Cuando la DEA se entrega en una maleta negra…
Hoy regreso a las historias, unas del presente, otras del pasado, pero ninguna con inventiva de un futuro que desconozco. Me gusta pensar que las pausas son necesarias, que el ocio tiene un espacio vital, que lo lento es la antesala de algo que regalará movimiento, en su mayoría, forzoso. Así que este año comienzo de nuevo a escribir las reflexiones cotidianas, especiales, reflexivas.
2023 se me antoja de mordiscos de durazno, con mucho dulce, ácido, jugoso y placentero. Pero los duraznos también albergan sorpresas, partes más oscuras producto de golpes bruscos del mal manejo de cajas de madera. Y así la vida…así los días. Así los temas, así las modas.
Y de modas existen expertos, y de modas existen los que nunca han visto siquiera lo que la palabra significa. Y de modas en modas la historia que sigue fue recordada por mi persona como algo que llega de golpe y que por estar muy en el pasado no afloraba en mi inmediatez de recuerdo. Algo que es digno de ser platicado.
DEA: sigla compuesta por tres letras, tres que conforman para encerrar un enunciado largo. Drug Enforcement Administration. Administración de Control de Drogas.
Hombre que trabaja en la DEA: hombre que se dedica a la lucha contra narcóticos, lavado de dinero y contrabando. Hombre que empaca sus cosas en porta- traje negro con línea roja igual al de una mujer que viaja en el mismo vuelo de Ciudad Juárez, Chihuahua a Monterrey N.L. en la misma fecha.
Era 1995 y cursaba el año anterior a un sexenio. Las noticias giraban entre Instituciones Bancarias, rescates a los que no se necesitaba rescatar, asesinatos de candidatos y cuñados incómodos. Todos los días y a todas horas ardían los noticieros de datos numéricos, balas, devaluaciones y cuellos blancos que después se convertirían en moños negros en negocios en su entrada. Y ahí estábamos, una multitud de gente muy joven trazando nuestros pasos de trabajo y usando capotes de torero para que la paz nos acompañara. Porque la vida no se detiene, porque lo que está presente necesita morderse como durazno y seguir con las precauciones necesarias y la energía que las actividades requieren. Para saber cortar esos golpes negros que la fruta contiene.
Yo viajaba como si fuera exiliada de cada ciudad. El amor a mi actividad hacía que cada aeropuerto, pase de abordar, hotel y cafetería de lobby fueran elementos cotidianos. Ante los hechos descritos he de confesar que poco a poco fui invitando a la practicidad a mi vida. El neceser siempre hecho, la ropa ya casi marcada, la plancha de vapor pequeña y una secadora de pelo naranja con negro que era parte de mi cuerpo. Cuando se descompuso supe lo que era la ansiedad verdadera.
Por tanta práctica y movimientos mecánicos de empaque decidí que era momento de adquirir otra maleta más, una nueva, desechar la azul, invitar la negra estilosa, con compartimentos perfectos y con una raya roja ancha que sería lo que ayudaría a una entrega de equipaje rápida de identificar. La marca Delsey se veía grande, plateada, firme. Porta- traje cómodo, fino, duradero. Uno que en los aeropuertos llamaba a las miradas pero sobretodo, que su uso fuera tan fácil para evitarme los dolores de cabeza al intentar ser María Kondo. Y así comenzó la relación con el artefacto de viaje que poco a poco iba mostrando que había sido la mejor idea.
Entre viaje y viaje y otro viaje más necesitaba visitar la entidad de Cd. Juárez. Esa ciudad tan rara, tan lejana, tan herida, tan ruidosa, tan de la mano con Estados Unidos y sus centros comerciales de lujo, espaciosos, helados. Concluyó el viaje en santa paz y Aeroméxico me daba la bienvenida con cacahuates japoneses y jugo de tomate para que mi regreso a tierra fuera disfrutable. Era viernes. Claro que era viernes. Hoy recuerdo que era viernes.
