Cuando se reserva el derecho de no admisión…
Hace muchos años fui invitada a una fiesta de graduación. Desde el tapete limpio con fotógrafo a un lado hasta el correcto acomodo de mesa fue impecable. Había una botana de centro de mesa en donde se escondía un clavo de olor, uno de esos que sirve para dar aroma a ciertos alimentos pero que en solitario produce una mueca que logra ver las arrugas del rostro que en un futuro se asomarán. Recuerdo que en uno de los bocadillos que tomaba para llevar a mi boca apareció, como eso que repudias pero tienes que tragar por no haber sido precavida. Ese sabor amargo, fuerte, perenne, oscuro y muy acentuado provocó que no lo olvidara y que más que todo, me hiciera obsesa con el hecho de buscar entre comidas si estaba presente para retirarlo con un tenedor. El clavo de olor, especie exótica que sabe lo que una traición. Y las traiciones, acompañadas de esas invitaciones que sabes que están y que no formas parte de ellas.
Mucho he reflexionado sobre este tema esta semana. Sobre traiciones y el no pertenecer. La vida nos da circuitos que se saborean familiares hasta que existe un punto exacto en donde el retorno al inicio se manifiesta.
Recuerdo a mi padre que siempre mencionaba:
-Ten cuidado con los clanes donde no perteneces. Ahí, no te involucres-. El tenía toda la razón.
Pero, ¿qué es un clan? La definición llana es un grupo de personas unidas por lazos de parentesco o vínculos ancestrales. Los primeros formadores de clanes se derivan en Escocia y mantienen una secrecía casi de candado con llave perdida. Tienen escudos hechos a medida en los que aparece simbología de animales, tótems y siglas que solo ellos entienden. Tienen su sello, papel de carta, firma distinguida y un tatuaje invisible en la cara que impide que tu ser se mezcle con ellos. Los clanes defienden, limitan, escupen, violentan a toda aquella persona que no pertenezca y quisiera hacerlo.
En la actualidad los clanes, en mi teoría y práctica se agrupan ante diversas situaciones que a veces me parecen absurdas. El clan del color de tez, el clan de casas de estudio, el clan de alumni, el clan de partido político, el clan de empresarios, el clan de orden religiosa, el clan de cenas de galas, el clan, el clan, el clan.
En 2002 el artista español Santiago Sierra pensaba sobre esta teoría. El con todo su arte de protesta ha logrado lo que sociólogos no han podido: demostrar a los clanes selectos lo que se siente que no se sea admitido.
Sucedió en Londres donde en su obra llamada “Espacio cerrado con metal corrugado” dio para hablar por días en los periódicos de moda. Un grupo de selecta y fina sociedad inglesa, esa de té en hotel Savoy, fue invitada a cierta dirección en el distrito más caro de la ciudad. La invitación impecable, los periféricos de alfombras rojas anunciadas, los más selectos clanes de los clanes. Cuando se llegó la fecha los invitados, previo arreglo en salas de belleza y contratación de servicios de estilo de vestimenta llegaron con puntualidad inglesa y se toparon con una puerta cerrada, sin alfombras, sin fotógrafos. Una puerta cerrada al grupo que con sólo tronar dedos, las abren en su vida diaria.
Santiago Sierra salió a deleitarse con las quejas de asistentes. Finalmente la charla se tornó en el experimento perfecto de hacer sentir a esos lo que muchos sienten de diario. Cerrar oportunidades, en un palmo de narices, con la mirada perdida y la empatía empacada.
En México hace 6 años el mismo artista contrató al Museo Tamayo para deleitarse de lo que sería el mismo experimento, pero a la mexicana. Porque en México los clanes son peculiares, son de cristal. Llegaron no tan puntuales anunciando las marcas extranjeras en pies, caderas y muñecas con la cita de las revistas de rojo y blanco en una alfombra floral. Al abrir las puertas del recinto lo que ellos percibieron fue a una multitud de hombres de color oscuro dando la espalda, misma que contenía números seriales. Todos, obreros, todos oscuros con un número consecutivo. La muestra tomaba el nombre de “465 personas remuneradas” y el mensaje sutil de Sierra a los asistentes: la fuerza obrera te ha hecho rico.
A veces no se necesita de tales obras para reflexionar en la no – admisión. La simple vida te va dando pautas para que se entienda que existen grupos a los cuales es casi una bendición no pertenecer. Nuestro caminar alecciona para saber lo que se siente cuando te topas ante una puerta cerrada y también sabemos que existen formas no muy ortodoxas de abrirlas. Formas casi amorfas que se cubren del sabor de la traición.
Porque las puertas de papel corrugado se pueden cruzar, se pueden vivir, se pueden tener de ornato. Pero en momentos puntuales sabemos que esas mismas puertas no debieron de haberse abierto. Finalmente: ¿Quién quiere un papel corrugado? Imagino que sólo la persona que piensa que con este papel se recicla una ciudad.
Los papeles corrugados de clanes se compran, se intercambian, se ensucian y limpian, se vuelvan a limpiar y se maltratan a tal grado que el sólo verlos hacen sentir como el sabor del clavo de olor. Porque el papel corrugado termina por podrirse ante una serie de espaldas desnudas que tienen un número.
Y sigo a través de los años pensando que ese mordisco de botana me marcaría mis papilas gustativas. Y el color oscuro de la especie es similar a al color de la espalda volteada del Tamayo. Aplaudo la labor de la protesta fina a grupos de selección, de grupos que buscan mover ciudades cuando lo que hacen en muchas ocasiones atropellan y dan cátedra de cómo usar el cartón.
Esta semana reflexioné sobre la traición. Sigo buscando que el clavo de olor no aparezca en mi comida. Para eso, tengo mi tenedor.
Siempre hay alguien que te espera…