un cura casaba a los enamorados bajo un mandato de prohibición. Y esto no podía dejarse pasar inadvertido. Valentín sin cabeza ahora era europeo y su famosa frase que dio vista a la ciega se leía en paquetes de chocolates, flores, bombones y joyas.

Estados Unidos al escuchar que Valentín sin cabeza era famoso hizo propia la leyenda para que se implementara, poco a poco, el día de San Valentín. Y así en todas las naciones, cristianas o no, a nivel mundial viajaba ese cura que con valentía practicaba dar fe y testimonio de dos enamorados cuando no debían enamorarse.

Una leyenda reza en Roma y bajo nuestra vista se ha convertido en un cliché. Pero es curioso danzar sobre la leyenda y verificar de dónde viene la famosa tarjeta que se envía año con año a enamorados. Todo lo que manifestamos en un día viene de una catarsis, de un acto prohibido, de una valentía, de una muerte con papel de frase, de una conveniencia para unir al pueblo, de otra para eliminar actos de sacrificios, de un Concilio que formaliza y tacha de segundos las costumbres pasadas.

Así que de amores sabemos, de desamores huimos, de protecciones vivimos, de abrazos bailamos, de chocolates nutrimos, de flores sembramos, de joyas presumimos y de historias reflexionamos.

Amor, tan delicado, tan voraz y tan centro de atención ante un humano que en el pasado jugó su cabeza por entonar su creencia con la más grande pasión.

Tu Valentín.

Siempre hay alguien que te espera…

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