Al llegar a Monterrey y ante la banda de equipaje divisé las letras plateadas y la línea roja…esa línea roja. ¿Será que el rojo es mi color favorito?
Tomé mi Delsey y me apresuré a las puertas para llegar a casa. Lancé el artefacto en la cama para poder comer rápidamente y regresar a la oficina local.
En mi maleta guardaba todo, no había usado equipaje de mano. Así que tenía que abrir mi negrita para sacar mi carpeta de trabajo…y sucedió lo que nunca había vivido y que hasta hoy, no se ha repetido.
Resultante ante la apertura: tres trajes de hombre Armani (buen gusto), bolsa de ropa interior, zapatos oscuros de marca europea, folders con papelería, radios, muchos radios con antenas, cerca de 5 radios, yo vi muchos radios y mi cabeza comenzó a girar. Cartas, varias cartas con logotipo de la DEA, tarjetas de la DEA, firma del hombre de la DEA. Mi sangre se paralizó hasta que lancé un grito que mis padres escucharon directo en el oído.
-¡Papá! ¡Me traje una maleta de alguien de la DEA! ¡El hombre de la DEA ha de tener la mía!
Nunca había visto tan pálido a mi padre, mi madre con las facciones heladas y el movimiento de la casa se detuvo. ¿Qué hacía yo con tanta cosa que no debería de ver? Ahí, en mi cama, dentro de la línea roja que ya la veía borrosa del impacto.
-¡No toques nada!, dijo mi padre. No leas, no te enteres, no muevas de su lugar nada. Nada. Esto es serio. Muy serio.- Y así lo hice.
El hombre del buen gusto de ropa tardó varias horas en comunicarse. A falta de celulares había que esperar a un lado del aparato telefónico. Mi Delsey tenía mis datos y cuando el teléfono ladró (así escuché el tono), escuché una voz amable, fija, preocupada y con las palabras más claras que el agua.
-Soy Mario (sabía que no era su nombre real), el dueño de la maleta que usted tiene. Yo tengo la suya. No se preocupe pero necesito dar instrucciones de cómo haremos esto. Estoy en Reynosa, estaba a punto de cruzar frontera cuando me percaté que dentro de mi maleta en vez de un radio saltó un neceser con maquillaje. El chofer frenó en seco. Le ruego vaya a Aeroméxico y regrese la maleta con personal que se identificará con usted cuando ingrese a sus oficinas. Entregando todo le llamaré al teléfono de ellos-.
Todo en pausas y respetuoso, el Sr. Mario ordenaba y a la DEA no se le discute.
En las oficinas de Aeroméxico fui recibida por otro hombre y en la mesa de la sala cerrada abrió la Delsey ajena y por teléfono confirmaba que todo estaba bien.
-Es una mujer muy joven, viene con su Padre-. Ahí entendí que el otro era Mario y que aseguraba sus Armani y zapatos europeos rápidamente. Mario pidió hablar conmigo y al escucharlo tranquilo me devolvió la sangre a las venas.
-Gracias. Mañana mis hombres llegarán a su domicilio a entregar su maleta. No se preocupe. Será a mediodía-. Y así fue. Seis hombres con lentes oscuros, camioneta negra polarizada, serios, educados, parcos al hablar. El líder de ellos ordenaba que abriera la maleta frente al él y viera que no faltaba nada. Unos minutos después, Mario al teléfono.
-¿Todo bien?- Sí, todo estaba intacto. Maquillaje, ropa, carpetas, libro de Isabel Allende y almohada. Todo. El intercambio limpio, nítido.
-¿No leyó los documentos?-. Son importantes, no clasificados, pero importantes. Yo sólo los había abierto para identificar el dueño, pero inevitable fue observar en hojas apellidos del Presidente en turno. Pero si tan clasificados fueran, pensé, no hubiesen viajado en una maleta documentada.
Mario me llamó dos o tres veces después del incidente. Para saludar, decía. Yo le creí. Amable, sólo para saber cómo estaba y para cerciorarse de que si llegaba a necesitar su contacto, no dudara en buscarlo. Nunca lo necesité. No lo necesito. Espero no necesitarlo.
Al poco tiempo se detendría al hermano incómodo Raúl Salinas de Gortari. Por lavado de dinero, negocios de narcotráfico y asesinato de su cuñado Ruiz Massieu. Su esposa también sería aprendida en Suiza en un Banco al intentar sacar pasaportes falsos de la caja fuerte.
El Penal del Altiplano (Almoloya) le abriría las puertas en un escándalo que hasta vidente incluyó y en su aprehensión participaba como principal actor, la DEA. El acto sería noticia mundial en las planas de todos los diarios prestigiosos. Porque mientras uno portaba una banda presidencial, el otro vestía overol color caqui. Y el de la banda tricolor sería más tarde padre de un cómplice de secta y se refugiaría en una casa humilde para comer sopa de lata en señal de huelga de inocencia (con agua Evian de fondo), hombre que dejaría a su esposa rápidamente para contraer nupcias en Dublín. Un estuche de buenas costumbres.
Una DEA en México, como siempre ha estado, como hoy está, que asegura que los delincuentes, o por lo menos los que se puedan, se aprehendan. Regalos, negociaciones o qué más da. Eso no importa. Importa el hecho de que alguien, por lo menos uno, visite la cárcel. Y este era un pez grande.
Mi maleta negra siguió su rumbo e imagino que Mario tuvo un gran bono por estar dentro del equipo de dicha detención. Y sé que también, años más tarde, supo que el intento se culminaba ante la absurda absolución.
Dicho delincuente quedaba libre por regalos de turno y después, visitaba mi ciudad para degustar un machacado con huevo el Hotel Quinta Real. El hecho se documentaba en la portada del suplemento de sociales del periódico de más circulación, con sus sobrinas abrazadas en la entrada y flores alrededor. Un hombre sonriente dictando la entrevista de varias páginas en las que explicaba que sentirse en familia era muy placentero, que sus manos nunca habían robado y que la comida estaba deliciosa.
Maletas negras con línea roja, equivocadas de dueño por la prisa de salir a dar cuenta de los logros y que en su lugar, encontraría maquillaje y un libro que contaba la historia que encerraba un golpe de estado en otro País.
Maletas negras que guardan llamadas educadas y también, episodios inverosímiles y que me enseñaron que los hechos van cambiando según las circunstancias. Maletas negras que reflexionan sobre Bancos en Suiza con cantidades estratosféricas de dinero que se asegura y luego se devuelve más tarde para que un hombre pueda comer con sus sobrinas en paz. Y con muchas flores, flores, más flores, en portadas de suplementos sociales que más tarde serían cancelados en mi domicilio particular.
Reflexiono hoy sobre la maleta de cada persona…unos cargan radios, otros, libros, otros mucho dinero y sangre de familia. Y cada quien es responsable de su contenido y cargar la que no pertenece regala la perspectiva de lo que esa persona siente.
Mario tenía una vida pesada, de prisa, de datos duros. Yo, una de secadora de pelo naranja y frascos de pinturas. El vestía de importación para pasar desapercibido en el campo de batalla. Yo, maquillaba mi rostro para sentirme bien. El tendría aparatos que aquí no se conocían. Yo, títulos y hojas de una autora chilena. Pero de maletas hay más pesadas, esas que Mario detestaba a su manera y yo, a la mía y ahí coincidíamos. Maletas que mucho después se llevarían a una habitación de un hotel de lujo a un lado de las flores y que contenían la ropa de portada de sociales.
Maletas negras, con letras plateadas, maletas confusas que son entregadas con la certeza de que olerán el perfume de rosas en un jarrón.
Siempre hay alguien que te espera…